El pescador
No puedo evitar sentirme un
punto, a veces luminoso, a veces opaco, en medio de toda esta inmensidad. Las
estrellas girando, mudas y serenas, en espirales irrepetibles guían con su
danza mi travesía en este inmenso océano. El oleaje celebra una orgía de frescor
nocturno, siento su humedad en el ojo nervioso de la vigilia y en mi mano que,
con pulso firme dirige el timón. Navego entre senderos temblorosos y curvos,
construidos entre arrecifes habitados por seres mitológicos de fabulaciones
marinas. Pero los buenos peces están mar adentro esperando con rostro
impasible. Agrupados en medio de la espuma, dejándose llevar por las olas,
quienes traicioneras los dirigen hacia la trampa. Los mares continúan siendo
campos virginales bajo las estrellas, pues sus frutos aún pueden recogerse casi
con la mano, esplendidos, invisibles en la superficie, pero esperando con
ansiedad arcaica ser recolectados por mi red. El bote está lleno, justo al
alba, es tiempo de regresar la transparencia al agua y que el océano recobre su
sereno caos. Lo dejamos con sus voces habituales que se ahogaran en el largo
rumor de las incansables olas. Me guiaré con el añoso faro que siempre espera
mi regreso junto con una plegaria.
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