Viaje por la Selva Lacandona
La
Selva Lacandona está cubierta por una nube verde de alto follaje, vista desde
el horizonte como un espejismo de torres de caoba, cedro, ceiba y amates
milenarios, alucinación que va tomando forma conforme avanza el viajero. Navegas;
deformando los espejos de cálidas aguas, sobre las márgenes de ríos
inexpugnables; donde troncos milenarios se balancean de modo imperceptible, mirando
detenidamente puedes observar unos pequeños ojos vigilantes, quietos y
encantados, parecen esperar la llegada de una tormenta que siempre llega
puntual. Cocodrilo americano de puntiagudas patas y escamas sobresalientes,
guardián de riberas, al cual se le ha provisto de una armadura medieval y de
unas fauces inquietantes.
Hay
restos de lluvia de la noche anterior, caen en forma de gotas radiantes que se
pierden en el suelo como las leyendas de ancestrales mayas, pero que no se
evaporan nunca, permanecen estáticas sólo para calmar la sed de la fauna del
lugar.
No puedo evitar meter la mano a la cristalina
agua, y beber con ansía de náufrago mientras se resbala de entre los dedos
para volver nuevamente al lecho genésico. A la vida húmeda y cálida de esta
tierra de encanto. De los montes azules baja un viento con sentimiento Lacandón,
nacido del mestizaje de españoles e indígenas, engendrado en la conquista y por
el último soplo de un guerrero armado con cuchillas de obsidiana. Antes de
llegar a tierra, en lo alto de un árbol, sobre las ramas se mece una piel de
color amarillo rojizo, parece el reflejo del sol de una tarde otoñal, cuyas
sombras se esparcen, delirantes, entre el follaje formando sombras negras,
redondas y alargadas, muchas veces irregulares, que se bifurcan sobre un lomo
jadeante.
Empero
el jaguar no tiene miedo, es un ávido cazador nocturno, solamente lo vemos
aguzar sus sentidos, sintiendo las vibraciones de los peces, yacarés y
tortugas que les llegan nítidamente a través de sus patas y bigotes.
Cientos
de aves me reciben entonando trinos, que más bien parecen cantos armónicos de
belleza y felicidad. Suenan a mitología de vistosos tocados que, solamente los
reyes se atrevían a usar en grandes ocasiones. Grita la guacamaya roja,
contesta tímido el quetzal, abre sus alas el águila arpía pues está a punto de
despegar. Se esconde el tucán real y el loro de cabeza azul, luego una parvada
de tangara de alas azules surca los aires, retando al viento y al depredador a
pintar el cielo de un brillante color. Se mueven al compás de una gama propia
de sonidos cuya escala musical la proporcionó algún Dios prehispánico. Es tal
el rango sonoro que las demás aves recuerdan los mitos primigenios de la
creación.
Sonidos
de la selva
Lugar mágico y
protegido
por una fortaleza de
árboles añejos
y de preciosas maderas,
explanadas de vistas
espectaculares,
sonidos de selva
que se funden para
crear sinfonías;
estridente y
ensordecedor
concierto de cigarras,
monos, aves e insectos
magistralmente dirigidos
por batutas hechas de ramas
deshojadas por el
viento .
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal