Cisne negro
Empecé
a dibujar como todos los días, unos pequeños trazos eran suficientes para
liberar el estrés. Estaba a punto del colapso y necesitaba eliminar la ansiedad
que, empezaba como un nerviosismo ligero hasta convertirse en un sudor frío. Temblaba.
Algo dentro de mi inconsciente quería materializarse sobre una hoja de papel.
Al terminar el dibujo, me encontré con la misma figura, una mancha rodeada por
siluetas, iguales de negras y oscuras. Como los otros dibujos, arrugué la hoja.
La ansiedad había desaparecido así como la tensión de los hombros. El aire frío
del desierto me proporcionaba un ánimo breve y sugestivo. Encendí un cigarro.
Había
dejado las drogas y los sedantes desde hace mucho tiempo, aunque no recuerdo
exactamente la fecha. Sufría de neurosis y crisis de ansiedad constantes por lo
que me era difícil conservar los empleos. Llevaba poco tiempo trabajando dentro
de la Corporación Mandrágora, la cual se dedicaba a fabricar equipo biomédico
para la industria civil y militar. Estaban muy interesados en mis conocimientos
en el diseño de dispositivos de interferencia cuántica, por lo que pasaron por
alto mis pequeños problema de salud, por así decirlo.
Me
asignaron al Laboratorio de Prototipos
con María Requena. Ella al igual que yo padecía algún tipo de desorden mental,
pero poseía una inteligencia brillante en el campo de la neurología. Nuestro
primer encuentro fue una pesadilla, pero logramos sobrevivir y trabajar bajo
una tensa calma. El doctor Ricardo Pellegrini, supervisor en jefe, logró mediar
nuestras diferencias irreconciliables y hasta cierto punto consolidar un buen
equipo de trabajo o él así lo quería creer. Aunque los incidentes continuaban todos
los días. Nos necesitaban juntos y eso quedó bastante claro para nosotros.
María
logró medir las ondas cerebrales, y los desbalances eléctricos derivados de
ciertas enfermedades mentales, como la esquizofrenia, la paranoia, la depresión
y el estrés, lo cual le había dado prestigio dentro de la Corporación
Mandrágora. También pudo encontrar las áreas dentro del cerebro que producían los
trastornos psicóticos. Estaba completamente segura que cada disturbio mental
podía ser analizado y aislado, para restablecer las ondas cerebrales a sus
niveles normales, sin necesidad de soporíferos o sedantes. De acuerdo con su
teoría, solamente se necesitaba ajustar el balance bio-eléctrico del cerebro.
Mi
trabajo dependía del resultado de las investigaciones de María. El doctor Pellegrini
me asignó la tarea de construir un dispositivo que pudiese interferir las ondas
del cerebro, y poder manipularlo sin necesidad de conectar físicamente al
sujeto. Tendría que utilizar las frecuencias que estaban diseminadas en el
medio ambiente y utilizarlas para generar ondas muy parecidas a las del cerebro
humano. Un dispositivo inalámbrico al fin de cuentas para comercializarlo junto
con aplicaciones descargables en
equipos móviles, como celulares y tabletas electrónicas.
Los
meses pasaban a igual que el consumo de los cigarros. Los días sin poder dormir
una noche completa se acumulaban. Estaba en completo estado de alerta o
somnoliento, a ratos me asaltaban los ataques de ansiedad. Sentía cerca la
solución para terminar de desarrollar el «prototipo de control de ondas
cerebrales», pero cada intento era un fracaso que se acumulaba a la ya larga
lista. Empecé a tener problemas de respiración, mis palpitaciones dolían como
golpes de mazo; un sudor excesivo cubría mi cuerpo, a pesar del aire
acondicionado de las instalaciones. Los conflictos con María se dieron con
mayor frecuencia. Ella, igual, estaba ansiosa por terminar el trabajo y
largarse de la Corporación Mandrágora por un largo tiempo. Desde pequeña sufría
el Síndrome de Tourette y estar
encerrada por largos periodos en el laboratorio había agravado su mal; empezó
como simples parpadeos hasta convertirse en largas caminatas en círculos, dando
saltos cada vez más largos y altos. Parecía una mariposa con las alas rotas.
