jueves, 17 de julio de 2014

El departamento

Luna entra con un poco de temor al edificio abandonado, el cual está justo en medio del conjunto habitacional donde vive desde hace poco tiempo. Ella reside en un humilde departamento del último bloque de edificios, pero la curiosidad la lleva a traspasar el umbral tenebroso y deshabitado. Hace a un lado el miedo que la paraliza, entonces con paso inseguro empieza a deambular por los pasillos bañados de sombras crepusculares. El atardecer le proporciona un aspecto brumoso, opaca la vista como una catarata senil. Los números de los departamentos están vencidos por el tiempo. Las paredes carcomidas por el sol y la humedad le proporcionan un aspecto leproso. Una puerta se abre en el único departamento sin número, dentro de éste, un enorme espejo refleja su figura. Una sombra diminuta y frágil le recuerda a su madre. Un grito apagado la hace retroceder hasta el barandal. Con el miedo a cuestas, regresa por el camino andado. Sale como puede y no para hasta llegar a su hogar, por lo que no se percató de que aquella sombra abandonó el espejo y cerró la puerta con fuerza.

Luna no puede dormir esa noche, en cuanto cierra los ojos: una enorme bestia se abalanza encima de ella y la sofoca hasta matarla. El despertador retumba dentro de su cabeza, una fuerte migraña se apodera de sus pensamientos. La falta de sueño, y el sol entra como un cuchillo dentro de sus ojos; el dolor la sumerge al borde de la locura. No puede olvidar aquel espejo y la sombra que no es la suya. El agua de la regadera cae como un bálsamo en su cuerpo adolorido. Unas aspirinas tratan de mitigar el dolor de cabeza que se vuelve insoportable. Con las alas marchitas se dirige al trabajo. En la oficina sus ojos se cierran por breves lapsos de tiempo, pero se repite la misma pesadilla, por lo que trata por todos los medios de mantenerse despierta. Una eternidad dura la jornada de trabajo. Al regresar a su casa, no trata de evitar aquel edificio abandonado. Pero algo diferente tiene aquella vieja construcción, voltea para diferentes lados, no está equivocada, es el mismo edificio perdido en medio de la unidad habitacional.

Observa algunos rostros que se asoman misteriosos por las ventanas, levanta la mano para saludarlos, pero ninguno contesta el saludo, se limitan a cerrar sus cortinas con un gesto de indiferencia. Luna camina directamente a su hogar, pero una enorme curiosidad de apodera de sus pies y la lleva ligera hasta el umbral del edificio. Parece recién construido, algo imposible debido a que el día de ayer estaba totalmente en ruinas. Camina nuevamente por los pasillos, el atardecer resplandece en los pisos encerados. Abre con su llave el departamento sin número, entra a la sala y cuelga su abrigo en el perchero. El espejo de cuerpo entero no refleja ninguna sombra incluso ni su propia imagen: no se percata de la ausencia. Entra a la recamara y se recuesta por un momento, sus pensamientos anegan su cabeza. Dolores, su madre, pone a calentar agua y espera que el silbido de la tetera inunde la cocina. El olor a te de hierbabuena invita a la nostalgia y a la confidencia. Con los pensamientos perdidos escucha unos pasos dentro de la habitación. El cuerpo de su padre la ahoga como cuando era una niña. El llanto inunda los recuerdos perdidos en el subconsciente. El olvido voluntario consumió la juventud de Luna, mientras Dolores, abatida, terminó con su vida carcomida por la pena y la decepción.


Luna agito la cabeza, todas las imágenes desaparecen en un instante, su corazón se agita violentamente, escucha un ruido en la puerta, ve una sombra que se asoma en la entrada, el ocaso le da un aspecto fantasmal, quiere emitir un grito, pero éste suena ahogado –se queda en el vórtice de la lengua–. La sombra retrocede varios pasos, hasta que el barandal la detiene, en ese instante la figura negra empieza a correr hacia la salida del edificio. Luna emerge del espejo y cierra la puerta, pero antes endereza el número oxidado del departamento. Se acerca a la ventana y mira los andadores y jardines, las farolas se prenden como luciérnagas, luciendo un haz intermitente y lúgubre. La luna refleja otro tipo de sombras: más irreales. A la media noche, el edificio regresa a su primitivo estado de desgracia. A lo lejos una chica corre asustada hasta el último bloque de edificios. Esa noche, ella tampoco podrá dormir.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal