sábado, 25 de noviembre de 2017

El sonido de los trenes

Fuimos nómadas dentro de la ciudad, nos movíamos al ritmo de la mancha urbana, siguiendo las vías ferroviarias y el crecimiento de los nuevos barrios, pues de la noche a la mañana aparecían fraccionamientos y con ellos una creciente demanda de trabajadores para acondicionar los nuevos hogares. Cierto, yo no fui de los afortunados, era integrante de una familia de carpinteros, un oficio heredado por generaciones para dar belleza a la caoba, el pino y el cedro. En la carpintería, además de la radio, nos acompañaba el sonido de la locomotora México - Guadalajara, cuyo silbato anunciaba el inicio de la rutina diaria. Fui muy bueno en el fútbol y las puertas de nuevas amistades, buenas y malas, se me abrían entre gambetas, pases y goles a porterías improvisadas en las vías del tren. Fueron de esos días en que podías caminar sin miedo a altas horas de la noche. La gente era amable y encontrabas una sonrisa franca y un caluroso saludo. Viajábamos en tren, pues la red carretera era incipiente y en malas condiciones. Los trenes dominaban el paisaje de México, la campiña se llenaba de los vapores y el metálico sonido de las locomotoras. Mis delicias culinarias estaban preparadas en las paradas de los poblados, como Celaya, León y Silao, donde decenas de vendedoras mitigaban el hambre y el antojo con tortas, tacos, café y atole. Fue un tiempo de suelas y medias suelas para reparar los zapatos, de la ropa hecha en casa, de las comidas en familia, del baño a jicarazos, el agua se tomaba directo del grifo de la llave. A pesar de la pobreza, siempre se agradecía el alimento, el trabajo y la oportunidad de tener un día más de vida, pero sobre todo recuerdo la dulce sonrisa de mi abuela, la tierna dureza del abuelo y que a pesar de sus limitaciones me hayan enseñado a ser un hombre de bien.

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