lunes, 18 de febrero de 2019

Las clases sociales

No existe infancia fácil para quienes tuvimos la suerte de crecer en los barrios pobres, se puede decir que somos la mala hierba que brota como planta salvaje y sobrevive estoicamente como una plaga. Crecí humildemente entre los muros agrietados de las rentas congeladas y de los escasísimos apoyos gubernamentales. Es una vida dura, donde la violencia se acompaña con abundante vino. Soy testigo del exacerbado machismo y de la abnegación de mujeres débiles que multiplican la prole con paupérrimos embarazos. Los que tuvimos la suerte de cursar la educación básica pudimos sortear con éxito algún oficio. Los que no, cubrieron las siempre disponibles vacantes de la delincuencia. Unas cuantas vacunas nos brindaban la protección contra las peores enfermedades y si por alguna causa perdíamos la pelea, todavía teníamos una fe inquebrantable por los remedios caseros. En las épocas en que faltaba el trabajo, nos las ingeniábamos para vender cualquier cháchara o alquilarnos de cargadores, albañiles y hasta carpinteros. No teníamos vergüenza por vestir pantalones rotos y camisas manchadas de mil colores, era parte de la identidad del barrio. En el amor no éramos tan complicados, una buena azotea, entre la ropa tendida, fue y siempre será un buen escondite para las caricias furtivas y los embarazos no deseados. Así se mantiene el exponencial poblacional del barrio y cada año nos coloca más cerca de las sociedades civilizadas. Aunque, se puede decir, que soportan nuestra cercanía con estoico fastidio. Somos la fuerza laboral que construye sus edificios, casas y carreteras. Estos hombres, metrosexuales, se permiten toda suerte de disfraces, suelen mostrar un raro esplendor por los trajes exclusivos, la ropa deportiva de marca, y la falsa inmortalidad que proporcionan la vida sana y las vitaminas. Nuestras mujeres mantienen sus casas limpias y lechos calientes, mientras, sus mujeres, tienen el tiempo suficiente para perderse en el abismo de los rizos rubios, fieles consumidoras de los afiches de belleza y de los divorcios caros. Todos ganamos en esta simbiosis social, ellos fingen buenas obras para distraernos de la pobreza y nosotros conseguimos un poco de las migajas que tiran por la mesa, y de esta manera, mantenemos funcionando, los unos y los otros, el perpetuo ciclo de las clases sociales.

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