El
interferir la señal portadora de la red celular no fue un gran problema,
tampoco fue crear una señal variable de 0 a 50 Hz, la manipulación de las
señales en el espacio eléctrico era algo común, hasta los hackers más novatos hacían
esta actividad para clonar los servicios celulares, aun con las medidas de
seguridad que implementaban las compañías telefónicas. —El problema real
radicaba en sincronizar esta señal con las ondas mentales—. Necesitaba un nuevo
cuaderno, tenía que dibujar una mancha negra en un pedazo de papel o perdería
la cordura en cualquier momento. Inhalé profundamente el humo del cigarro y me dediqué
a dibujar en la superficie del escritorio.
María
logró decodificar algunas señales de la actividad eléctrica del cerebro, filtró
y eliminó de interferencias la onda que viajaba de un extremo a otro de los cuatro
lóbulos cerebrales, pudo descifrar la señal que envía cada circuito cortical,
para iniciar o terminar una actividad motora en el cuerpo. Cada señal tenía un
patrón bien definido, la cual se generaba en varias partes del cerebro y se
enviaban a través de los circuitos neuronales. Los dos hemisferios cerebrales se
comunicaban entre sí e intercambiaban información, la cual tenía una estructura
fija que podía ser descifrada y codificada. Empezó a experimentar con ella
misma, aisló la señal eléctrica que su cerebro emitía cuando la asaltaban los
tics nerviosos. Tomaba mediciones al terminar de tomar los fármacos
neurolépticos para controlar al travieso
Gilles (así ella llamaba a su enfermedad), de esta manera pudo
reconocer la señal y el hemisferio cerebral que intervenía para disminuir
gradualmente los síntomas.
María
no pudo ocultar su alegría, los patrones eran claros, se comportaban como
espirales con diferentes amplitudes de onda, pero eran sólo eso, simples
espirales con ciertas protuberancias que al analizarse en la computadora tenían
una estructura bien definida. Los patrones se comportaban igual en todos los
casos. Los picos que sobresalían en
las ondas producían una frecuencia igual a una serie numérica. Solamente la
amplitud de la onda variaba por el voltaje que producía el cerebro. Ella empezó
a caminar en círculos toda la noche, cuando amaneció se tiró a la cama, y
durmió todo el día. Era un enorme descubrimiento que revolucionara el
conocimiento que teníamos del cerebro humano.
Cuando
María compartió conmigo sus hallazgos, logré comprender de inmediato los
errores que había cometido. El cerebro se comportaba de acuerdo con las leyes
de la naturaleza, éste generaba ondas normales
de acuerdo con una serie matemática estable, en donde cada pico correspondía en
intensidad a un número de la «Secuencia de Fibonacci». Cuando se alteraba la
cadena numérica, la onda producía espacios
vacíos, en pocas palabras, el cerebro no producía el voltaje necesario para
generar la señal con sus valores nominales. Al corregir estos vacíos numéricos con
el voltaje e intensidad correcta, logramos restablecer la espiral a su estado normal.
Sólo faltaba una cosa: ¿Cómo lograríamos irrumpir el cerebro para inyectar la
nueva onda?—una pregunta que no tardaríamos en responder.
Una
tarde María, el doctor Pellegrini y yo salimos a pasear a Saric, un pueblo
olvidado del estado de Sonora. Las instalaciones estaban ubicadas a 50
kilómetros al noreste de esta cabecera municipal, y la única forma de acceder
era por la carretera 43. Cada mes una avioneta nos traía víveres y cuando había
algún contratiempo viajábamos a Nogales. En Arizona estaban las oficinas
centrales de la multinacional Novarte para la cual, eso lo supe después,
trabajábamos. —El mismo laboratorio que producía las drogas que consumía para controlar
mi ansiedad—. Triste coincidencia. Al respirar el aire caliente del desierto sentí
nostalgia por mi hogar, llevaba casi un año encerrado en las instalaciones de
la compañía. A partir de esta salida, empecé a ver de manera diferente a María,
no supe, si fue producto de las confidencias mutuas o de las largas jornadas de
trabajo juntos.
