martes, 15 de julio de 2014

Orfandades

Mi tercer cigarrillo, la segunda copa y la música triste de ese lúgubre bar me hundieron en la depresión. Me emborraché antes de regresar a casa: a la rutina de silencios y frustraciones. Una mujer redonda abordó mi frustración, sin rodeos, logró venderme un paraíso a bajo precio. Mi soledad la llevó al único baño. Ella se levantó la falda y me ofreció el camino de sus caderas hacia el sexo oloroso. Palpé la tibieza de sus piernas, pero antes de penetrar su cuerpo vacié mis deseos junto con una infinidad de disculpas.  Ella trató de consolarme, pero en la comisura de sus labios se dibujó una mueca burlona.
No pude evitar que la ira me cegara. Su risa aplastó, sin misericordia, mi derrotada virilidad. Enloquecí, mientras en su rostro aparecía la máscara de la muerte. La palidez le proporcionó un aura angelical. Un calor mórbido se asomó tímido, mi cuerpo sintió la tibieza de su piel. Mi excitación fue tal, que la penetré con una firmeza inusual, al mismo tiempo le susurré, en sus oídos, todas las ofensas del mundo; me llené de una vitalidad desconocida. Entonces pude descargar toda mi frustración contenida por años.
Mi esposa me recibió con un grito, su voz aguda y chillona me detuvieron en el umbral de la puerta. Me golpeó con el puño cerrado, sólo atiné a levantar los brazos para cubrir mi cobardía. Bajé la cabeza, pero mi odio se posesionó de su delicado cuello. Apreté hasta sentir como la vida se le escapaba, no pudo gritar, sus ojos reflejaron asombro y los míos una satisfacción enfermiza. La desnudé y al terminar le platiqué de mi día de trabajo, de los cigarros que fumé, de las copas que bebí, de la mujer que violé. Por primera vez, me escuchó callada y sumisa.
La coloqué boca arriba, sus parpados se abrieron y sus ojos me miraron con desprecio. Con mucho esfuerzo abrí sus piernas, sin la más mínima delicadeza me introduje violentamente dentro de ella, apenas empecé a moverme cuando su oquedad se estrechó hasta atrapar mi miembro. No logré zafarme de la trampa mortal, mientras tanto un dolor recorrió mi espalda hasta hacerlo insoportable, Lancé un grito infernal, mientras un rio de sangre mojó las sábanas blancas. Miré con desesperación hacia mis partes íntimas, algo faltaba: un par de testículos colgaban en la completa orfandad.

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