miércoles, 23 de julio de 2014

Poema en cuatro actos (para mi amiga Nueva Luna)

I

Tu silencio
proyecta una sombra
       a la memoria
       al gesto
       a tu sonrisa
       a la comisura de tus labios
       a la comunión
de haberlos tocado

II

Poseemos
cuerpos sin tiempo
ofrecemos sonrisas
        sin ataduras
        sin máscaras
quitémonos los despojos
desnudos por completo
como dos seres
                         de fuego
donde cada poro de nuestra piel
tiemble con lujuria.

III

El viento
levanta el polvo
te invita al canto
              y al vuelo
se alzan nostalgias
al extremo del delirio
porque,
tienes el súbito deseo
           de vaciarte
           del nido de palabras
anidadas 
en tus entrañas.

IV

Bajo la luna
la luz plateada te unge
            te acarician sus fulgores
            te habita
            te envuelve en filigranas
para vestirte de plata,
frente al espejo
sientes el brillo
y
acaricias tus senos
                tus muslos
                tu vientre
donde,
mi espíritu pulula cautivo
como un lunático enamorado
para acecharte
en la noche.




martes, 22 de julio de 2014

Mi soledad

Hay dos tipos de hombres, los que sueñan y los despiertos, pero son uno mismo en diferentes realidades. Una dualidad difícil de romper. Me despierto a las cinco de la mañana, el hombre con sueño lucha para despertar al hombre que tiene que correr. Cambiamos roles, uno se queda, el otro se va, pero antes del cambio, la indumentaria debe ser la adecuada para asistir al bosque, solamente así podemos ser bienvenidos. Llego a las seis de la mañana, todavía esta oscuro, unas tenues luces iluminan el circuito, a un lado, junto a un quiosco, caliento mis articulaciones y mi mente, mi cuerpo lo muevo en círculos: tobillos, piernas, brazos y caderas repiten la secuencia, diez o quince veces cada parte, cuando termino el rito de iniciación, salto a la pista y empiezan mis pies a moverse lentamente.

Como todos los días, mi saludo al igual que de otros, se limita al contacto visual, a la reverencia lejana. Nadie desea platicar con nadie, algunos todavía no despiertan siguen dormidos, pero ninguno se atreve a despertarlos, es un acto que debe hacerse en silencio. Por eso me gusta correr, la soledad es la única invitada, al principio tienes la mente en blanco, ningún recuerdo llega de inmediato, los problemas, por un momento desaparecen, solo escuchas los ruidos nocturnos, casi apagados, los primeros rayos del sol despiertan a los habitantes diurnos, los pájaros empiezan a levantar vuelos de prueba, primero solos, luego en parvadas, se asemejan a nosotros.

En los primeros metros los pensamientos llegan, las cavilaciones nos acompañan junto con las soluciones mágicas, es una sensación de total libertad, recuerdas con nitidez todos los eventos de días anteriores, de pronto los problemas se minimizan, el verdor y la humedad calman los sentidos, los adormecen, el calor del sol levanta un sopor que te acompaña a cada paso, a esa hora el sudor te cubre, te sientes parte importante del mundo, tú solo en comunión con la naturaleza. La respiración se vuelve limpia, tus pulmones trabajan en plena armonía con tu cuerpo. No necesitas de nada más, en una soledad buena que te hace sentir nuevamente un hombre.

Al finalizar, como dije nos juntamos en parvadas, nuevamente somos nosotros llenos de conflictos, la despedida, el regreso a mi otra realidad, a mi otra soledad. Me urge llegar y cambiar de mi rol, el hombre con sueño debe estar ahí, en mi casa esperando, necesito su adormecimiento para poder seguir viviendo.

