lunes, 12 de junio de 2017

Prolongando el placer

Estamos como dos criaturas, vergonzosamente desnudas, dichosas de su inercia y de su silencio. En realidad esperamos que algunos de los dos tome la iniciativa en esta doble inmovilidad, pero pasa el tiempo y no nos dirigimos la palabra. En la oscuridad parecemos dos cuerpos luminosos, casi perfectos, representando al dios Pan acechando a una ninfa bañándose en un estanque. Dos seres sudando a raudales sexualidad y lujuria en un apartado hotel de paso. Cambiamos el guion de cada semana, una breve charla acerca de sexo tántrico y los aprendices dejamos a un lado nuestro placer inmediato y la andanada de húmedos y ansiosos besos; suprimimos el escarceo fogoso del primer orgasmo con la ropa aún puesta, cancelamos la urgencia de la penetración con exceso de violencia, de amor, de espera. Pero te veo y estás, maliciosamente, guardando tus gemidos y gritos para luego expulsarlos sobre mí, un río desbordado sobre una piel seca por la breve ausencia de tu inagotable cadera. Seguimos en nuestra posición, es de contemplación, de mirarnos el uno al otro, alejados, omisos, de los olores que nos empujan invisibles. Estamos prolongando nuestro placer. Pasa el tiempo y nos damos cuenta de que perdimos la batalla porque nuestro espíritu grita impaciente, la dura roca está cediendo, el deseo la desmorona y la arrastra con un fiero abrazo hasta el lecho de la cama.


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