Carcosa
Era
un hecho que la evocación de un recuerdo lo convierte en un recuerdo de un
recuerdo, o eran simplemente sueños precognitivos de algo que apenas va a
suceder, la memoria tendía a ser estúpidamente repetitiva, así cavilaba el
capitán Wilder en el momento que dio la orden de despegue. Según los datos
recabados por las sondas enviadas a diferentes planetas de las Híades, Aldebarán
podría albergar las condiciones adecuadas para instalar una nueva colonia. Después
de muchos intentos habían encontrado la forma de transitar por algunos agujeros
negros, pero estaban lejos de acostumbrarse al murmullo vertiginoso, cantos de
muertos según la tripulación, a la dolorosa sucesión de luz y oscuridad que
lastimaba los ojos, a las tinieblas interminables y a la muda confusión del
viaje entre galaxias.
Un hombre vestido con
pieles daba cuerda, como cada noche, al antiquísimo reloj de piso. El diluviano
mecanismo nunca había fallado, infatigable a pesar del tiempo, mantenía
incansable su funcionamiento, porque estaba hecho con indestructibles engranes
de metales extraídas de las estrellas negras que iluminaban las noches heladas
de las Híades. El hombre miró al cielo, leyó con atención la extraña rotación
de los asteroides, sintió un presagio de maldad, no de los que llegarían pronto
a través de las nubosas profundidades del cielo, sino de aquel, del último rey
ermitaño que moraba aletargado en el derruido castillo, pero cuyos pensamientos
rondaban las calles de la antes gloriosa Carcosa.
El
lúgubre paisaje se parecía a la tierra después de su destrucción, las nubes
plomizas evocaban un reciente conflicto nuclear, parecía que los envolvía un
ahogante y sucio polvo radioactivo, pero nunca imaginaron encontrar despojos de
una antiquísima ciudad. A lo lejos, sobresalía un enorme castillo, construido
con piedra negra, soberbiamente ornamentado en cada esquina y muro, sostenido
por majestuosas columnas, custodiado por esculturas amorfas, grotescamente
fantasmales. Un poco más allá, cual tesoros para hombres de fuerte corazón,
ocultos por la devastación, una hilera de criptas ruinosas y de pedazos de
piedras gastadas por la agreste intemperie, medio enterradas por el musgo y la
tierra.
El
capitán Wilder ordenó montar el campamento cerca del inmóvil lago de Hali.
Pareciera que las lunas nos siguen, comentó la teniente Noÿs, se mueven
sigilosamente, alternándose entre ellas, orbitan libres, como si no estuviesen
atrapadas bajo el campo gravitacional del planeta. Esa noche descansarían
tranquilos, la cerca los protegería de cualquier intrusión, pues hasta el más
mínimo movimiento sería detectado. Los miembros de la tripulación se habían
arremolinado cerca del fuego, estaban agotados, exhaustos por la caminata entre
la alta y marchita hierba. Además la pesada gravedad los hacía duplicar el
esfuerzo. Bodach, el arqueólogo de la tripulación, estaba inquieto por la
ausencia de ruido, algo de familiar conservaba el paisaje. Había tomado
fotografías y posiblemente hallarían coincidencias en los registros históricos
de la computadora. Sin embargo, no recordaba cómo habían llegado al planeta.
El hombre de las pieles
emergió en medio del campamento protegido por la hierba gris, tocó con sus
dedos la cara de Noÿs y le susurró al oído, en una antigua lengua, algún tipo
de canto, más que palabras parecían incendiaros chasquidos de lengua,
posiblemente presagios de una próxima fatalidad, a veces los monstruos se
conduelen porque sin desearlo son heraldos de terribles desgracias.
Ningún
instrumento alertó fallas en los equipos en la nave, pero se sentía una
cambiante fuerza de gravedad, la cual terminaba hundiéndolos en largos periodos
de desorientación. La sola vista de los soles gemelos los hipnotizaba, la falta
de sueño y la escasa gravedad los volvía más torpes. Sin duda hubiesen
regresado a la base. La negrura de este mundo les producía un miedo atroz, pero
tenían órdenes de permanecer en órbita hasta el regreso de la expedición. No creían
en la fatalidad ni el destino, esas supercherías eran propias de otros siglos, de
otras épocas perdidas en el tiempo y la memoria.
Nuestras almas se
reflejan en nuestros ojos, la felicidad de un nuevo planeta los intoxica con
falsa esperanza, más les valiera temer a lo desconocido, pues Hastur posee la
potestad para suscitar en su mente insensatos pensamientos y así despertar
primigenios miedos. Encendería con una chispa la pólvora oculta en el fondo de
su inconsciente y sugerirles, a su gusto, pesadillas con su ponzoñoso aliento.
Puede convertir cada silencio en llanto y cada gota en ardiente daga, él podía
obrar todo mal según sus deseos.
El
capitán Wilder no daba crédito a los nombres escritos en las lápidas, la
teniente Noÿs disparo toda la carga de su laser a la que tenía grabado su
nombre, sólo Bodach parecía mantener un poco de cordura, pues había recorrido
el lugar antes que el resto de la tripulación, al principio le pareció una
broma de mal gusto, pero las inscripciones fueron realizadas por un verdadero
artesano, el analizador detectó que las escritura poseía unos bellísimos trazos
góticos, angulosos y cortantes, magistralmente cincelados en la piedra negra.
Solamente el hombre de
las pieles reflejaba sus sombras sobre los árboles y la arenosa tierra. Estaba
pálido como la muerte, el fiel carcelero miró hacia atrás, inclinó la vista al
habitante del castillo, luego desvió la mirada hacia la ruinosa y célebre
ciudad Carcosa.
******************************
Todavía
no tenemos listo el informe de la nave del capitán Wilder y su tripulación. Los
reportes preliminares nos mostraron que la gravedad del agujero negro cambió
sin que los instrumentos nos alertaran, aunque hubiésemos fallado al intentar
un cambio de ruta utilizando los campos gravitacionales de otros planetas. La
fuerza del agujero se incrementó de forma descomunal, modificó exponencialmente
su curvatura espacio-tiempo. Fueron atraídos y devorados por una enorme fuerza.
Aunque aún percibimos signos vitales de toda la tripulación, al perecer están
inmovilizados en el tiempo, muy difícil saberlo, pero no podemos rescatarlos
sin la alta posibilidad de perder una a varias naves. Por lo que recomendamos
dejarlos ahí hasta que tengamos en algunos siglos la tecnología para
rescatarlos.
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