miércoles, 8 de octubre de 2014

Viaje por la Selva Lacandona

La Selva Lacandona está cubierta por una nube verde de alto follaje, vista desde el horizonte como un espejismo de torres de caoba, cedro, ceiba y amates milenarios, alucinación que va tomando forma conforme avanza el viajero. Navegas; deformando los espejos de cálidas aguas, sobre las márgenes de ríos inexpugnables; donde troncos milenarios se balancean de modo imperceptible, mirando detenidamente puedes observar unos pequeños ojos vigilantes, quietos y encantados, parecen esperar la llegada de una tormenta que siempre llega puntual. Cocodrilo americano de puntiagudas patas y escamas sobresalientes, guardián de riberas, al cual se le ha provisto de una armadura medieval y de unas fauces inquietantes.

Hay restos de lluvia de la noche anterior, caen en forma de gotas radiantes que se pierden en el suelo como las leyendas de ancestrales mayas, pero que no se evaporan nunca, permanecen estáticas sólo para calmar la sed de la fauna del lugar.

No puedo evitar meter la mano a la cristalina agua, y beber con ansía de náufrago mientras se resbala de entre los dedos para volver nuevamente al lecho genésico. A la vida húmeda y cálida de esta tierra de encanto. De los montes azules baja un viento con sentimiento Lacandón, nacido del mestizaje de españoles e indígenas, engendrado en la conquista y por el último soplo de un guerrero armado con cuchillas de obsidiana. Antes de llegar a tierra, en lo alto de un árbol, sobre las ramas se mece una piel de color amarillo rojizo, parece el reflejo del sol de una tarde otoñal, cuyas sombras se esparcen, delirantes, entre el follaje formando sombras negras, redondas y alargadas, muchas veces irregulares, que se bifurcan sobre un lomo jadeante.

Empero el jaguar no tiene miedo, es un ávido cazador nocturno, solamente lo vemos aguzar sus sentidos, sintiendo las vibraciones de los peces, yacarés y tortugas que les llegan nítidamente a través de sus patas y bigotes.

Cientos de aves me reciben entonando trinos, que más bien parecen cantos armónicos de belleza y felicidad. Suenan a mitología de vistosos tocados que, solamente los reyes se atrevían a usar en grandes ocasiones. Grita la guacamaya roja, contesta tímido el quetzal, abre sus alas el águila arpía pues está a punto de despegar. Se esconde el tucán real y el loro de cabeza azul, luego una parvada de tangara de alas azules surca los aires, retando al viento y al depredador a pintar el cielo de un brillante color. Se mueven al compás de una gama propia de sonidos cuya escala musical la proporcionó algún Dios prehispánico. Es tal el rango sonoro que las demás aves recuerdan los mitos primigenios de la creación.

Sonidos de la selva

Lugar mágico y protegido
por una fortaleza de árboles añejos
y de preciosas maderas,
explanadas de vistas espectaculares,
sonidos de selva
que se funden para crear sinfonías;
estridente y ensordecedor
concierto de cigarras, monos, aves e insectos
magistralmente dirigidos
por batutas hechas de ramas
deshojadas por el viento .

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