lunes, 21 de septiembre de 2015

La casa de muñecas



Regrese a casa con algo más que recuerdos. Todavía con las mieles del sueño, producido por el calor del verano bajo la sombra de un frondoso roble. Subí a mi habitación y al empezar a desvestirme, encontré, en los bolsillos del delantal, etiquetas con las leyendas «CÓMEME» y «BÉBEME», así como pedazos mordisqueados de una desconocida seta. Los deje sobre la cómoda y sorprendida me mire al espejo. Pensé que era una broma de mi hermana, por lo que no pude ocultar el enojo y arroje lejos todo lo que estaba a mi alcance. La muy bribona se burló de mí, pensé, mientras maquinaba algo peor; quizá me desquitaría destruyendo su casa de muñecas. Ella la amaba tanto, fue un regalo de Navidad, mucho mejor que el mío, el cual había arrojado en el hoyo de un árbol. En esos instantes, entró por la ventana mi gata, a la cual tome entre mis brazos y la empecé a acariciar. Su suave ronroneo me fue apaciguando hasta llevarme directamente bajo las cobijas. Luego de un rato cerré los ojos, no podía conciliar el sueño o eso creía, porque vi claramente como mi pequeña gata bajó de la cama, se fue a un rincón y se comió un pedazo de seta, por un momento trate de detenerla, pero algo en mi interior no me dejaba levantar. La gata entró a la casa de muñecas y empezó a crecer inmensurablemente. Los destrozos fueron considerables, la cola salía por la ventana, las patas rompían las pequeñas ventanas y la cabeza astillaba el techo. Al día siguiente mi hermana lloraba desconsoladamente, trate de calmarla, le conté sobre las migajas de las setas y como la gata al crecer había destruido su hermosa casa de muñecas. Mi hermana me miró sorprendida y me llamo mentirosa. Debajo de mi pijama sobresalía una pequeña puerta rota y en mi cabello brillaban las astillas del rojizo techo de madera. 

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