Las partes íntimas
Deambulada desnuda por las
calles en busca de comida, llevaba un abrelatas oxidado y demasiado usado.
Cuando fue atrapada la llevaron al centro de detención para evaluar su estado
de salud. Era un misterio haberla encontrado perdida, en medio de la ciudad, en
un estado tan salvaje. Los estudios revelaron que era complemente humana y no
tenía rastros del virus que casi extermina a la raza humana. Aun así, fue
descontaminada y puesta en cuarentena.
Durante semanas trataron de
mantenerla vestida, aunque a la menor provocación se despojaba de esta y mostraba
su bien formado cuerpo, el cual, sin duda, despertaba los más bajos instintos
sexuales en los pocos sobrevivientes de una tierra postapocalíptica.
Los pocos humanos que lograron
huir todavía estaban horrorizados por la carnicería provocada por los zombis.
Se refugiaron en centros amurallados, mientras ocurría la matanza en las
calles. Cuando se dieron cuenta de que los muertos estaban “muriendo” por la
falta de comida, entonces regresaron para buscar sobrevivientes.
Ella era una de las pocas
personas que fueron rescatadas en medio del insoportable hedor de los cuerpos
descompuestos. Fue imposible comunicarse con ella pues no conocía el lenguaje
humano, solo utilizaba pequeños gruñidos para darse a entender. Cuando
lograron, por así decirlo domesticarla, fue hospedada en las barracas de las
mujeres de la colonia.
Sin embargo, ella tenía en
mente otros intereses, observaba la reacción de los hombres mientras adoptaba posturas
atrevidas, imitando, torpemente, las fotografías de las revistas de su padre.
Empezó mostrando una pierna,
luego ambas, con el tiempo se volvió más atrevida. Levantaba su vestido para
mostrar una creciente pelusilla rojiza, en otras ocasiones solo mostraba sus
redondos glúteos mientras los sacudía sugestivamente. Agitaba ambos senos como
las chicas alegres que aparecían en la película Orgia en el gimnasio del instituto.
Notó la turbación que causaba
en los hombres, pero logró captar su atención hasta que algunos llegaron,
tímidamente, a tocarla unos breves instantes.
Ella sostuvo relaciones
sexuales con varios hombres, quienes, misteriosamente, aparecían muertos, pero
carecían de sus partes íntimas. Las marcas de dientes dejados en la parte del
pubis pertenecían a una mujer. Por lo que todas las mujeres fueron recluidas
mientras concluían las investigaciones. Al poco tiempo empezaron a encontrar
cuerpos femeninos con mutilaciones en sus partes íntimas.
No tenían la menor idea de lo
que estaba sucediendo. Otro brote de zombis que comían solamente los genitales.
¿Dónde estaban? ¿Cómo podían estar escondidos sin ser detectados? Y, sobre
todo, ¿cómo entraban y salían de la colonia? Esto alteró por un tiempo la paz
del lugar.
Nunca lograron encontrar
ningún rastro que los llevara al perpetrador, quien con el tiempo llegó a
convertirse en parte del folclore de esta nueva sociedad.
Ella estaba embarazada de un
niño, pero al transcurrir de los meses perdió, —en vez de redondearse como
cualquier mujer en estado de gravidez—, gradualmente peso hasta quedar casi en los
huesos. Su piel se convirtió en una cascara maloliente y cetrina. En los
últimos meses pequeños pedazos de carne se le fueron cayendo, como si tuviera
una especie de lepra. Los doctores estaban conmocionados y bastante aterrados. No
quisieron arriesgarse y con sutileza salvaje fue echada del refugio.
Durante días recorrió las
calles vacías. Esquivó como pudo a algunos muertos vivientes que aún
continuaban circulando por la ciudad. Cuando llego al local de pornografía
sintió que había regresado a casa, luego de un largo viaje. Entró y espero la
llegada de su bebe, engendrado por el deseo de los vivos y el hambre de los
muertos, un pequeño zombi, quien se abría paso, con ansiosas y edípicas dentelladas,
hacia la luz de un nuevo día.
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