María
tomó unos días de asueto, estaba totalmente agotada y necesitaba descansar. En
su ausencia termine de armar el prototipo final. Luego de muchas pruebas el
dispositivo estaba listo, lo controlaba a través de una pequeña computadora
portátil, había comprendido por fin cómo alterar las señales eléctricas del
cerebro, descubrí que antes de cada «Secuencia de Fibonacci» el cerebro emitía
un código que le indicaba al lóbulo frontal elevar el nivel de voltaje en la
red neuronal, lo habíamos aislado y
replicado en el laboratorio. Para activarlo solamente necesitamos alertar los
sentidos, un sonido fuerte provocaba un estado de alerta general al lóbulo
parietal. Por lo que el lóbulo frontal se hacía vulnerable a cualquier tipo de intervención.
Estábamos listos para interferir y sincronizar las ondas cerebrales. Aunque
para ser sincero muchos descubrimientos los mantuvimos en secreto.
Cuando
María regresó el «prototipo de control de ondas cerebrales» era una realidad. Lo
bautizamos con el nombre de «Cisne Negro», debido a los sesgos psicológicos del
personaje de la película Black Swan,
donde actúa Natalie Portman y en la cual, ella conecta su lado más oscuro. —La
mancha negra que compulsivamente dibujaba se transformó en un cisne, después de
mucho tiempo, mi mancha tomó la forma de un hermoso cisne negro—. El doctor Pellegrini
no estaba de acuerdo con el nombre pero lo aceptó de mala gana. El Corporativo
Mandrágora consiguió un paciente con esquizofrenia y delirio persecutorio
grave. María midió las ondas cerebrales, identificó los saltos en la «Secuencia
de Fibonacci» y rellenamos la espiral con los voltajes correctos. En pocos
minutos nuestro paciente cambio de aspecto, nos miraba con unos ojos limpios y
radiantes. Los rasgos de su cara se suavizaron, tal parecía que hubiese
rejuvenecido. La primera prueba iba por buen camino.
Entonces
el doctor Pellegrini propuso otro experimento. Él y María estaban seguros que
podíamos inducir una secuencia numérica diferente, me convencieron, aunque tenía
algunas dudas; no sabíamos que pasaría al modificar el patrón de la enfermedad
original. Empezamos por reemplazar los números primos por su inmediato
antecesor. Nuestro paciente tuvo un ataque de esquizofrenia aguda, los primeros
síntomas, primarios, fueron de delirio y alucinaciones, después se empezó a
convulsionar con una fuerza inusitada, como si estuviese poseído, se levantó de
la mesa aún con los electrodos del electroencefalograma conectado, se fue
directamente a la pared, donde se golpeó la cabeza hasta perder el
conocimiento.
Sin
pensarlo, María y yo nos dirigimos para revisar las gráficas; mostraban el
movimiento de las ondas cerebrales, en la primera prueba habían pasado de
RAM-ALTA a Beta y logró estabilizarse en ondas Alfa, pero en la segunda prueba,
al cambiar de secuencia, la cresta de la onda sobrepaso los 50 Hz en pocos
segundos. Nos quedamos por un rato expectantes, sin poder dar crédito al inesperado
resultado del experimento. El doctor Pellegrini comprendió el alcance del proyecto
«Cisne Negro». Inmediatamente tomó el teléfono y llamó a los directores generales
de la Corporación Mandrágora y de Novarte.
María
y yo seguimos trabajando, nos bastaron dos meses más para identificar todos los
patrones numéricos de la mayoría de los trastornos identificados por la Asociación
Psiquiátrica Mexicana. Rearmamos las cadenas con las secuencias numéricas
correctas, realizamos pruebas en pacientes pero sin tratar de repetir el primer
experimento. Creamos mapas virtuales, en donde clasificamos las espirales rotas que causaban los daños cerebrales.
Cuando terminamos el doctor Pellegrini entró al laboratorio con un grupo de
militares a cargo del coronel Belano. —Nuestra investigación dejó de ser un secreto
y pasó a ser prioridad estratégica del
Gobierno—. Aunque nunca supimos si del Americano o del Mexicano.
