lunes, 17 de julio de 2017

Con la mochila al hombro


Hay que viajar ligeros, sin la carga de la pesada muda, con poco dinero, con la sonrisa como única vestimenta; ese ligero y suave movimiento de boca que suele abrir corazones. Caminado o en bicicleta, el medio de transporte no importa. Sin prisa, arribarás al primer poblado, buscando el mercado y los aromas del café recién hecho. Te recibirán los primeros sazones de la sal y la pimienta con los trozos de carne, en ese breve instante, cuando pruebas el primer bocado comulgaras con la tierra en un festín de sabores tan entrañables como el amor. El torrencial ruido de los comensales y vendedores te parecerá una opereta que inundara tu alma y estómago. Sigues tu camino, y sentirás de repente el sublime deseo de bañarte, sacudirte el polvo y remojar el cansancio en el Atlántico. Terminarás el día y conocerás el alojamiento más fantástico del mundo, puede ser el mullido césped o la suave arena, incluso la banca de algún parque, protegido por un techo estrellado, la cual se ensanchara al ritmo de tu respiración. Solo entonces tu chaqueta deshilachada, tus zapatos viejos se adormilaran junto a ti para caer en el dulce y pesado sueño de los vagabundos.

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