martes, 15 de julio de 2014

Oquedades

Somos tantos los que deambulamos por la ciudad que, en medio del tropel diario, los tacones de aguja han empezado a perforar el pavimento. Empieza como una pequeña oquedad de dos centímetros, pero va creciendo bajo la presión, pasos estresados, de mujeres trabajadoras. La lluvia, pacientemente, va agradando el reducido hueco, del tamaño de una canica, hasta convertirlo en un hondo socavón. Entonces cada bache se va llenando de autos y de hombres no muy pacientes. La cuadrilla no puede esperar que los sobrevivientes salgan por su propio pie, por lo que una aplanadora los lleva hasta el fondo. Después llenan el agujero con tierra y colocan nuevamente el pavimento. La ciudad no se puede detener, los bocinazos los obligan a acelerar la reparación. Nuevamente la agitación de una muchedumbre, ansiosa por llegar a tiempo, vuelve a pisar el cemento fresco para crear una nueva e insignificante oquedad.

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