Una mujer
Una mujer se
encierra en una habitación, enciende las lámparas, ensaya diferentes poses, le
desagradan las sombras que envejecen su rostro, no es la realidad que desea
percibir de ella misma, está empecinada en fotografiar algo más atemporal, sin
la rigidez que acompañan los autorretratos. Apaga las luces, en la oscuridad
enciende un cigarrillo, se convierte en una observadora pasiva. Las imágenes
parecen cápsulas del tiempo, se proyectan a una velocidad de un segundo por un
segundo, día tras día, desde la primera fotografía hasta la última. Enciende la
luz cenital y de pronto se siente completamente iluminada, encuentra en ese
baño de luz una nueva concepción del espacio y el tiempo. No ha cambiado la
historia de nadie, pero ha dejado vestigios, mensajes físicos, desgastados y
rotos debido al paso de los años. Levanta la vista, frunce el ceño, no deja de
pensar que dentro de poco tiempo se convertirá en otra fotografía antigua y que
desaparecerá como los carruajes, las farolas, los hilos telegráficos, los
antiguos caballeros y las virtuosas doncellas. Por eso no quiere ser captada
con cara de nostalgia, así que acciono la cámara y puso su mejor cara de
puchero.