sábado, 13 de diciembre de 2014

El último beso

No puedo precisar en qué momento regresó mi alma, pues todo me parece un sueño: la habitación en completa penumbra, el ruido del mar estrellándose contra la quilla, el silencio de las estrellas, nuestros cuerpos entrelazados durante el incendio agonizante de nuestros sentidos. Perdidos entre el espacio y el tiempo fuimos lanzados hacia la ventanilla del camarote. Un movimiento repentino del timón a estribor nos arrojó del paraíso con brutalidad. Luego, un golpe seco nos estrechó nuevamente. Nos miramos con ojos llenos de miedo. Asustados tratamos de salir, mientras el ruido de los motores se ahogaba en la lejanía, dejando solamente el sonido de la música. Después de un breve silencio, un frenesí intenso de gritos atiborró el ambiente. No pudimos abrir la puerta. Fue imposible. A pesar de los golpes demenciales y las suplicas desaforadas. El barco empezó a inclinarse mientras decenas de pequeñas embarcaciones se alejaban como luciérnagas asustadas. Vimos como cuerpos pálidos y congelados se hundían junto con nosotros. Pareciese que ellos trataban de entrar al calor de nuestra habitación cerrada. Llegamos al fondo sin miedo, ahí en la oscuridad del camarote 115 nos ahogamos con el último beso.

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