El último beso
No
puedo precisar en qué momento regresó mi alma, pues todo me parece un sueño: la
habitación en completa penumbra, el ruido del mar estrellándose contra la
quilla, el silencio de las estrellas, nuestros cuerpos entrelazados durante el
incendio agonizante de nuestros sentidos. Perdidos entre el espacio y el tiempo
fuimos lanzados hacia la ventanilla del camarote. Un movimiento repentino del
timón a estribor nos arrojó del paraíso con brutalidad. Luego, un golpe seco
nos estrechó nuevamente. Nos miramos con ojos llenos de miedo. Asustados
tratamos de salir, mientras el ruido de los motores se ahogaba en la lejanía,
dejando solamente el sonido de la música. Después de un breve silencio, un
frenesí intenso de gritos atiborró el ambiente. No pudimos abrir la puerta. Fue
imposible. A pesar de los golpes demenciales y las suplicas desaforadas. El
barco empezó a inclinarse mientras decenas de pequeñas embarcaciones se
alejaban como luciérnagas asustadas. Vimos como cuerpos pálidos y congelados se
hundían junto con nosotros. Pareciese que ellos trataban de entrar al calor de
nuestra habitación cerrada. Llegamos al fondo sin miedo, ahí en la oscuridad
del camarote 115 nos ahogamos con el último beso.
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