martes, 23 de junio de 2015

Noche de suicidas



Una buena noche te sientas en una banca con la firme intención de olvidar un mal día. Incluso suspiras aliviado por encontrar un poco de paz. Parpadeas para que la poca gente desaparezca abducidos por las farolas o simplemente les gruñes con ojos enloquecidos para que se alejen, precipitadamente, hacia otros rincones. Inflamado de poder, te atreves a esconder la luna detrás de las inmensas moles de acero y concreto, mientras las notas bucólicas de un lastimoso organillero caen como hojas heridas. Suspiras con profundo placer. No te atreves a levantar la mirada porque sigues temeroso. Un profundo silencio se adueña del espacio mientras el tiempo toma un breve descanso. Recuerdas, escasamente, porque estás huyendo. Tienes la vaga imagen de un cuerpo meciéndose mecánicamente. 

Era ella o tú, pero alguien tenía que quedarse a pagar los platos rotos en las oficinas del partido. Estuviste desfalcando la caja chica, la grande y todo dinero que entraba en los libros de contabilidad y fuera de estos. Construiste un laberinto con infinidad de encrucijadas y endebles mentiras solo para perderte entre el dinero y la infidelidad. Pensaste que entre tanta confusión causada por las elecciones, su creciente intimidad pasaría inadvertida. Se cegaron en silenciosas relaciones y se encadenaron a un deseo lascivo. Nunca pensaron volver sobre sus pasos. Nunca tendieron un hilo dorado para guiarlos de nuevo, sanos y salvos, a la salida. Luego la triste decisión. Preparaste la cuerda y la nota suicida. De pronto, la cuerda se enrolló en su cuello y no dejaste que el grito despertará al silencio.

En un acto de canibalismo borraste las huellas y la memoria para salir huyendo hacia el dulce pantano de tu vida conyugal. Ella, como dama patibularia, quedó a merced del viento y de las espirales cancerosas de los cigarrillos de incipientes detectives, los cuales se quebrarán la cabeza divagando entre dos hipótesis: en la primera, con miradas cansadas, concluirán que se colgó, en un acto suicida, pues la soga le prodigaba un asfixiante abrazo; en la segunda, declararán que fue un acto fallido, de alegres bacanales y deleites inesperados, de aquellas personas que son seducidas por relaciones impropias. En todo caso, tú saldrás al día siguiente, con los ojos lastimosos por el falso llanto, con esposa e hijos de la mano, sin dar pie a pregunta alguna. Leerás un breve comunicado, escrito desde hace tiempo, agradeciendo el eficiente trabajo de una gran colaboradora y que llegarás hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga.

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