miércoles, 9 de marzo de 2016

El clima de marzo



La chica del clima llegó temprano al foro de televisión, leyó con pesada somnolencia el reporte meteorológico mientras arrojaba el grueso abrigo al perchero comunal. Dos frentes fríos estaban entrando con lluvia y ráfagas de viento congelante, los últimos de la temporada según la fuente. En treinta minutos aparecería en el espacio noticioso, por lo que se abandonó al breve sueño mientras la maquillista trataba de desaparecer las imperfecciones causadas por las constantes desveladas. Ese día llevaba un vestido holgado, el cual trataba, inútilmente, de ocultar la morbosa y neurótica fascinación que causaba en los hombres. Nunca había sido una mujer débil ni delicada, pero encajaba perfectamente en el mundo de las fantasías eróticas del sexo masculino. Cinco minutos faltaban para entrar al aire. Alisó su vestido con modorra desexualizada. Se colocó el apuntador con lentitud, escuchó las últimas indicaciones del jefe de piso. Era su primera aparición y estaba sumamente nerviosa. Las cortinillas de los anunciantes brillaban en los monitores del estudio. Respiró hondo y caminó con paso firme hacia la pantalla verde. Cuando regresaron del corte, el presentador inició con los avances noticiosos, ensalzó la belleza de la nueva presentadora para luego cederle cámara y micrófonos.

El corredor escuchó las noticias climatológicas sin entender realmente nada, había notado cierta turbación en la voz de la chica del clima, y por primera vez, constantes correcciones a las predicciones climáticas. El día despejaría y abriría como siempre, escuchó como proféticas las palabras cuando apagó el televisor desde la puerta de la casa. Tenía el tiempo medido y realmente deseaba correr en Chapultepec. Notó que hacía frío y solo llevaba una sencilla playera deportiva de manga larga. No quiso regresar pues en menos de quince minutos entraría en calor y la ropa gruesa le estorbaría cuando subiera la temperatura. Empezó a trotar alrededor del lago, subió al Alcázar a pesar del gélido viento que lo empujaba como bravucón enfebrecido, cuando llegó a la cima vio la ciudad llorosa a causa de una incipiente lluvia, la cual caía constante sobre las azoteas y fachadas de los edificios. Miró a su alrededor y no había más corredores, solamente unos cuantos policías que trataban de aminorar las inclemencias del tiempo con café y arrejuntándose unos contra otros. En pocos minutos empezó a caer insistentemente aguanieve. Luego sintió una abrupta baja de temperatura. Apretó el paso para llegar a su carro, pero fue imposible porque una atípica tormenta de nieve cayó sobre la ciudad convirtiéndola, en un instante, en un bellísimo paisaje invernal.

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