miércoles, 20 de mayo de 2015

Cine en blanco y negro


Todas las salas estaban llenas, solamente una tenía un lugar disponible. El nombre de la película era impronunciable, formaba parte de la muestra del cine alemán dedicado a Murnau. No tenía ninguna descripción en los anuncios ni tampoco del director o las estrellas. Compré la entrada y me dirigí a la sala donde un hombre robusto de mirada vacía —quien haciendo gala de modales antiguos— me invitó a pasar a la sala oscura. Como pude llegue a la butaca en la cual brillaba, en medio de la oscuridad, mi nombre escrito. En un principio no sentí miedo, un buen truco publicitario, pensé en voz baja. Mi curiosidad venció mis temores, debo de admitirlo. Me hundí en el acojinado mundo de mis pensamientos, los cuales acompañe con palomitas y refresco. Los primeros destellos del proyector sobre la pantalla anunciaban el inicio de la película sin los avances de los próximos estrenos ni la absurda propaganda electoral. La película fue filmada en blanco y negro, en un barrio clase mediero que, por una extraña razón, se parecía mucho al mío. Creí reconocerlo por las almas de las gentes que la habitan, por las fachadas de las casas, por la decoración de las paredes, por la disposición de las ventanas y las puertas. En ese mundo de sombras los hombres mayores de treinta años ya no tenían cabida, eran remplazados por adolescentes, quienes apenas terminaban la secundaria y se integraban al mundo laboral. Los hombres desechados eran llevados a los acantilados para que ejecutaran, como lemmings, un suicidio masivo. Cuando termino la película, todos nos levantamos y abandonamos la sala con una desolación indescriptible. Vagamente recuerdo que subimos y bajamos las escaleras eléctricas. Nos urgía encontrar un punto alto. Luego, todo es un mundo de imágenes borrosas nubló mi mente. Dentro de mi estado de locura hubo, por momentos, actos reflexivos que no tienen explicación ni lógica. Después todo se volvió oscuridad… El monótono golpeteo de la camilla terminó por desarticular mis sentidos. Había traspasado el umbral del dolor por lo que entre, adormecido, al laberinto de mis pesadillas. No me arrepiento de lo que hice porque fue un acto premeditado, eso quiero creer. Interminable, mi cuerpo se convulsiona con gritos ininteligibles. Me mantengo vivo con mis propios lamentos. Alargo mi agonía, pues me niego a convertirme en un cadáver dócil y de fácil combustión. Estoy muriéndome con el cuerpo destrozado rumbo al vientre de las calderas. A punto de ser incinerado, desposado con un ataúd de sábanas, con el fin de alimentar a las máquinas que hacen funcionar este funesto centro comercial. Allá arriba, una fila de sombras está entrando a la segunda función.

1 Comentarios:

A la/s 21 de mayo de 2015, 2:25 a.m., Blogger Patricia Richmond dijo...

Acabo de leerte en el blog de Alberto Chimal y me da un poco de respeto comentar ahí.
Así que me alegra mucho que hayas subido aquí este relato. Me ha parecido un acierto extraordinario la mención a Murnau, porque hace que el ánimo se vaya encogiendo ante la intuición de que algo oscuro va a ocurrir en ese cine. Y la mención a los Lemmings, sublime. Una atmósfera de oscuridad, absurdo y fatalismo con las palabras justas y sin caer en tremendismos.
¡Me ha gustado mucho!
Gracias por tus amables palabras sobre la fuga de mis recuerdos.
Un abrazo.

 

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