miércoles, 13 de mayo de 2015

La congoja del hombre maduro


Para los adolescentes las enfermedades tienen el halo del mito. Los jóvenes parecen estar inmunizados contra bacterias y gérmenes. Es en la madurez cuando aparecen las primeras premoniciones. Los síntomas, entes malignos, esperan una grieta para escapar. El examen médico arroja, profético, resultados elaborados con tinta catastrófica. Ingenuamente, culpamos la falta de vitalidad como una consecuencia del estrés y tratamos de combatirla con vitaminas, ejercicio y una dieta rica en proteínas. Hacemos caso omiso a la gotera intermitente que humedece, apocalíptica, nuestro orgullo y pantalones. La fiebre y los dolores los atribuimos a una temprana andropausia. Padecemos estoicamente y en silencio, incluso cuando los certificados desbordan antígeno prostático. El ultrasonido confirma el diagnóstico; la próstata esta inflamada. Sin demora, expiamos nuestras faltas e iniciamos el viacrucis. Como navajas, las medicinas castran nuestro mermado apetito sexual. Somos incapaces de satisfacer la inquietante ebullición madura de nuestras mujeres. Entonces, ellas revelan, descorazonadas, caricias y miradas de insatisfacción. Ni hablar del tacto rectal. La cirugía termina por mutilar nuestra exigua virilidad. La diabetes, el colesterol y la hipertensión terminan enmarcando y coloreando el cuadro clínico. Entonces tratamos de recuperar algo de dignidad y tomamos, abatidos, la famosa pastilla azul.

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