lunes, 21 de septiembre de 2015

La casa de muñecas



Regrese a casa con algo más que recuerdos. Todavía con las mieles del sueño, producido por el calor del verano bajo la sombra de un frondoso roble. Subí a mi habitación y al empezar a desvestirme, encontré, en los bolsillos del delantal, etiquetas con las leyendas «CÓMEME» y «BÉBEME», así como pedazos mordisqueados de una desconocida seta. Los deje sobre la cómoda y sorprendida me mire al espejo. Pensé que era una broma de mi hermana, por lo que no pude ocultar el enojo y arroje lejos todo lo que estaba a mi alcance. La muy bribona se burló de mí, pensé, mientras maquinaba algo peor; quizá me desquitaría destruyendo su casa de muñecas. Ella la amaba tanto, fue un regalo de Navidad, mucho mejor que el mío, el cual había arrojado en el hoyo de un árbol. En esos instantes, entró por la ventana mi gata, a la cual tome entre mis brazos y la empecé a acariciar. Su suave ronroneo me fue apaciguando hasta llevarme directamente bajo las cobijas. Luego de un rato cerré los ojos, no podía conciliar el sueño o eso creía, porque vi claramente como mi pequeña gata bajó de la cama, se fue a un rincón y se comió un pedazo de seta, por un momento trate de detenerla, pero algo en mi interior no me dejaba levantar. La gata entró a la casa de muñecas y empezó a crecer inmensurablemente. Los destrozos fueron considerables, la cola salía por la ventana, las patas rompían las pequeñas ventanas y la cabeza astillaba el techo. Al día siguiente mi hermana lloraba desconsoladamente, trate de calmarla, le conté sobre las migajas de las setas y como la gata al crecer había destruido su hermosa casa de muñecas. Mi hermana me miró sorprendida y me llamo mentirosa. Debajo de mi pijama sobresalía una pequeña puerta rota y en mi cabello brillaban las astillas del rojizo techo de madera. 

domingo, 20 de septiembre de 2015

Autómatas



Los gritos se extienden por todas las ciudades, muchachos caen bañados de sangre, mueren, o fingen morir, mientras la noche crece bajo la luna roja. Luego de muchos años de haber fabricado al primer duplicado humano, nadie hubiera pensado que estaríamos luchando por nuestra supervivencia. Según la comunidad científica, el defecto fue originado por un virus informático, algo improbable por el diseño de los nuevos microprocesadores; los políticos culpaban a los algoritmos neurológicos por el desperfecto robótico. Solamente algunos conocíamos la verdad, la tétrada de las lunas de sangre había coincidió con el diseño de una red neuronal a base de nanorobots, los cuales tenían la capacidad de multiplicar los procesos inductivos y deductivos del cerebro humano, hasta convertirlo en perfecto. Estas extrañas coincidencias, entre lo humano y lo divino, nos estaban llevando al exterminio de la humanidad. Cometimos el error de prohibir la reproducción sexual, por lo que la única forma de multiplicar nuestra permanecía en la tierra fue por duplicación. Estábamos luchando contra nosotros mismos, copias exactas, con cerebros altamente desarrollados, quienes conocían todos nuestros miedos y los usaban contra sus propios creadores. Ellos, o nosotros, es difícil entender, terminarían por gobernar un nuevo mundo de máquinas.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Seducida



María tenía el miedo reflejado en su rostro, el mismo temor que recorría incansable el pavimento y concreto de la ciudad fantasma. Aquel hombre le recordó su época de adolescente, cuando los límites del beso y abrazo sucumbían al calor de los cuerpos jóvenes. En esos primitivos encuentros no hay racionalidad, cuando la mente sucumbe al deseo más puro de la piel. No dudó en ningún momento y contra todas las previsiones que la habían mantenido con vida, simplemente se dejó llevar a ese edificio abandonado. Busco refugio en el interior del derruido departamento, no había muebles, solo un silencio y una oscuridad inmutable. Las sombras del atardecer se desvanecían en el suelo, mientras las paredes se mantenían lóbregas y expectantes. Él huyó dejándola en una indefensión física y moral completa. No lo culpaba, en su lugar habría hecho lo mismo. Pero el cansancio la había vencido, por lo que aquella tarde, no regresaría a casa para esconderse ni un día más. Dentro de esa habitación, una sombra descendía lentamente y sin ningún grito o queja, así estaba escrito en su epitafio: “Ella se abandonó pacíficamente a la inevitable muerte”.