La cena de las arañas
Es una
de esas noches sin sueños, de esas noches de terror y remordimiento, en la cual
los fantasmas deambulan en las esquinas llenas de telarañas. El insomnio ha
enterrado el pálido descanso del lecho para convertirme en un manojo de nervios
y ansiedad. Con los ojos desconfiadamente abiertos puedo ver a una enorme araña
descender lentamente como una alucinación, donde ocho ojos multiplican mi
semblante demacrado por la eterna vigilia. Convirtiendo mi desmedida
imaginación en una teatralidad casi maniaca. Trato de espantar al miedo para
librarme de visiones y fantasías con una risa morbosa, pero el silencio
sepulcral de mi alcoba impide toda esperanza. Mientras la araña descuelga,
centímetro a centímetro, el último capullo hacia una presa que yace inmóvil y
callada. Estoy enterrado en un profundo coma letárgico. Una mordida sometió mi
voluntad, pero tengo el cerebro intacto, porque las muy malditas están gozando
mi suplicio al devorarme vivo.
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