viernes, 20 de junio de 2014

El reloj del corredor

El reloj nos acompaña como una pesada cadena que nos sujeta firmemente a nuestra realidad. En nuestro afán de medir el tiempo terminamos esclavizados a un ritmo de vida acelerado. En la antigüedad su uso era simple, así como su construcción, el reloj de arena es el más conocido y se utilizaba para determinar el tiempo de oradores o el tiempo de las guardias nocturnas. Un mecanismo sencillo ideado para una vida sencilla, no había prisa; sin embargo, en nuestros días, con los modernos relojes de pulsera, el mundo se mueve a un ritmo vertiginoso, el movimiento de sus manecillas provoca el mayor estrés que se vive en las grandes ciudades. Lamentablemente tratamos de ganarle al tiempo un segundo o un minuto, corriendo todos los días, y el reloj nos marca el paso con su opresivo sonido, – tic-tac, tic-tac, tic-tac –, es fiel acompañante de noches de insomnio y de amaneceres agobiantes.

En cambio en provincia el reloj tienen otras aplicaciones más acordes al ritmo de vida, la prisa no existe, dejan que la vida tome su propio ritmo; en un comedor familiar de Chiapa de Corso reza la siguiente leyenda: “Aquí nos manejamos con el horario de Dios, no con el del hombre”. En este lugar como en muchos otros sitios, el horario de verano no se aplica. Mantienen una vida sencilla, no puedes, aunque quieras, contagiarlos de tu prisa citadina. Simplemente el reloj va más lento, acompasado al cadencia de la respiración,  en completo equilibrio con el movimiento del universo. Es un sonido sereno, un – tiiiiiic-taaaac, tiiiiiic-taaaac, tiiiiiic-taaaac –, las horas pasan lentas, así como los días, en un letargo que dura siglos.

  Mientras divago para distraer mi mente, miro detenidamente los números luminosos de mi reloj, soy su esclavo por dos horas al día, me marca el paso de manera brutal, cronometra cada vuelta a la pista con una exactitud fría, es mudo testigo de cómo el tiempo me gana en cada zancada, del esfuerzo por llegar antes y no poder conseguirlo, o dejar que lo logre una o dos veces y reírse en silencio por la frustración que me agobia. Termino mi sesión, otro día, cada vez más cansado y con el fracaso pintado en mi rostro, – ya será mañana –, pienso convencido. Llegando a casa me desquito, lo arrojo al fondo de mi maleta, me olvido por veintidós horas de que existe. Vivo una vida simple durante ese tiempo, el movimiento del sol marca los tiempos en que tengo que moverme. No existe la prisa, se puede decir que mi vida funciona como un reloj. La noche me espera y duermo tranquilo; sin embargo, antes del amanecer, empieza nuevamente mi viacrucis; la alarma, ese sonido me hace odiarlo aún más, no soporto ese timbre electrónico e insensible. Me levanto entre dormido y despierto, lo apago sin verlo, de repente se enrosca en mi muñeca, me atrapa una vez más, estaré sometido a su voluntad por dos horas, me encamino a la pista de siempre, resignado, mientras en mi mente pasa la misma frase: “hoy le tengo que ganar”. 

1 Comentarios:

A la/s 28 de junio de 2014, 9:27 p.m., Blogger Angélica Luna dijo...

Hay dos relojes uno marca y el otro cumple

 

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