Noche de suicidas
Una buena noche te sientas
en una banca con la firme intención de olvidar un mal día. Incluso suspiras
aliviado por encontrar un poco de paz. Parpadeas para que la poca gente
desaparezca abducidos por las farolas o simplemente les gruñes con ojos
enloquecidos para que se alejen, precipitadamente, hacia otros rincones. Inflamado
de poder, te atreves a esconder la luna detrás de las inmensas moles de acero y
concreto, mientras las notas bucólicas de un lastimoso organillero caen como
hojas heridas. Suspiras con profundo placer. No te atreves a levantar la mirada
porque sigues temeroso. Un profundo silencio se adueña del espacio mientras el
tiempo toma un breve descanso. Recuerdas, escasamente, porque estás huyendo. Tienes
la vaga imagen de un cuerpo meciéndose mecánicamente.
Era ella o tú, pero alguien
tenía que quedarse a pagar los platos rotos en las oficinas del partido. Estuviste
desfalcando la caja chica, la grande y todo dinero que entraba en los libros de
contabilidad y fuera de estos. Construiste un laberinto con infinidad de
encrucijadas y endebles mentiras solo para perderte entre el dinero y la
infidelidad. Pensaste que entre tanta confusión causada por las elecciones, su
creciente intimidad pasaría inadvertida. Se cegaron en silenciosas relaciones y
se encadenaron a un deseo lascivo. Nunca pensaron volver sobre sus pasos. Nunca
tendieron un hilo dorado para guiarlos de nuevo, sanos y salvos, a la salida.
Luego la triste decisión. Preparaste la cuerda y la nota suicida. De pronto, la
cuerda se enrolló en su cuello y no dejaste que el grito despertará al
silencio.
En un acto de canibalismo
borraste las huellas y la memoria para salir huyendo hacia el dulce pantano de tu
vida conyugal. Ella, como dama patibularia, quedó a merced del viento y de las
espirales cancerosas de los cigarrillos de incipientes detectives, los cuales
se quebrarán la cabeza divagando entre dos hipótesis: en la primera, con
miradas cansadas, concluirán que se colgó, en un acto suicida, pues la soga le
prodigaba un asfixiante abrazo; en la segunda, declararán que fue un acto
fallido, de alegres bacanales y deleites inesperados, de aquellas personas que
son seducidas por relaciones impropias. En todo caso, tú saldrás al día
siguiente, con los ojos lastimosos por el falso llanto, con esposa e hijos de
la mano, sin dar pie a pregunta alguna. Leerás un breve comunicado, escrito
desde hace tiempo, agradeciendo el eficiente trabajo de una gran colaboradora y
que llegarás hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga.
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