jueves, 17 de julio de 2014

El departamento

Luna entra con un poco de temor al edificio abandonado, el cual está justo en medio del conjunto habitacional donde vive desde hace poco tiempo. Ella reside en un humilde departamento del último bloque de edificios, pero la curiosidad la lleva a traspasar el umbral tenebroso y deshabitado. Hace a un lado el miedo que la paraliza, entonces con paso inseguro empieza a deambular por los pasillos bañados de sombras crepusculares. El atardecer le proporciona un aspecto brumoso, opaca la vista como una catarata senil. Los números de los departamentos están vencidos por el tiempo. Las paredes carcomidas por el sol y la humedad le proporcionan un aspecto leproso. Una puerta se abre en el único departamento sin número, dentro de éste, un enorme espejo refleja su figura. Una sombra diminuta y frágil le recuerda a su madre. Un grito apagado la hace retroceder hasta el barandal. Con el miedo a cuestas, regresa por el camino andado. Sale como puede y no para hasta llegar a su hogar, por lo que no se percató de que aquella sombra abandonó el espejo y cerró la puerta con fuerza.

Luna no puede dormir esa noche, en cuanto cierra los ojos: una enorme bestia se abalanza encima de ella y la sofoca hasta matarla. El despertador retumba dentro de su cabeza, una fuerte migraña se apodera de sus pensamientos. La falta de sueño, y el sol entra como un cuchillo dentro de sus ojos; el dolor la sumerge al borde de la locura. No puede olvidar aquel espejo y la sombra que no es la suya. El agua de la regadera cae como un bálsamo en su cuerpo adolorido. Unas aspirinas tratan de mitigar el dolor de cabeza que se vuelve insoportable. Con las alas marchitas se dirige al trabajo. En la oficina sus ojos se cierran por breves lapsos de tiempo, pero se repite la misma pesadilla, por lo que trata por todos los medios de mantenerse despierta. Una eternidad dura la jornada de trabajo. Al regresar a su casa, no trata de evitar aquel edificio abandonado. Pero algo diferente tiene aquella vieja construcción, voltea para diferentes lados, no está equivocada, es el mismo edificio perdido en medio de la unidad habitacional.

Observa algunos rostros que se asoman misteriosos por las ventanas, levanta la mano para saludarlos, pero ninguno contesta el saludo, se limitan a cerrar sus cortinas con un gesto de indiferencia. Luna camina directamente a su hogar, pero una enorme curiosidad de apodera de sus pies y la lleva ligera hasta el umbral del edificio. Parece recién construido, algo imposible debido a que el día de ayer estaba totalmente en ruinas. Camina nuevamente por los pasillos, el atardecer resplandece en los pisos encerados. Abre con su llave el departamento sin número, entra a la sala y cuelga su abrigo en el perchero. El espejo de cuerpo entero no refleja ninguna sombra incluso ni su propia imagen: no se percata de la ausencia. Entra a la recamara y se recuesta por un momento, sus pensamientos anegan su cabeza. Dolores, su madre, pone a calentar agua y espera que el silbido de la tetera inunde la cocina. El olor a te de hierbabuena invita a la nostalgia y a la confidencia. Con los pensamientos perdidos escucha unos pasos dentro de la habitación. El cuerpo de su padre la ahoga como cuando era una niña. El llanto inunda los recuerdos perdidos en el subconsciente. El olvido voluntario consumió la juventud de Luna, mientras Dolores, abatida, terminó con su vida carcomida por la pena y la decepción.


Luna agito la cabeza, todas las imágenes desaparecen en un instante, su corazón se agita violentamente, escucha un ruido en la puerta, ve una sombra que se asoma en la entrada, el ocaso le da un aspecto fantasmal, quiere emitir un grito, pero éste suena ahogado –se queda en el vórtice de la lengua–. La sombra retrocede varios pasos, hasta que el barandal la detiene, en ese instante la figura negra empieza a correr hacia la salida del edificio. Luna emerge del espejo y cierra la puerta, pero antes endereza el número oxidado del departamento. Se acerca a la ventana y mira los andadores y jardines, las farolas se prenden como luciérnagas, luciendo un haz intermitente y lúgubre. La luna refleja otro tipo de sombras: más irreales. A la media noche, el edificio regresa a su primitivo estado de desgracia. A lo lejos una chica corre asustada hasta el último bloque de edificios. Esa noche, ella tampoco podrá dormir.

miércoles, 16 de julio de 2014

Melquiades

Melquiades nunca poseyó una sonrisa fácil, pero tuvo la palabra ligera y llena de ironía, que con tintes festivos más que filosóficos arrancó el aplauso gentil de ustedes; mientras otros, arropados en el anonimato de la muchedumbre, lanzaron obscenidades. Incluso, dado el caso, arrojaron decenas de piedras; ¡llenas de puntería!

