El reloj del corredor
El reloj nos acompaña como
una pesada cadena que nos sujeta firmemente a nuestra realidad. En nuestro afán
de medir el tiempo terminamos esclavizados a un ritmo de vida acelerado. En la
antigüedad su uso era simple, así como su construcción, el reloj de arena es el
más conocido y se utilizaba para determinar el tiempo de oradores o el tiempo
de las guardias nocturnas. Un mecanismo sencillo ideado para una vida sencilla,
no había prisa; sin embargo, en nuestros días, con los modernos relojes de
pulsera, el mundo se mueve a un ritmo vertiginoso, el movimiento de sus
manecillas provoca el mayor estrés que se vive en las grandes ciudades. Lamentablemente
tratamos de ganarle al tiempo un segundo o un minuto, corriendo todos los días,
y el reloj nos marca el paso con su opresivo sonido, – tic-tac, tic-tac,
tic-tac –, es fiel acompañante de noches de insomnio y de amaneceres
agobiantes.
En cambio en provincia el
reloj tienen otras aplicaciones más acordes al ritmo de vida, la prisa no
existe, dejan que la vida tome su propio ritmo; en un comedor familiar de
Chiapa de Corso reza la siguiente leyenda: “Aquí
nos manejamos con el horario de Dios, no con el del hombre”. En este lugar
como en muchos otros sitios, el horario de verano no se aplica. Mantienen una
vida sencilla, no puedes, aunque quieras, contagiarlos de tu prisa citadina.
Simplemente el reloj va más lento, acompasado al cadencia de la respiración, en completo equilibrio con el movimiento del
universo. Es un sonido sereno, un – tiiiiiic-taaaac, tiiiiiic-taaaac,
tiiiiiic-taaaac –, las horas pasan lentas, así como los días, en un letargo que
dura siglos.
Mientras divago para distraer mi mente, miro
detenidamente los números luminosos de mi reloj, soy su esclavo por dos horas
al día, me marca el paso de manera brutal, cronometra cada vuelta a la pista
con una exactitud fría, es mudo testigo de cómo el tiempo me gana en cada
zancada, del esfuerzo por llegar antes y no poder conseguirlo, o dejar que lo
logre una o dos veces y reírse en silencio por la frustración que me agobia.
Termino mi sesión, otro día, cada vez más cansado y con el fracaso pintado en
mi rostro, – ya será mañana –, pienso convencido. Llegando a casa me desquito,
lo arrojo al fondo de mi maleta, me olvido por veintidós horas de que existe. Vivo
una vida simple durante ese tiempo, el movimiento del sol marca los tiempos en
que tengo que moverme. No existe la prisa, se puede decir que mi vida funciona
como un reloj. La noche me espera y duermo tranquilo; sin embargo, antes del
amanecer, empieza nuevamente mi viacrucis; la alarma, ese sonido me hace
odiarlo aún más, no soporto ese timbre electrónico e insensible. Me levanto entre
dormido y despierto, lo apago sin verlo, de repente se enrosca en mi muñeca, me
atrapa una vez más, estaré sometido a su voluntad por dos horas, me encamino a
la pista de siempre, resignado, mientras en mi mente pasa la misma frase: “hoy
le tengo que ganar”.
1 Comentarios:
Hay dos relojes uno marca y el otro cumple
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal