sábado, 13 de diciembre de 2014

Santa y yo

Esperé un buen rato entre las jardineras. No sé decirles cuanto tiempo. Estaba a punto de regresarme a mi casa, cuando vi al gordo bajando por las escaleras eléctricas. Me percaté que estaba algo bebido, pues al momento de poner un pie en el piso, noté que trastabillaba muy chistoso. Escuché las maldiciones que mascullaba entre dientes, pero cuando veía a alguien lanzaba un sonoro ¡JOJOJO! De repente, perdió el equilibrio y se dio un santo golpazo. Así recostado, duró un buen rato, cuando de pronto se levantó y fue a vomitar sobre las nochebuenas. A pesar de los desfiguros, cuando se puso de pie les deseó a todos, entre hipos y eructos, una muy ¡Feliz Navidad!

Recuerdo que mi niño escondía su cara detrás de mí. Sus pequeños ojos no paraban de bailar con tantas luces. Temblaba de emoción por conocer a Santa en persona. No era fácil romper la inocencia de un niño. Yo le había hecho una promesa y estaba ahí para cumplirla. Hace una semana llevé a mi pequeño a ese centro comercial. Pero a pesar de mis suplicas: no quisieron, los muy desgraciados tomarnos una foto con Santa. Incluso les ofrecí un poco más de dinero, no era mucho pero era lo único que tenía, por lo que les armé un alboroto. Entonces los güeritos, con espíritu navideño, exigieron que nos echaran.

Sin embargo, no les guardó ningún rencor, estoy acostumbrado a los maltratos y al desprecio de los ricachones, pero le había prometido a mi familia algo especial para la Nochebuena. Por eso seguí a Santa muy de cerca cuando salió del edificio. No estaba dispuesto a perderlo ni mucho menos podía regresar con las manos vacías. A unas cuantas cuadras estaba a punto de cogerlo, cuando se abrazó a un farol y éste evitó que terminara de bruces en el suelo. Como les dije antes, estaba bastante borracho. Entonces lo amarré y me lo llevé sin que nadie se diera cuenta.

Cuando llegué a la vecindad, ya me estaban esperando los vecinos. Ellos habían adornado las paredes con papeles y luces de colores. Colocaron una silla en medio del patio y la forraron con terciopelo rojo. Me ayudaron a limpiarle la cara. Mi vieja le lavó la barba pues estaba hecha un asco, ésta olía a alcohol y a otras cosas. Para terminar, le puse unas gafas y por dios que nos quedó igualito al de los comerciales. Después de un tiempo logramos despertarlo, al principio se negó participar con nosotros pero al ver a tanta gente reunida: puedo decir que aceptó con gusto.

No saben la emoción que sentí al ver a mi señora e hijo sonriendo, Salieron muy contentos en las fotos. Muchos de mis vecinos hasta se le sentaron en las rodillas, algunas viejas, las más aventadas, bailaron alrededor de él como si estuvieran en un teibol. Por eso, entre tanta fiesta, se nos ocurrió organizar una posada. Hubo peregrinación por todo el barrio, cantamos los villancicos a grito pelado. Entonces empezó la tomadera, hasta Santa le entró con ganas al ponche con piquete. Cerca de la medianoche quisimos romper una piñata. No sé a quién se le ocurrió colgar a Santa. A los primeros palazos nos maldijo mientras gritaba de dolor. De pronto éramos como veinte dándole duro.

Pero no sea malo mi oficial, regáleme una aspirina para este maldito dolor de cabeza… solamente tratábamos de pasarla bien con Santa... se lo juro por mi hijo.

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