Con los ojos cerrados
Los
primeros rayos matinales descargan su tibio calor sobre la piedra aun fría. El
sonido de un teléfono apenas me distrae del eterno letargo, luego un parloteo
insulso revienta como un grito sobre las desgastadas baldosas. En unos cuantos
minutos las campanas despertaran a las insomnes palomas y entonces levantaran
el vuelo hacia las fuentes grises y verdosas. Ahí, tal vez, encontraran un alma
caritativa con algunas migajas de pan. Es temprano y la plaza está limpia, no
quedan vestigios de la romería nocturna, donde lágrimas piadosas se amalgamaban
con las risas de falsos demonios e infantiles brujas, pero debido al profundo misterio
que rodea a la muerte, no se dieron cuenta de que juntos caminaban en la eterna
confusión del ir y venir de vivos y muertos. No puedo quejarme, también tomé
parte de la otoñal verbena. Mi disfraz fue sutil para que no vieran mis manos
engarrotadas ni la cruz de alma en pena, tampoco la mirada cincelada a golpe de
martillo. Nadie miró el pedestal vacío en esa soledad sin paredes. Tampoco notaron
mi caminar rígido ni aun cuando los dulces se escurrían entre mis helados
dedos. Como he gozado esta noche. Siento aun el pulso en mis sienes por la
excitación producida por el desvelo. Por lo que dichoso me entregaré al sueño
con los ojos cerrados.
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