jueves, 17 de marzo de 2016

Las partes íntimas



Deambulada desnuda por las calles en busca de comida, llevaba un abrelatas oxidado y demasiado usado. Cuando fue atrapada la llevaron al centro de detención para evaluar su estado de salud. Era un misterio haberla encontrado perdida, en medio de la ciudad, en un estado tan salvaje. Los estudios revelaron que era complemente humana y no tenía rastros del virus que casi extermina a la raza humana. Aun así, fue descontaminada y puesta en cuarentena.

Durante semanas trataron de mantenerla vestida, aunque a la menor provocación se despojaba de esta y mostraba su bien formado cuerpo, el cual, sin duda, despertaba los más bajos instintos sexuales en los pocos sobrevivientes de una tierra postapocalíptica.

Los pocos humanos que lograron huir todavía estaban horrorizados por la carnicería provocada por los zombis. Se refugiaron en centros amurallados, mientras ocurría la matanza en las calles. Cuando se dieron cuenta de que los muertos estaban “muriendo” por la falta de comida, entonces regresaron para buscar sobrevivientes.

Ella era una de las pocas personas que fueron rescatadas en medio del insoportable hedor de los cuerpos descompuestos. Fue imposible comunicarse con ella pues no conocía el lenguaje humano, solo utilizaba pequeños gruñidos para darse a entender. Cuando lograron, por así decirlo domesticarla, fue hospedada en las barracas de las mujeres de la colonia.

Sin embargo, ella tenía en mente otros intereses, observaba la reacción de los hombres mientras adoptaba posturas atrevidas, imitando, torpemente, las fotografías de las revistas de su padre. 

Empezó mostrando una pierna, luego ambas, con el tiempo se volvió más atrevida. Levantaba su vestido para mostrar una creciente pelusilla rojiza, en otras ocasiones solo mostraba sus redondos glúteos mientras los sacudía sugestivamente. Agitaba ambos senos como las chicas alegres que aparecían en la película Orgia en el gimnasio del instituto

Notó la turbación que causaba en los hombres, pero logró captar su atención hasta que algunos llegaron, tímidamente, a tocarla unos breves instantes. 

Ella sostuvo relaciones sexuales con varios hombres, quienes, misteriosamente, aparecían muertos, pero carecían de sus partes íntimas. Las marcas de dientes dejados en la parte del pubis pertenecían a una mujer. Por lo que todas las mujeres fueron recluidas mientras concluían las investigaciones. Al poco tiempo empezaron a encontrar cuerpos femeninos con mutilaciones en sus partes íntimas. 

No tenían la menor idea de lo que estaba sucediendo. Otro brote de zombis que comían solamente los genitales. ¿Dónde estaban? ¿Cómo podían estar escondidos sin ser detectados? Y, sobre todo, ¿cómo entraban y salían de la colonia? Esto alteró por un tiempo la paz del lugar.

Nunca lograron encontrar ningún rastro que los llevara al perpetrador, quien con el tiempo llegó a convertirse en parte del folclore de esta nueva sociedad.

Ella estaba embarazada de un niño, pero al transcurrir de los meses perdió, —en vez de redondearse como cualquier mujer en estado de gravidez—, gradualmente peso hasta quedar casi en los huesos. Su piel se convirtió en una cascara maloliente y cetrina. En los últimos meses pequeños pedazos de carne se le fueron cayendo, como si tuviera una especie de lepra. Los doctores estaban conmocionados y bastante aterrados. No quisieron arriesgarse y con sutileza salvaje fue echada del refugio.

Durante días recorrió las calles vacías. Esquivó como pudo a algunos muertos vivientes que aún continuaban circulando por la ciudad. Cuando llego al local de pornografía sintió que había regresado a casa, luego de un largo viaje. Entró y espero la llegada de su bebe, engendrado por el deseo de los vivos y el hambre de los muertos, un pequeño zombi, quien se abría paso, con ansiosas y edípicas dentelladas, hacia la luz de un nuevo día.

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