Mis ilusiones en tres etapas
Ilusiones
de otros
Cuando
nací fui ilusión de mis padres, quienes orgullos fueron instalando, en pequeños
fragmentos, sus sueños truncados, porque, sin quererlo, fui producto del
descuido y de las hormonas alborotadas de unos precoces adolescentes. En fin,
termine desarrollando un sentimiento de frustración por la falta de dinero y el
exceso de hermanos. Nunca tuve los juguetes que tanto anhelé y con brutalidad
arrancaron mi inocencia infantil con medias verdades, esas que utilizamos los
adultos para romper las ilusiones con tacto. Para satisfacer la última ilusión
de mis padres estudié una carrera sin tener la menor idea de mi futuro, pero me
sirvió para encontrar un trabajo que me dio la independencia deseada.
Ilusiones
compartidas
En mi
adolescencia fueron apareciendo, junto con los amigos, la ilusión por capturar
la atención de las chicas, con quienes compartí decepciones amorosas y los
primeros escarceos sexuales. La sombra de una incipiente barba llegó como una
endeble independencia, pues me moví en un limbo en el cual no era ni niño ni
adulto. Llego el tiempo de tener esposa y juntos iniciamos el largo camino de
las ilusiones de pareja. Construimos una casa, pequeña pero acogedora, luego
llegaron los niños, quienes complementaron nuestra ilusión de un hogar propio,
pero compartido. Cierto, mis hijos crecieron en un mundo diferente, los excesos
de información los hicieron madurar rápidamente sus propias ilusiones que, de
la cuales, por cierto, fui salvajemente excluido. Me alegro por ellos y por mí
que tuve el acierto de solo guiarlos. Creo que algún día me harán llegar sus
resentimientos.
Ilusiones
propias
Llegó la
jubilación con su carga de posibilidades y el silencio de las paredes porque
sin quererlo también se jubilaron las ilusiones compartidas de pareja. Caímos
en un bache profundo de indiferencia mutua. Entonces encontré algo propio, esa
pequeña ilusión personal, sueño egoísta e íntimo del subconsciente. Esto me
ayudo a tener ilusiones nuevas para no dejarme caer en el olvido o el suicidio y
a reinventarme con una exquisita independencia, la cual adoro y no estoy
dispuesto a compartir con nadie. Por eso, en esta soledad acompañada, me ilusiona
correr un maratón para poner a prueba mi resistencia y fuerza de voluntad, así
como escribir cuentos donde lo más profundo de mi mente pueda explayarse sin
miedo y, por cierto, con un ligero tono de sarcasmo.