lunes, 23 de mayo de 2016

La estatua



Siempre he sido un comprador compulsivo, cuya afición a los cuadros y a las antigüedades han convertido mi casa en una galería y en donde las cosas van tomando su lugar conforme van llegando. Puede decirse que poseo un trastorno afectivo por todo aquello que se puede comprar. Pero fue una felicidad efímera hasta que el infortunio tocó a mi puerta. Un extraño huésped irrumpió sin violencia brillando como guijarro al sol, pero al irse adentrando en la penumbra, me di cuenta que también se iba reduciendo su esplendor y belleza. La patina de su cuerpo llevaba los rastros de la violencia producida por el descuido. Posiblemente por los años que paso exiliado en oscuros cuartos de triques inservibles y en donde el continuo roce, de los otros desechos, hería su delicada piel de bronce. Un día, en un descuido, logró escapar hasta llegar a mí. Al igual que las otras cosas se adueñó de un lugar y desde ese día se convirtió en mi torturador. Siempre en la misma posición, con esa mirada irreductible de eterna vigilia, me tiene sofocado de miedo, al grado de no poder salir para realizar una compulsiva compra.
 

El pescador



No puedo evitar sentirme un punto, a veces luminoso, a veces opaco, en medio de toda esta inmensidad. Las estrellas girando, mudas y serenas, en espirales irrepetibles guían con su danza mi travesía en este inmenso océano. El oleaje celebra una orgía de frescor nocturno, siento su humedad en el ojo nervioso de la vigilia y en mi mano que, con pulso firme dirige el timón. Navego entre senderos temblorosos y curvos, construidos entre arrecifes habitados por seres mitológicos de fabulaciones marinas. Pero los buenos peces están mar adentro esperando con rostro impasible. Agrupados en medio de la espuma, dejándose llevar por las olas, quienes traicioneras los dirigen hacia la trampa. Los mares continúan siendo campos virginales bajo las estrellas, pues sus frutos aún pueden recogerse casi con la mano, esplendidos, invisibles en la superficie, pero esperando con ansiedad arcaica ser recolectados por mi red. El bote está lleno, justo al alba, es tiempo de regresar la transparencia al agua y que el océano recobre su sereno caos. Lo dejamos con sus voces habituales que se ahogaran en el largo rumor de las incansables olas. Me guiaré con el añoso faro que siempre espera mi regreso junto con una plegaria. 

sábado, 21 de mayo de 2016

La esperanza de un hombre bueno



Espero que la esperanza siga latiendo en nuestros corazones, no como alimaña acorralada ni como bestia domesticada, aunque últimamente se le ha visto siendo torturada en sótanos corroídos por la maldad. Claro, es una utopía pensar que podemos liberarnos de la opresión solo con buenas intenciones. Confiamos nuestro futuro a malos gobernantes, quienes se enquistan en el poder con votos amañados, comprados, robados. La corrupción crece como un cáncer y celebra su despilfarro con orgías monumentales. No, ya no se esconden, aparecen con rostros bestiales justificando el desfalco. No importa la doctrina política, económica o social. Todas las corrientes caen hechizadas ante el brillo dorado de las arcas. Es por el bien de la gente, gritan, vociferan hasta convertirlos en anuncios de campaña. Entonces terminamos contaminados por la desesperanza, por los bajos sueldos, por la falta de trabajo, por la homofobia, por el color, por la religión. Aunque el mundo parece radiante sucumbe hechizado, solo para convertirse en una deformada irrealidad. Todos los días amanece y una tierra prometedora nos brinda su abrazo, pero se aburre y nos abandona hasta llegar a la noche llena de ira y de injusticia. Tiene un humor negro en verdad irritante. Pero no podemos hundirnos en la agonía, tenemos una fe inquebrantable porque esta produce los cambios. Solo necesitamos una gota de cada silencio que está gritando oculto en la oscuridad, en el anonimato, donde la gente buena se esconde en espera de mejores días. Cierto, estamos llenos de contradicciones, ¿pero no es parte de ser humano? Tenemos una antipatía instintiva que nos ayuda a sobrevivir. Por eso persistimos y nos multiplicamos, sabemos vivir con poco y disfrutar las épocas de bonanza. Creemos en un dios invisible, como aquel padre que nos engendró y abandonó al momento de nacer, sin embargo, seguimos creyendo en él y en la promesa de un mundo mejor. Esto es terquedad y nos aferraremos a lo único que tenemos, nuestro derecho a disfrutar esta tierra, y no es gratuito, fuimos paridos con dolor para unirnos a las filas de los hombres indignados. Sin embargo, nacimos y crecimos, porque la esperanza da una fuerza increíble y tiene el inestimable beneficio de crear espíritus libres. No importa si fracasamos en el intento, es algo que hacen los hombres buenos una y otra vez hasta morir.