El departamento
Luna
entra con un poco de temor al edificio abandonado, el cual está justo en medio del
conjunto habitacional donde vive desde hace poco tiempo. Ella reside en un
humilde departamento del último bloque de edificios, pero la curiosidad la lleva
a traspasar el umbral tenebroso y deshabitado. Hace a un lado el miedo que la
paraliza, entonces con paso inseguro empieza a deambular por los pasillos
bañados de sombras crepusculares. El atardecer le proporciona un aspecto
brumoso, opaca la vista como una catarata senil. Los números de los
departamentos están vencidos por el tiempo. Las paredes carcomidas por el sol y
la humedad le proporcionan un aspecto leproso. Una puerta se abre en el único
departamento sin número, dentro de éste, un enorme espejo refleja su figura.
Una sombra diminuta y frágil le recuerda a su madre. Un grito apagado la hace
retroceder hasta el barandal. Con el miedo a cuestas, regresa por el camino
andado. Sale como puede y no para hasta llegar a su hogar, por lo que no se
percató de que aquella sombra abandonó el espejo y cerró la puerta con fuerza.
Luna
no puede dormir esa noche, en cuanto cierra los ojos: una enorme bestia se
abalanza encima de ella y la sofoca hasta matarla. El despertador retumba
dentro de su cabeza, una fuerte migraña se apodera de sus pensamientos. La falta
de sueño, y el sol entra como un cuchillo dentro de sus ojos; el dolor la sumerge
al borde de la locura. No puede olvidar aquel espejo y la sombra que no es la
suya. El agua de la regadera cae como un bálsamo en su cuerpo adolorido. Unas
aspirinas tratan de mitigar el dolor de cabeza que se vuelve insoportable. Con
las alas marchitas se dirige al trabajo. En la oficina sus ojos se cierran por breves lapsos de
tiempo, pero se repite la misma pesadilla, por lo que trata por todos los
medios de mantenerse despierta. Una eternidad dura la jornada de trabajo. Al
regresar a su casa, no trata de evitar aquel edificio abandonado. Pero algo
diferente tiene aquella vieja construcción, voltea para diferentes lados, no está
equivocada, es el mismo edificio perdido en medio de la unidad habitacional.
Observa
algunos rostros que se asoman misteriosos por las ventanas, levanta la mano
para saludarlos, pero ninguno contesta el saludo, se limitan a cerrar sus
cortinas con un gesto de indiferencia. Luna camina directamente a su hogar,
pero una enorme curiosidad de apodera de sus pies y la lleva ligera hasta el
umbral del edificio. Parece recién construido, algo imposible debido a que el
día de ayer estaba totalmente en ruinas. Camina nuevamente por los pasillos, el
atardecer resplandece en los pisos encerados. Abre con su llave el departamento
sin número, entra a la sala y cuelga su abrigo en el perchero. El espejo de
cuerpo entero no refleja ninguna sombra incluso ni su propia imagen: no se
percata de la ausencia. Entra a la recamara y se recuesta por un momento, sus
pensamientos anegan su cabeza. Dolores, su madre, pone a calentar agua y espera
que el silbido de la tetera inunde la cocina. El olor a te de hierbabuena
invita a la nostalgia y a la confidencia. Con los pensamientos perdidos escucha
unos pasos dentro de la habitación. El cuerpo de su padre la ahoga como cuando
era una niña. El llanto inunda los recuerdos perdidos en el subconsciente. El
olvido voluntario consumió la juventud de Luna, mientras Dolores, abatida,
terminó con su vida carcomida por la pena y la decepción.
Luna
agito la cabeza, todas las imágenes desaparecen en un instante, su corazón se
agita violentamente, escucha un ruido en la puerta, ve una sombra que se asoma
en la entrada, el ocaso le da un aspecto fantasmal, quiere emitir un grito,
pero éste suena ahogado –se queda en el vórtice de la lengua–. La sombra
retrocede varios pasos, hasta que el barandal la detiene, en ese instante la figura
negra empieza a correr hacia la salida del edificio. Luna emerge del espejo y cierra
la puerta, pero antes endereza el número oxidado del departamento. Se acerca a
la ventana y mira los andadores y jardines, las farolas se prenden como
luciérnagas, luciendo un haz intermitente y lúgubre. La luna refleja otro tipo
de sombras: más irreales. A la media noche, el edificio regresa a su primitivo
estado de desgracia. A lo lejos una chica corre asustada hasta el último bloque
de edificios. Esa noche, ella tampoco podrá dormir.
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