jueves, 15 de junio de 2017

Mujer Maravilla

Era nuestra primera cita y para llegar a su lugar favorito fue una odisea, pues el servicio de autobuses y trenes estaría fuera de servicio por tiempo indefinido. Todavía olía la tierra chamuscada por la destrucción de gran parte de la ciudad. La pelea fue breve, pues después de un ligero titubeo, la mujer maravilla encontró la fuerza necesaria para terminar aniquilando a todo el ejército alemán. Claro, en ese derroche de amor al prójimo, terminó devastando hasta los cimientos de una ciudad hermosa. Nosotros no llegamos a tanto derroche de destrucción, acaso solo el sometimiento de la población. Nuestro lugar, por derecho, estaba en ocupar la cima que habían dejado vacante los antiguos dioses. Yo, por mi parte, luego de la vergonzosa derrota, logré hacerme de un bonito uniforme francés. Quedamos pocos sobrevivientes, todavía con huellas de la terrible batalla. Había tantas tuberías rotas que asearse no fue un problema. Así que, limpio y afeitado, fue fácil acercarse a tan temible amazona y traté, como falso parisino, conquistarla con lisonjas y tímidos arrebatos de pasión, pues tenía miedo, terror a ser descubierto y sentir en carne propia el castigo de una diosa. Cierto, funciono y me encuentro frente a ella, tomando su mano, embelesado, viendo como devora, con infinito gozo, una tarta de manzana y un café. Por primera vez se respira la paz. Los héroes tienen su punto débil y ya había encontrado el suyo. Pero los inmortales no mueren, su castigo es mucho más cruel, pues están destinados a vagar por siempre entre las tinieblas del espacio infinito. Esa noche, después de hacer el amor, terminaría con la vida de la mujer que había borrado del mapa a la irrepetible Ciudad Luz, París.

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