miércoles, 16 de julio de 2014

Melquiades

Melquiades nunca poseyó una sonrisa fácil, pero tuvo la palabra ligera y llena de ironía, que con tintes festivos más que filosóficos arrancó el aplauso gentil de ustedes; mientras otros, arropados en el anonimato de la muchedumbre, lanzaron obscenidades. Incluso, dado el caso, arrojaron decenas de piedras; ¡llenas de puntería!

— Era un merolico de épocas antiguas: ¡atrás de raya joven y le regreso la cartera!

— Era un charlatán, pero ¿quién no lo fue alguna vez en esta anquilosada ciudad?

Melquiades era humilde y pobre, quien tuvo la suerte de alquilar un miserable cuarto de vecindad. Cuatro paredes carcomidas por el salitre y el abandono, las cuales guardaban un hechizo que sólo él pudo descifrar. Entonces, dejó el antiguo oficio, perfeccionó el nuevo durante días enteros. Luego salió a las calles a vender: ¡el secreto de la vida eterna!

— Melquiades incluso revivió muertos, luego muchos de ellos terminaron como zombies: “No se aceptan devoluciones”. Escribió en un cartón y lo puso en la puerta. 

Borracho de soberbia intentó reanimar un peluche. Pero no cambió la formula, utilizó las mismas palabras aprendidas y entonadas en voz alta. Después de un rato, el animal o la cosa o lo que sea, empezó a aullar como alma en pena y, con colmillos pintados mordió a cuanta persona cruzó por el camino.

Melquiades por fin logró someter al perro de borra, sin embargo no pudo revertir la maldición (pues no sabía cómo hacerlo). Por más que intento e intento e intento. Dándose por vencido; el merolico, el charlatán, el revividor y el reanimador, optaron por lo más sencillo: cambiar de oficio. Uno más a la larga lista, por lo que si alguno de ustedes quiere llamar a nuestro servicio de seguridad, les aseguramos que todos sus peluches en guardaespaldas se convertirán.

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