Santa y yo
Esperé
un buen rato entre las jardineras. No sé decirles cuanto tiempo. Estaba a punto
de regresarme a mi casa, cuando vi al gordo bajando por las escaleras
eléctricas. Me percaté que estaba algo bebido, pues al momento de poner un pie en
el piso, noté que trastabillaba muy chistoso. Escuché las maldiciones que
mascullaba entre dientes, pero cuando veía a alguien lanzaba un sonoro ¡JOJOJO!
De repente, perdió el equilibrio y se dio un santo golpazo. Así recostado, duró
un buen rato, cuando de pronto se levantó y fue a vomitar sobre las nochebuenas.
A pesar de los desfiguros, cuando se puso de pie les deseó a todos, entre hipos
y eructos, una muy ¡Feliz Navidad!
Recuerdo que mi niño escondía su cara detrás de mí. Sus pequeños ojos no paraban de bailar con tantas luces. Temblaba de emoción por conocer a Santa en persona. No era fácil romper la inocencia de un niño. Yo le había hecho una promesa y estaba ahí para cumplirla. Hace una semana llevé a mi pequeño a ese centro comercial. Pero a pesar de mis suplicas: no quisieron, los muy desgraciados tomarnos una foto con Santa. Incluso les ofrecí un poco más de dinero, no era mucho pero era lo único que tenía, por lo que les armé un alboroto. Entonces los güeritos, con espíritu navideño, exigieron que nos echaran.
Recuerdo que mi niño escondía su cara detrás de mí. Sus pequeños ojos no paraban de bailar con tantas luces. Temblaba de emoción por conocer a Santa en persona. No era fácil romper la inocencia de un niño. Yo le había hecho una promesa y estaba ahí para cumplirla. Hace una semana llevé a mi pequeño a ese centro comercial. Pero a pesar de mis suplicas: no quisieron, los muy desgraciados tomarnos una foto con Santa. Incluso les ofrecí un poco más de dinero, no era mucho pero era lo único que tenía, por lo que les armé un alboroto. Entonces los güeritos, con espíritu navideño, exigieron que nos echaran.
Sin
embargo, no les guardó ningún rencor, estoy acostumbrado a los maltratos y al
desprecio de los ricachones, pero le había prometido a mi familia algo especial
para la Nochebuena. Por eso seguí a Santa muy de cerca cuando salió del
edificio. No estaba dispuesto a perderlo ni mucho menos podía regresar con las
manos vacías. A unas cuantas cuadras estaba a punto de cogerlo, cuando se
abrazó a un farol y éste evitó que terminara de bruces en el suelo. Como les
dije antes, estaba bastante borracho. Entonces lo amarré y me lo llevé sin que
nadie se diera cuenta.
Cuando
llegué a la vecindad, ya me estaban esperando los vecinos. Ellos habían
adornado las paredes con papeles y luces de colores. Colocaron una silla en
medio del patio y la forraron con terciopelo rojo. Me ayudaron a limpiarle la
cara. Mi vieja le lavó la barba pues estaba hecha un asco, ésta olía a alcohol
y a otras cosas. Para terminar, le puse unas gafas y por dios que nos quedó
igualito al de los comerciales. Después de un tiempo logramos despertarlo, al
principio se negó participar con nosotros pero al ver a tanta gente reunida:
puedo decir que aceptó con gusto.
No
saben la emoción que sentí al ver a mi señora e hijo sonriendo, Salieron muy
contentos en las fotos. Muchos de mis vecinos hasta se le sentaron en las
rodillas, algunas viejas, las más aventadas, bailaron alrededor de él como si
estuvieran en un teibol. Por eso, entre tanta fiesta, se nos ocurrió organizar
una posada. Hubo peregrinación por todo el barrio, cantamos los villancicos a
grito pelado. Entonces empezó la tomadera, hasta Santa le entró con ganas al
ponche con piquete. Cerca de la medianoche quisimos romper una piñata. No sé a
quién se le ocurrió colgar a Santa. A los primeros palazos nos maldijo mientras
gritaba de dolor. De pronto éramos como veinte dándole duro.
Pero
no sea malo mi oficial, regáleme una aspirina para este maldito dolor de
cabeza… solamente tratábamos de pasarla bien con Santa... se lo juro por mi hijo.
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