La
Corporación Mandrágora nos obligó a ejecutar pruebas en pacientes normales. Nuestro
primer paciente estuvo a punto de fallecer. Empezamos aplicando un trastorno
leve de ansiedad. El miedo que manifestó el sujeto fue a cualquier tipo de
insecto; temblaba al mostrarle tan sólo a una pequeña araña. Poco a poco al
cambiar los patrones numéricos, convertimos la ansiedad en pánico, alucinaba
con seres deformes y babeantes que lo perseguían. Tiraba golpes hacía todos
lados, termino balbuceando sonidos incomprensibles. Tuvimos que sedarlo y
restablecer las ondas cerebrales a su estado normal. Logramos estabilizar su
mente sin afectarla. Solamente quedaron daños físicos en el cuerpo y manos. El
coronel Belano mostró satisfacción por los resultados, aunque en extremo
desconfiado. La mayor parte del tiempo mostraba dureza en el trato y facciones.
Solamente algunas veces nos trataba con amabilidad, en esos breves momentos su
rostro reflejaba una suavidad juvenil.
Los
directores de Novarte y de la Corporación Mandrágora llegaron con un gran
dispositivo de seguridad. El coronel Belano y el doctor Pellegrini los
recibieron y llevaron a una sala confinada en las profundidades de las
instalaciones. Algo andaba mal, María empezó con sus tics nerviosos, y yo por
mi parte, empecé a dibujar una mancha negra en un billete arrugado, mi cisne volvía
a convertirse en una mancha negra. En pocos días estábamos siendo vigilados por
militares.
La
supervisión castrense invadió todas nuestras actividades. Nuestro trabajo fue
revisado minuciosamente, desde los registros en las computadoras hasta las
notas más insignificantes. La primera persona en caer en un estrés extremo fue
María, por lo que nuevamente empezó a saltar compulsivamente por todo el
laboratorio. No permitieron que utilizara en ella al «Cisne Negro». La sedaron
fuertemente y la retiraron a su dormitorio. Un científico, recién salido de la
Universidad, tomó su lugar, pero no poseía conocimientos en neurología ni en
medicina biomédica, por lo que los avances se detuvieron un tiempo. Traté de
ocultar mi ansiedad para que no me traicionara. La siguiente persona en ser
reemplazada podría ser yo.
Un
mes después nos pidieron que entrenáramos a un pequeño equipo de científicos
militares en el uso del equipo, al principio no pudimos negarnos, pero al
conocer los planes para reemplazarnos sin recibir el reconocimiento por nuestra
investigación, lograron convertir nuestro entusiasmo en rabia. —Habían pasado
dos años y nos querían botar del proyecto, sin darnos la oportunidad de
disfrutar los frutos de nuestro trabajo—. En ese momento conocimos realmente la
personalidad del coronel Belano, mostró
el carácter del soldado acostumbrado a
la dura disciplina militar, perdió el gesto de amabilidad de los primeros
días, ensombreció su rostro duro e inflexible. Por lo que tuvimos que aceptar
que cualquier tipo de dialogo había terminado. Hasta las quejas del doctor
Pellegrini chocaron ante el muro de concreto que había levantado a nuestro
alrededor.
A
los pocos días María desapareció de las instalaciones sin dejar ningún rastro. Me
comentaron que su enfermedad se había agravado y fue enviada a un hospital de
Novarte en Nogales. Sentí que me estaban engañando, ella nunca se habría ido
sin despedirse de mí, los dos habíamos creado un lazo estrecho. No soporté la
ausencia forzada de mi compañera. Entonces, exploté: — ¡Somos científicos, los
mejores científicos que existen en el campo de la neurología; no me obligue a
utilizar mis conocimientos en su contra! —, le grite al coronel Belano fuera de
mis casillas. Él se me quedó mirando como tratando de entender mis palabras,
mas no respondió, simplemente se dio media vuelta.
