domingo, 27 de marzo de 2016

Un diablo no es más que un ángel perdido




Tenía tiempo resistiéndome a asistir a una misa, y mucho más a una boda, pero una mala coordinación en los horarios hizo que llegara a tiempo a la ceremonia religiosa. No me acordé de la media hora de anticipación para que, los invitados despistados lleguen por lo menos a mitad de la misa. En fin, me tocó presenciar el ritual desde el inicio. Me gusto la sonrisa de felicidad de los novios, los nervios de los padres, las risas maliciosas de los primos y hermanos, los gritos y el llanto de los sobrinos pequeños, además de los persistentes flashazos de los fotógrafos. Por cierto, me uní junto con mi cámara a esa comunidad de luciérnagas vespertinas. La liturgia transcurrió imperturbable con sus reglas establecidas desde hace siglos, pero en el momento de la comunión la sentencia del sacerdote me arrojó a las llamas de la excomunión: “las personas que no estén casadas por la iglesia no pueden comulgar”.

No puedo decir que me asombró pues ya había escuchado algunos comentarios de varios amigos, pero sentir el desprecio de una institución donde el perdón y la redención de los pecadores debe ser una prioridad para salvar a una humanidad enferma espiritualmente (considero más pensante) y cada vez más alejada de la iglesia católica. Donde los sacerdotes están recluidos en sus templos esperando los generosos donativos (por no decir exorbitantes cuotas) por celebrar misas para todos los sacramentos. Cierto es que, nunca he visto al sacerdote de mi colonia realizar trabajo pastoral en la comunidad, ni cuando vecinos y familiares mueren en sus casas. Antes el templo estaba abierto a toda hora para rezar cuando flaqueaba la fe. Por lo mismo, mis horarios y los de Dios ya no coinciden por lo que me he convertido en una oveja descarriada. 

La “Parábola de la oveja perdida” me parece muy acertada para terminar este relato; aunque, pensándolo bien, me tiene sin cuidado que una institución perversamente anacrónica, la cual ha cometido infinidad de atrocidades, en el nombre de Dios a través de toda su historia, me condené, sin mayor trámite, al infierno.

¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió. Os digo que, del mismo modo, habrá en el Cielo mayor alegría por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no la necesitan. (Lucas 15:4-7)

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