Los caballos
Entran a la pista con la
elegante farsa del conquistador. El sonido del látigo apresura el trote y la
recompensa por la solemne entrada. Los caballos repiten, una y otra vez, la ida
y la vuelta levantando con orgullo el pecho brioso. Agitan las crines adornadas
con listones multicolores y agachan las cabezas coronadas de plumas rosadas. Pero
el tiempo transcurre y las amazonas saltan sobres los lomos sudorosos, donde
realizan pantomimas estilizadas con la gracia de doncellas encantadas. Las gráciles
señoritas agitan delicadamente las túnicas blancas como queriendo alzar el
vuelo. Espectadores de la última fila entran en frenesí pues parecen unicornios
alados ante sus ojos. Los caballos continúan girando alrededor de la arena
hasta formar un fantástico carrusel. La música de feria plastifica los
movimientos del improvisado tiovivo. Suben y bajan en mecánico vaivén avivando olvidados
recuerdos infantiles. El sorprendente cuadro, pueblerino y de iglesias de
barriada, quita el aliento a más de uno. Pero todo tiene que terminar, así como
los sueños creados por un circo encantado. El látigo rasga el aire y rompe el
largo trance. Los caballos detienen el paso. Una fila de corceles alados se
forma al centro de la pista. El domador chasquea la orden y la línea ejecuta una
profunda reverencia. Las amazonas bajan y agradecen inclinando con plasticidad estilizada.
Desfilan entre miradas risueñas y el caluroso aplauso hasta desdibujarse
detrás, de las casi sobrenaturales cortinas de la gran carpa.
1 Comentarios:
La lectura me ha atrapado desde la primera línea y me ha transportado a la última fila, donde yo también he podido ver a los unicornios. ¡Precioso!
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