La casa de muñecas
Regrese a casa con algo más
que recuerdos. Todavía con las mieles del sueño, producido por el calor del
verano bajo la sombra de un frondoso roble. Subí a mi habitación y al empezar a
desvestirme, encontré, en los bolsillos del delantal, etiquetas con las
leyendas «CÓMEME» y «BÉBEME», así como pedazos mordisqueados de una desconocida
seta. Los deje sobre la cómoda y sorprendida me mire al espejo. Pensé que era
una broma de mi hermana, por lo que no pude ocultar el enojo y arroje lejos
todo lo que estaba a mi alcance. La muy bribona se burló de mí, pensé, mientras
maquinaba algo peor; quizá me desquitaría destruyendo su casa de muñecas. Ella
la amaba tanto, fue un regalo de Navidad, mucho mejor que el mío, el cual había
arrojado en el hoyo de un árbol. En esos instantes, entró por la ventana mi
gata, a la cual tome entre mis brazos y la empecé a acariciar. Su suave
ronroneo me fue apaciguando hasta llevarme directamente bajo las cobijas. Luego
de un rato cerré los ojos, no podía conciliar el sueño o eso creía, porque vi
claramente como mi pequeña gata bajó de la cama, se fue a un rincón y se comió
un pedazo de seta, por un momento trate de detenerla, pero algo en mi interior
no me dejaba levantar. La gata entró a la casa de muñecas y empezó a crecer
inmensurablemente. Los destrozos fueron considerables, la cola salía por la
ventana, las patas rompían las pequeñas ventanas y la cabeza astillaba el techo.
Al día siguiente mi hermana lloraba desconsoladamente, trate de calmarla, le conté
sobre las migajas de las setas y como la gata al crecer había destruido su
hermosa casa de muñecas. Mi hermana me miró sorprendida y me llamo mentirosa. Debajo
de mi pijama sobresalía una pequeña puerta rota y en mi cabello brillaban las
astillas del rojizo techo de madera.