Fui
al laboratorio, un plan empezó a rondar en mi cabeza. Inmediatamente, llamé a María,
ella tardó mucho tiempo en contestar, su voz se escuchaba pastosa y lejana,
posiblemente por los sedantes. Conecte mi teléfono al «Cisne Negro» y empecé a
teclear el algoritmo matemático que desarrollé para corregir el Síndrome de Tourette, alcancé a escuchar,
del otro laso de la línea, un sonido gutural e ininteligible. La primera línea
de comandos quemaba, por así decirlo,
la malla neuronal responsable de la enfermedad, la segunda línea restablecía la
espiral con la secuencia numérica correcta, la tercera línea de instrucciones cerraba
los circuitos neuronales para evitar una nueva intervención. No supe el
resultado de la prueba, pensé que había fallado. Alguien había cortado la línea
deliberadamente. No tardarían en investigar el origen de la llamada, me quedaba
poco tiempo antes de que vinieran a detenerme.
Una
frase se había fijado en mi cabeza, una sola frase: “todos tenemos un lado
oscuro”. Conecté la red celular al «Cisne Negro», con ésta alcanzaría todas las
redes de telecomunicaciones, incluyendo las señales de radio y de televisión, así
como todo aquel dispositivo que utilizara el espectro radioeléctrico en México.
Tenía una red gigantesca a mi disposición. Momentos después, un grupo de militares
trataban de forzar la puerta del laboratorio. Para su desgracia estaban
utilizando radios de baja frecuencia para comunicarse. Minutos después, todos
ellos habían enloquecido y disparado entre sí.
Siempre
he pensado que el inconsciente gobierna las más oscuras regiones de la mente,
solamente necesitamos el estímulo correcto para liberar todos los miedos. Puedo
hacer que los sueños se conviertan en visiones hiperrealistas, pesadillas en
estado consciente que pueden llevar al colapso y a divagaciones mentales. Yo no
necesité ningún estímulo, nada lo desató, simplemente se encontraba escondido,
esperando escapar algún día y ese momento llego.
La
red celular empezó a propagar todos los trastornos mentales cifrados en
algoritmos matemáticos, un programa aleatoriamente los descargaba en cada
equipo telefónico en uso, fue como un virus que creció hasta tomar conciencia
propia. Éste saltaba de una frecuencia a otra, cambiaba y mutaba de forma
aleatoria. Tarde me di cuenta que había soltado una bomba de tiempo y no habría
ningún botón para apagarlo. Estaba parado junto a la Caja de Pandora y todos sus demonios saltaban directamente hacia
mí. Cerré los ojos y observé claramente, como el cisne negro se apoderaba de mi mente, la oscuridad me cubrió por
completo y no pude hacer nada para detenerla.
El
caos se había propagado por toda la frontera, las personas escenificaron actos
primitivos, los temores más profundos se materializaban en cada esquina,
arraigados hábitos morales sucumbían ante los más bajos instintos. Sufrían
ataques de esquizofrenia, seguidas de alucinaciones fantasmagóricas, los
pulmones sofocaban cualquier intento de autocontrol. Era tal las expresiones de
espanto y abandono que nunca habría suficientes especialistas para contener el
brote repentino de trastornos mentales. El virus tenía la destreza de
transmutar los rostros en máscaras virulentas. Las calles se convirtieron de
pronto en oscuros laberintos, donde la mente fácilmente podría perderse. Un
laberinto tan intrincado y tortuoso que lograría atrapar a todas las almas del
mundo.
El
coronel Belano fue acosado por fantasmas, los ecos de una niñez lejana
derribaron el débil búnker mental: un niño con el brazo roto; un padre con las
manos ensangrentadas, completamente alcoholizado, apareció ante sus ojos; una
madre agonizante al borde de la cama. Luego el reflejo de la persona entrenada,
la pistola saltó de la funda hacía la mano y descargo todo el cargador. El
doctor Pellegrini cayó de rodillas desangrándose por la enorme cantidad de perforaciones
en el cuerpo. Con una sonrisa aguda, el militar sacó otra pistola del cajón de
su escritorio y se voló la cabeza. Con este impulso cortó todo el rencor
guardado en su alma.
María
sorteó todos los peligros para llegar a la Corporación Mandrágora, logró entrar
al laboratorio. Cuando me encontró emitió un grito que trato de apagar con las
manos, una enorme masa deforme la esperaba, mis extremidades prácticamente
habían desaparecido, solamente mis ojos se mantenían abiertos. No soltó ninguna
lágrima, simplemente se acercó y se quedó a mi lado durante largo tiempo.