Orfandades
Mi
tercer cigarrillo, la segunda copa y la música triste de ese lúgubre bar me
hundieron en la depresión. Me emborraché antes de regresar a casa:
a la rutina de silencios y frustraciones. Una mujer redonda abordó mi frustración,
sin rodeos, logró venderme un paraíso a bajo precio. Mi soledad la llevó al único
baño. Ella se levantó la falda y me ofreció el camino de sus caderas hacia el
sexo oloroso. Palpé la tibieza de sus piernas, pero antes de penetrar su cuerpo
vacié mis deseos junto con una infinidad de disculpas. Ella trató de consolarme, pero en la comisura
de sus labios se dibujó una mueca burlona.
No
pude evitar que la ira me cegara. Su risa aplastó, sin misericordia, mi derrotada
virilidad. Enloquecí, mientras en su rostro aparecía la máscara de la muerte. La
palidez le proporcionó un aura angelical. Un calor mórbido se asomó tímido, mi
cuerpo sintió la tibieza de su piel. Mi excitación fue tal, que la penetré con
una firmeza inusual, al mismo tiempo le susurré, en sus oídos, todas las
ofensas del mundo; me llené de una vitalidad desconocida. Entonces pude
descargar toda mi frustración contenida por años.
Mi
esposa me recibió con un grito, su voz aguda y chillona me detuvieron en el
umbral de la puerta. Me golpeó con el puño cerrado, sólo atiné a levantar los
brazos para cubrir mi cobardía. Bajé la cabeza, pero mi odio se posesionó de su
delicado cuello. Apreté hasta sentir como la vida se le escapaba, no pudo
gritar, sus ojos reflejaron asombro y los míos una satisfacción enfermiza. La
desnudé y al terminar le platiqué de mi día de trabajo, de los cigarros que fumé,
de las copas que bebí, de la mujer que violé. Por primera vez, me escuchó
callada y sumisa.
La
coloqué boca arriba, sus parpados se abrieron y sus ojos me miraron con
desprecio. Con mucho esfuerzo abrí sus piernas, sin la más mínima delicadeza me
introduje violentamente dentro de ella, apenas empecé a moverme cuando su oquedad
se estrechó hasta atrapar mi miembro. No logré zafarme de la trampa mortal, mientras
tanto un dolor recorrió mi espalda hasta hacerlo insoportable, Lancé un grito infernal,
mientras un rio de sangre mojó las sábanas blancas. Miré con desesperación hacia
mis partes íntimas, algo faltaba: un par de testículos colgaban en la completa
orfandad.
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