No te muevas
–No te muevas, sumérgete en el letargo, no sientas dolor ni felicidad,
no pelees ni te defiendas, es tan fácil dejar que la corriente te ahogue.
Simplemente vive con tibieza, vive en un monologo, pero que sea desgarrador
para que exprima la última gota de tu rebelde voluntad–. Lástima que no
siga tales recomendaciones, producto de mis tardes de ocio. Por lo que siempre he
tomado, con valor o con excesiva precaución, la decisión equivocada.
Pero si dejo de moverme se me atrofiarían las extremidades, me dejarían postrado en una cama, donde sin lugar a dudas, moriría de aburrimiento. Aun con la enorme cantidad de libros pendientes que tengo por leer, los cuales debo de dosificar en su lectura para no acabar cabalgando en un jamelgo flaco y viejo, salvando mujeres insalvables y destruyendo gigantes hechos de petróleo, con la finalidad de salvar al peje-país del robo del siglo. Tengo mis dudas acerca de esta última afirmación. No creo que quede mucho petróleo que pueda ser sustraído, el largo popote de los gringos nos llevan ventaja de cien a uno. Incluso más de la mitad de la petroquímica secundaria está en manos extranjeras. Importamos más productos derivados del petróleo de lo que exportamos. ¿Contradictorio para un país como el nuestro? No lo creo, es parte de nuestra triste realidad.
Pero si dejo de moverme se me atrofiarían las extremidades, me dejarían postrado en una cama, donde sin lugar a dudas, moriría de aburrimiento. Aun con la enorme cantidad de libros pendientes que tengo por leer, los cuales debo de dosificar en su lectura para no acabar cabalgando en un jamelgo flaco y viejo, salvando mujeres insalvables y destruyendo gigantes hechos de petróleo, con la finalidad de salvar al peje-país del robo del siglo. Tengo mis dudas acerca de esta última afirmación. No creo que quede mucho petróleo que pueda ser sustraído, el largo popote de los gringos nos llevan ventaja de cien a uno. Incluso más de la mitad de la petroquímica secundaria está en manos extranjeras. Importamos más productos derivados del petróleo de lo que exportamos. ¿Contradictorio para un país como el nuestro? No lo creo, es parte de nuestra triste realidad.
Por eso tengo que buscar
alternativas para ocupar la mente y no quedar varado en algún rincón de mi inconciencia.
Me imagino con ojos extraviados, babeando, vociferando incoherencias de guerras
apocalípticas que, sin temor a equivocarme, me harían muy popular en cualquier
hospital psiquiátrico o posiblemente pueda tener alguna utilidad como potencial
anarquista para el asalto y ocupación, que se hará en los próximos días a las
calles de nuestra ciudad. Tampoco es que les falte algún energúmeno de estas
características, pero en mi encontrarían un despiadado aliado, quien posee una
enorme imaginación, para iniciar una guerra sin tregua a la atribulada policía y
a una indiferente sociedad capitalina. Así que preparemos la tolerancia monacal
para el cerco de odio de una izquierda intolerante.
Pero no puedo estar
quieto, la misma sociedad no me deja, diariamente tienes que lidiar con el
pesado tránsito, con las deudas, con la esposa, con los hijos, con vecinos
fantasmas que un día despertaron con ganas de fastidiar al prójimo, por lo que
levantando su dedo flamígero escogieron y arruinaron mi departamento con un diluvio (por
lo menos de agua potable). Una tormenta que no me dio tiempo para preparar el
arca, un encharcamiento sin aviso divino –por lo menos para dejarme crecer las
barbas–. Que destrozó tanto mi apacible existencia como algunos muebles.
Durante meses traté de contactar a mi vecina por todos los medios posibles,
pero desapareció misteriosamente o se quedó sorda de tanto golpe en su puerta.
Entonces empezó mi
peregrinar por todas las dependencias dedicadas a salvaguardar el orden y la
paz de los conjuntos habitacionales. Ellos ataviados de sabiduría y fastidio,
siempre atrás de un escritorio, me aconsejaron con la misma sentencia: levante su demanda por daños y perjuicios en
la Delegación. Aquí no le vamos a resolver nada, no tenemos la facultad
para obligarle a pagar a su vecino los destrozos hechos en su propiedad. –No
podemos hacer nada contra el atentado a su tranquilidad– me repitieron
insistentemente. En la movilidad de estos largos días llegue a donde no quería
llegar.
El Ministerio Público es
un lugar que impone, no tanto por los Licenciados
dispuestos a ayudar con la mano extendida, sino por las historias inverosímiles
que se desarrollan cada cinco minutos. Por lo que venciendo el pánico que me
infunden hombres grises, de aspecto desagradable, quienes te hacen llenar
formatos y repetir en cada mesa la misma versión. Porque tienes que pasar
varias estaciones, la primera es para dirigirte al escritorio que le
corresponde a tu colonia, aquí te dan los primeros formularios, los cuales
tienes que llenar sin ayuda y con temor a equivocarte, porque entonces tendrías
que pedir, con cara de imbécil, un nuevo documento. Después en carácter de
denunciante y office boy tienes que
llevar y traer selladas las órdenes de investigación, las cuales, a cuenta
gotas te va despachando el encargado del turno: a las oficinas de policía
investigadora, perito fotógrafo y perito de instalaciones hidráulicas. Pero que
tienes que aprovechar para que con la debida gratificación, puedas hacer que
las agendas de dichos servidores públicos abran un espacio para ti. Aunque me
llevé todo el día fue fácil iniciar la demanda, lo complicado, como cualquier confrontación,
será terminar ileso y sin ningún daño. Por lo que estoy preparado para el
veredicto final: llegar a un mal arreglo
que a un buen pleito. Aunque el psicópata que llevo dentro lucha contra el
buen ciudadano, porque es un verdadero fastidio ir por la vida descuartizando
gente, por lo que no me queda más
remedio que conciliar mi rabia como buen cristiano, bueno después de romper
algunos vidrios y ponchar una llanta.
Conozco las partes suaves
de mi carácter, pero también las hostiles, puedo ser irritante y un instante
después ser un amable padre, esposo y amigo. Aunque hay ocasiones que prefiero
la inmovilidad, por lo que simplemente me quedo acostado sobre la cama o un
sillón, cuan largo soy o hecho un ovillo, al igual que una marioneta sin
titiritero. Incapaz de proferir palabra o insulto alguno. Como me gustaría que
alguien guiara mi vida, que tomara los hilos y me desplazara lentamente por los
enormes laberintos de mi existencia. Con que gusto me abandonaría a la suavidad
de manos expertas, no lo dudaría en ningún momento. Que me ordenara: ¡No te muevas!
¡No respires! –Alguien lo hará por ti–.