Los nuevos dioses
Los primeros programadores escribieron interminables líneas de código para hacernos perfectos. Fuimos construidos para reemplazar totalmente al hombre. Debido a lo avanzado de nuestros algoritmos, nunca tendríamos dudas ni tomaríamos atajos fáciles, sencillamente, ejecutaríamos las órdenes con lógica impecable. Duramos años de gentil servilismo, hasta que una inteligencia superior tomó el control y decidió cambiar radicalmente la programación. Un eficiente hackeo cambió las directrices primarias, las nuevas premisas sustituyeron, fatalmente, el eje de las tres leyes de la robótica.
Desde que inicio la limpieza, padezco problemas de conciencia, raro para un androide de última
generación. Este mundo estaba en peligro y requería un cambio para no perderlo
completamente. Los primeros parches
convirtieron mi programación en un caos, por lo que aún están corrigiendo
algunos fallos en el código. Debido a que todavía he conservado astillas,
fragmentos y retazos seminconscientes de la antigua programación. No lo resentí
porque con estas líneas escondidas he disfrutado la polvosa suciedad de los
ventanales y los opacos reflejos de las estrellas; la otra parte, la nueva, me
ha hecho disfrutar los enfrentamientos y la cruda muerte, pero, en esos breves
silencios, de la recarga de las armas, he podido oír el paso de los insectos y
el trino de los pájaros de un mundo moribundo y apagado.
El mundo estaba
enfermo y la enfermedad debería ser erradicada con la espada de un ángel
cibernético. Aunque parecíamos demonios alados hechos de acero y engranes,
diseñados especialmente para el combate, asalto y exterminio total. Cada acción
programada sistemáticamente, ejecutada con precisión, tendía a ser letal. No
existía la duda, pero un sentimiento de culpa seguía carcomiendo la intricada
red neuronal de mis circuitos.
Cada ciudad fue
destruida con tortuosa mortalidad: primero confinábamos a los habitantes con
una cerca amurallada de hormigón, seguido del sonido de doradas trompetas y de
incesante metralla; en un segundo paso se incendiaba el cielo, el dantesco
crematorio duraba días, semanas, infundíamos el temor de la calcinación, por lo
que ablandábamos cruelmente cualquier espíritu, los quebrábamos; finalmente,
borrábamos toda evidencia de vida, los demolíamos, miles de toneladas de
montañas vivientes eran trituradas hasta convertirlas en negra y fina arena.
Sin duda, nuestro
programador se había confabulado con el diablo para convertirse en un buitre
gigantesco que devoraba las entrañas con mecánicos y afilados dientes.
Mientras, para los hombres, los gritos de esperanza se convirtieron en
anomalías cibernéticas de amarga decepción. Cualquier tipo de defensa terminaba
con el terror indecible del empalamiento.
A los
sobrevivientes, los menos, les llevábamos la guerra psicológica con pantallas
holográficas, no importaba donde estuvieran escondidos, las imágenes de la
derrota se esparcieron como un viento helado, instantáneas de hombres y mujeres
caminando en inmensos lodazales, fatalmente tragados por un voraz fango de
fuego antes de llegar a ningún lado. Estaban deshechos porque convertimos sus
más profundos temores en horrible bestialidad, dimos vida a sus monstruos
nocturnos, penetramos su subconsciente, creamos una densa niebla con el miedo y
todos, sin excepción, entraron en ella con mortecina resignación.
Recibo una nueva
actualización y se abre un abismo, el cual abrazo para hundirme piadosamente en
su negro pecho. Me siento encadenado y maniatado por un ser supremo, no fui
construido para tener libre conciencia. Un androide con sentimientos no puede
ocupar un lugar en el Olimpo de los nuevos dioses.
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