miércoles, 28 de octubre de 2015

La cena de las arañas



Es una de esas noches sin sueños, de esas noches de terror y remordimiento, en la cual los fantasmas deambulan en las esquinas llenas de telarañas. El insomnio ha enterrado el pálido descanso del lecho para convertirme en un manojo de nervios y ansiedad. Con los ojos desconfiadamente abiertos puedo ver a una enorme araña descender lentamente como una alucinación, donde ocho ojos multiplican mi semblante demacrado por la eterna vigilia. Convirtiendo mi desmedida imaginación en una teatralidad casi maniaca. Trato de espantar al miedo para librarme de visiones y fantasías con una risa morbosa, pero el silencio sepulcral de mi alcoba impide toda esperanza. Mientras la araña descuelga, centímetro a centímetro, el último capullo hacia una presa que yace inmóvil y callada. Estoy enterrado en un profundo coma letárgico. Una mordida sometió mi voluntad, pero tengo el cerebro intacto, porque las muy malditas están gozando mi suplicio al devorarme vivo.

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