Una noche
Amo el
silencio de nuestro cuarto cuando duermes, con las mejillas encendidas, al lado
mío. Aquí junto a mí, emanas belleza, sensualidad, se desborda por tus poros
como un aura. Tu respiración parece un suave viento que me acaricia y
sensibiliza, hasta el temblor, mi desnudez. Me siento inútil esperando que
despiertes. Cierro los ojos y escucho el eco del ruido que hicimos al enlazar
nuestros cuerpos, sin duda, incendiamos las sabanas porque estamos hechos el
uno para el otro. Marcamos un ritmo para luego romperlo con pausas o para
redoblarlo con súbita desesperación. Nuestra habitación huele a tu sexo, a mi
sexo, a nuestro sexo, huele a hospitalidad, a la cálida humedad que guardas
dentro de tu vientre. Lograste calmar ese fuego endurecido al dejarme habitar
un solo momento dentro de ti. Es un instante que duro una salvaje eternidad.
Tengo impregnado tu sudor y dulcemente me envuelve con piernas y brazos
abiertos. La lluvia mengua, se oye cada gota que cae sobre el techo. La ciudad
por fin despierta y casi sin sentirlo me vence un pesado sueño.