miércoles, 29 de noviembre de 2017

Añoranza


Las primeras pruebas resultaron un completo fracaso, las imágenes tendían a desparecer después de pocos minutos, sólo algunos pequeños fragmentos permanecían por más tiempo, pero inevitablemente, por el calentamiento de los proyectores, empezaban a pixelearse hasta convertirse en figuras grotescas y borrosas. Todos los recursos del procesador central estaban siendo utilizados, con millones de fotografías y videos, para crear el ambiente navideño perfecto. El proyecto resultaba ambicioso porque sería el mayor parque de diversiones holográfico del mundo. Cualquier persona podría pasearse virtualmente por las ciudades más emblemáticas de esta temporada. Visitarían Nueva York, Londres, Madrid, Paris, pero sin aglomeraciones ni empujones ni robos. Pasearían por calles bellamente iluminadas, sentirían la nieve resbalar por el rostro en un ambiente helado y controlado, gracias a la tecnología mejorada 6DX. Las compras las realizarían con sólo tocar las imágenes y los regalos estarían colocados en el árbol cuando felizmente la familia regresará a casa. Sin embargo, todo estaba saliendo mal, la nieve caía en grandes proporciones enterrando las ilusiones navideñas y alguno que otro niño, las compras eran cargadas hasta cinco veces y Santa Claus resultó ser un hábil hacker que logró evadir los sistemas de seguridad. A pesar de las perdidas la compañía VIRTUAL CHRISTMAS seguía trabajando a marchas forzadas, pues con las constantes guerras no quedaban más que cenizas de las viejas ciudades y tras un exhaustivo trabajo de mercadeo habían detectado que la gente pagaría lo que fuera para vivir, por una hora, la extinta festividad de la Navidad.

sábado, 25 de noviembre de 2017

El sonido de los trenes

Fuimos nómadas dentro de la ciudad, nos movíamos al ritmo de la mancha urbana, siguiendo las vías ferroviarias y el crecimiento de los nuevos barrios, pues de la noche a la mañana aparecían fraccionamientos y con ellos una creciente demanda de trabajadores para acondicionar los nuevos hogares. Cierto, yo no fui de los afortunados, era integrante de una familia de carpinteros, un oficio heredado por generaciones para dar belleza a la caoba, el pino y el cedro. En la carpintería, además de la radio, nos acompañaba el sonido de la locomotora México - Guadalajara, cuyo silbato anunciaba el inicio de la rutina diaria. Fui muy bueno en el fútbol y las puertas de nuevas amistades, buenas y malas, se me abrían entre gambetas, pases y goles a porterías improvisadas en las vías del tren. Fueron de esos días en que podías caminar sin miedo a altas horas de la noche. La gente era amable y encontrabas una sonrisa franca y un caluroso saludo. Viajábamos en tren, pues la red carretera era incipiente y en malas condiciones. Los trenes dominaban el paisaje de México, la campiña se llenaba de los vapores y el metálico sonido de las locomotoras. Mis delicias culinarias estaban preparadas en las paradas de los poblados, como Celaya, León y Silao, donde decenas de vendedoras mitigaban el hambre y el antojo con tortas, tacos, café y atole. Fue un tiempo de suelas y medias suelas para reparar los zapatos, de la ropa hecha en casa, de las comidas en familia, del baño a jicarazos, el agua se tomaba directo del grifo de la llave. A pesar de la pobreza, siempre se agradecía el alimento, el trabajo y la oportunidad de tener un día más de vida, pero sobre todo recuerdo la dulce sonrisa de mi abuela, la tierna dureza del abuelo y que a pesar de sus limitaciones me hayan enseñado a ser un hombre de bien.