lunes, 4 de abril de 2016

Los caballos



Entran a la pista con la elegante farsa del conquistador. El sonido del látigo apresura el trote y la recompensa por la solemne entrada. Los caballos repiten, una y otra vez, la ida y la vuelta levantando con orgullo el pecho brioso. Agitan las crines adornadas con listones multicolores y agachan las cabezas coronadas de plumas rosadas. Pero el tiempo transcurre y las amazonas saltan sobres los lomos sudorosos, donde realizan pantomimas estilizadas con la gracia de doncellas encantadas. Las gráciles señoritas agitan delicadamente las túnicas blancas como queriendo alzar el vuelo. Espectadores de la última fila entran en frenesí pues parecen unicornios alados ante sus ojos. Los caballos continúan girando alrededor de la arena hasta formar un fantástico carrusel. La música de feria plastifica los movimientos del improvisado tiovivo. Suben y bajan en mecánico vaivén avivando olvidados recuerdos infantiles. El sorprendente cuadro, pueblerino y de iglesias de barriada, quita el aliento a más de uno. Pero todo tiene que terminar, así como los sueños creados por un circo encantado. El látigo rasga el aire y rompe el largo trance. Los caballos detienen el paso. Una fila de corceles alados se forma al centro de la pista. El domador chasquea la orden y la línea ejecuta una profunda reverencia. Las amazonas bajan y agradecen inclinando con plasticidad estilizada. Desfilan entre miradas risueñas y el caluroso aplauso hasta desdibujarse detrás, de las casi sobrenaturales cortinas de la gran carpa.

1 Comentarios:

A la/s 4 de abril de 2016, 11:35 p.m., Blogger Patricia Richmond dijo...

La lectura me ha atrapado desde la primera línea y me ha transportado a la última fila, donde yo también he podido ver a los unicornios. ¡Precioso!

 

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal