miércoles, 23 de noviembre de 2016

Una noche

Amo el silencio de nuestro cuarto cuando duermes, con las mejillas encendidas, al lado mío. Aquí junto a mí, emanas belleza, sensualidad, se desborda por tus poros como un aura. Tu respiración parece un suave viento que me acaricia y sensibiliza, hasta el temblor, mi desnudez. Me siento inútil esperando que despiertes. Cierro los ojos y escucho el eco del ruido que hicimos al enlazar nuestros cuerpos, sin duda, incendiamos las sabanas porque estamos hechos el uno para el otro. Marcamos un ritmo para luego romperlo con pausas o para redoblarlo con súbita desesperación. Nuestra habitación huele a tu sexo, a mi sexo, a nuestro sexo, huele a hospitalidad, a la cálida humedad que guardas dentro de tu vientre. Lograste calmar ese fuego endurecido al dejarme habitar un solo momento dentro de ti. Es un instante que duro una salvaje eternidad. Tengo impregnado tu sudor y dulcemente me envuelve con piernas y brazos abiertos. La lluvia mengua, se oye cada gota que cae sobre el techo. La ciudad por fin despierta y casi sin sentirlo me vence un pesado sueño.