El clima de marzo
La chica del clima llegó
temprano al foro de televisión, leyó con pesada somnolencia el reporte
meteorológico mientras arrojaba el grueso abrigo al perchero comunal. Dos
frentes fríos estaban entrando con lluvia y ráfagas de viento congelante, los
últimos de la temporada según la fuente. En treinta minutos aparecería en el
espacio noticioso, por lo que se abandonó al breve sueño mientras la
maquillista trataba de desaparecer las imperfecciones causadas por las
constantes desveladas. Ese día llevaba un vestido holgado, el cual trataba,
inútilmente, de ocultar la morbosa y neurótica fascinación que causaba en los
hombres. Nunca había sido una mujer débil ni delicada, pero encajaba perfectamente
en el mundo de las fantasías eróticas del sexo masculino. Cinco minutos
faltaban para entrar al aire. Alisó su vestido con modorra desexualizada. Se
colocó el apuntador con lentitud, escuchó las últimas indicaciones del jefe de
piso. Era su primera aparición y estaba sumamente nerviosa. Las cortinillas de
los anunciantes brillaban en los monitores del estudio. Respiró hondo y caminó
con paso firme hacia la pantalla verde. Cuando regresaron del corte, el
presentador inició con los avances noticiosos, ensalzó la belleza de la nueva presentadora
para luego cederle cámara y micrófonos.
El corredor escuchó las
noticias climatológicas sin entender realmente nada, había notado cierta
turbación en la voz de la chica del clima, y por primera vez, constantes
correcciones a las predicciones climáticas. El día despejaría y abriría como
siempre, escuchó como proféticas las palabras cuando apagó el televisor desde
la puerta de la casa. Tenía el tiempo medido y realmente deseaba correr en Chapultepec.
Notó que hacía frío y solo llevaba una sencilla playera deportiva de manga
larga. No quiso regresar pues en menos de quince minutos entraría en calor y la
ropa gruesa le estorbaría cuando subiera la temperatura. Empezó a trotar
alrededor del lago, subió al Alcázar a pesar del gélido viento que lo empujaba
como bravucón enfebrecido, cuando llegó a la cima vio la ciudad llorosa a causa
de una incipiente lluvia, la cual caía constante sobre las azoteas y fachadas
de los edificios. Miró a su alrededor y no había más corredores, solamente unos
cuantos policías que trataban de aminorar las inclemencias del tiempo con café
y arrejuntándose unos contra otros. En pocos minutos empezó a caer insistentemente
aguanieve. Luego sintió una abrupta baja de temperatura. Apretó el paso para
llegar a su carro, pero fue imposible porque una atípica tormenta de nieve cayó
sobre la ciudad convirtiéndola, en un instante, en un bellísimo paisaje
invernal.
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