viernes, 16 de octubre de 2015

La resucitada



Era una de esas noches sin sueños, de esas noches de terror y remordimiento, en la cual los fantasmas deambulan dolientes como almas en pena. Durante días había llorado y también entregado a la bebida hasta perder la razón. Pero esa noche en especial conserve, por algún extraño presentimiento, la sobriedad y el inagotable insomnio. Anna, mi mujer, dormía a mi lado y lucía radiante, satisfecha, con el rostro asombrosamente hermoso aunque pálida y trasparente, entonces sentí que mi cama tenía algo de tumba y mi casa mucho de mausoleo. 

Recuerdo que el velorio no fue concurrido, apenas unos cuantos amigos habían asistido, pero se habían ido retirando después de ofrecer el pésame a la familia. Mi cuñada y mi suegra llegaron entrada la madrugada y se quedaron conmigo toda la noche. Mis hijos se quedaron en casa, eran demasiado pequeños para asistir a la funeraria y velar a su queridísima madre. Ella había muerto debido a una rara enfermedad, la cual la postró en cama durante meses hasta el fatal día. Los médicos solo lograron alargar su agonía lastimosamente.

Apenas hace trece noches, luego de tocar el timbre varias veces, una voz lejana me suplicó abrir la puerta. Una loca se había equivocado de dirección, pensé entre dientes. Me levanté con un humor de los mil diablos, pero al ver a mi difunta mujer me quedé petrificado. Ella entró como una brisa helada y me abrazo durante un largo tiempo. Me comentó que había tenido un sueño extraño y se encontraba perdida en la más densa oscuridad de silencios y recuerdos, pero encontró el camino de regreso a casa.

Los siguientes días, los pequeños la miraban de reojo, con mucho miedo, cuando Anna los trataba de acariciar, ellos la esquivaban y se echaban a correr temblando a su habitación. La madre de Anna se desmayó cuando la vio, mientras su hermana rompió en un triste llanto. En el vecindario todos nos miraban con recelo y aterrados cambiaban de acera. Muchos se persignaban entre oraciones para que encontrará, la finada, la santa paz en el sepulcro. El cura dio gracias al señor por el milagro, pero iracundo nos impidió la entrada a la parroquia.

Las mejillas de Anna tenían el color de un cirio, cuando las maquillaba cobraban el brillo de una leve flama a punto de extinguirse. Sus apagados ojos se hundieron y enmarcaron con unas ojeras intensamente negras, las cuales asemejaban la profundidad de un pozo oscuro. El olor a sepulcro llenaba la casa con un vaho húmedo y pegajoso. En las horas del crepúsculo, ella rondaba los pasillos como un espectro. Pocas veces me atreví a abrazarla, en esas ocasiones el valor me abandonaba y al mismo tiempo se congelaban mis deseos.

Pero esa última noche, Anna vertió sobre su cuerpo gotas de perfume y cubrió la palidez sepulcral de su cuerpo con un vaporoso negligé, pinto sus labios de un rojo vivo, su cabello negro brillaba intensamente, incluso sus ojos tenían un resplandor atrevido y lujurioso. Sin voluntad la tomé, como si estuviera atado a un cordón invisible, aunque en mi conciencia supiera que le estaba haciendo el amor a una muerta. Entonces el frio se hizo más agudo, por lo que me aparte aterrorizado y lleno de pavor abandone la casa junto con mis hijos.

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