miércoles, 17 de mayo de 2017

Sobreviviendo con miedo

No puedo afirmar que sobrevivir con miedo sea una gran aventura, pero todo empieza con el estrepitoso sonido de la alarma que me arranca de la cama. Desde ese momento, no hay pausa, comienza la odisea diaria con los somnolientos hijos y la escuela lejana. La consigna es llegar temprano. Luego, como buen navegante, y con brújula en mano, dirijo mis pasos al parque más cercano y troto hasta el cansancio. Entonces todo cambia, mi entorno se convierte en un corredor verde, donde, si tengo suerte, la lluvia bendecirá mi paso y convertirá el camino en un obstáculo de agua, el cual saltaré con la alegría de un niño. Cierto, cuando termino este remanso matutino, regreso a la realidad de un país desgastado por la corrupción, el homicidio y el robo institucional, un país contagiado por la miseria moral que ha afectado, como un virus, a toda la clase política. No es privativo de mi país, existen otros peores. Es un buen consuelo para no terminar suicidándome. Sin embargo, me encojo de hombros, porque he aprendido el juego, un juego donde todos salimos perdiendo. Por eso soy asiduo a las redes sociales, no puedo evitar caer en la hipnosis colectiva de ese mundo virtual, pero latente, vivo. Me sumerjo como un adolescente en las complicidades y desavenencias, en las criticas e insultos, y sin saberlo, a ciencia cierta, entro en la vorágine agresiva del medio. Escribo, borro, evado con la sutil gracia del anonimato y de la distancia. Es imposible salir ileso, pero a veces lo logro. En fin, mientras estoy en casa estoy a salvo, pero me da pavor salir, caminar, tomar el camión, cruzar la calle y llegar a la esquina. No es vivir, es sobrevivir, porque rezo cuando salgo de casa, rezo para regresar intacto, sin un rasguño, ileso, rezo para no ser robado o vejado. Es un acto totalmente humano el vivir con miedo, miedo a no morir en una ciudad altamente contaminada y gobernada por la delincuencia, pero he aprendido a respirar dentro de toda esta podredumbre, o eso creo, porque me he vuelto un experto evadiendo el peligro. No es fácil, lo sé, porque, al final del día, sé que mi viaje no ha terminado, en todo caso he saltado un obstáculo más. Porque cada noche reciclo mis pavores cuando pongo a tiempo el despertador.

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