sábado, 7 de noviembre de 2015

Con los ojos cerrados



Los primeros rayos matinales descargan su tibio calor sobre la piedra aun fría. El sonido de un teléfono apenas me distrae del eterno letargo, luego un parloteo insulso revienta como un grito sobre las desgastadas baldosas. En unos cuantos minutos las campanas despertaran a las insomnes palomas y entonces levantaran el vuelo hacia las fuentes grises y verdosas. Ahí, tal vez, encontraran un alma caritativa con algunas migajas de pan. Es temprano y la plaza está limpia, no quedan vestigios de la romería nocturna, donde lágrimas piadosas se amalgamaban con las risas de falsos demonios e infantiles brujas, pero debido al profundo misterio que rodea a la muerte, no se dieron cuenta de que juntos caminaban en la eterna confusión del ir y venir de vivos y muertos. No puedo quejarme, también tomé parte de la otoñal verbena. Mi disfraz fue sutil para que no vieran mis manos engarrotadas ni la cruz de alma en pena, tampoco la mirada cincelada a golpe de martillo. Nadie miró el pedestal vacío en esa soledad sin paredes. Tampoco notaron mi caminar rígido ni aun cuando los dulces se escurrían entre mis helados dedos. Como he gozado esta noche. Siento aun el pulso en mis sienes por la excitación producida por el desvelo. Por lo que dichoso me entregaré al sueño con los ojos cerrados.

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