Inundación
La cafetera empezó a silbar
un concierto de aromas que despertaron a la oficina. En unas cuantas horas la
modorra matutina cayó, como una pesada losa, sobre las espaldas encorvadas. El
reloj retrasaba la hora de la salida y alargaba las conversaciones acerca de
niños, hipotecas y salarios bajos. Entonces sucedió lo inevitable, hasta cierto
punto fue resultado de la imprudencia y la falta de pericia. El “nuevo”, por
las malditas prisas, dejó abierta la llave del despachador de agua. De este
modo —narraron los sobrevivientes— comenzó la inundación.
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