— Era un merolico de épocas antiguas: ¡atrás de raya joven y le regreso la cartera!

— Era un charlatán, pero ¿quién no lo fue alguna vez en esta anquilosada ciudad?

Melquiades era humilde y pobre, quien tuvo la suerte de alquilar un miserable cuarto de vecindad. Cuatro paredes carcomidas por el salitre y el abandono, las cuales guardaban un hechizo que sólo él pudo descifrar. Entonces, dejó el antiguo oficio, perfeccionó el nuevo durante días enteros. Luego salió a las calles a vender: ¡el secreto de la vida eterna!

— Melquiades incluso revivió muertos, luego muchos de ellos terminaron como zombies: “No se aceptan devoluciones”. Escribió en un cartón y lo puso en la puerta. 

Borracho de soberbia intentó reanimar un peluche. Pero no cambió la formula, utilizó las mismas palabras aprendidas y entonadas en voz alta. Después de un rato, el animal o la cosa o lo que sea, empezó a aullar como alma en pena y, con colmillos pintados mordió a cuanta persona cruzó por el camino.

Melquiades por fin logró someter al perro de borra, sin embargo no pudo revertir la maldición (pues no sabía cómo hacerlo). Por más que intento e intento e intento. Dándose por vencido; el merolico, el charlatán, el revividor y el reanimador, optaron por lo más sencillo: cambiar de oficio. Uno más a la larga lista, por lo que si alguno de ustedes quiere llamar a nuestro servicio de seguridad, les aseguramos que todos sus peluches en guardaespaldas se convertirán.

martes, 15 de julio de 2014

Oquedades

Somos tantos los que deambulamos por la ciudad que, en medio del tropel diario, los tacones de aguja han empezado a perforar el pavimento. Empieza como una pequeña oquedad de dos centímetros, pero va creciendo bajo la presión, pasos estresados, de mujeres trabajadoras. La lluvia, pacientemente, va agradando el reducido hueco, del tamaño de una canica, hasta convertirlo en un hondo socavón. Entonces cada bache se va llenando de autos y de hombres no muy pacientes. La cuadrilla no puede esperar que los sobrevivientes salgan por su propio pie, por lo que una aplanadora los lleva hasta el fondo. Después llenan el agujero con tierra y colocan nuevamente el pavimento. La ciudad no se puede detener, los bocinazos los obligan a acelerar la reparación. Nuevamente la agitación de una muchedumbre, ansiosa por llegar a tiempo, vuelve a pisar el cemento fresco para crear una nueva e insignificante oquedad.

Orfandades

Mi tercer cigarrillo, la segunda copa y la música triste de ese lúgubre bar me hundieron en la depresión. Me emborraché antes de regresar a casa: a la rutina de silencios y frustraciones. Una mujer redonda abordó mi frustración, sin rodeos, logró venderme un paraíso a bajo precio. Mi soledad la llevó al único baño. Ella se levantó la falda y me ofreció el camino de sus caderas hacia el sexo oloroso. Palpé la tibieza de sus piernas, pero antes de penetrar su cuerpo vacié mis deseos junto con una infinidad de disculpas.  Ella trató de consolarme, pero en la comisura de sus labios se dibujó una mueca burlona.
No pude evitar que la ira me cegara. Su risa aplastó, sin misericordia, mi derrotada virilidad. Enloquecí, mientras en su rostro aparecía la máscara de la muerte. La palidez le proporcionó un aura angelical. Un calor mórbido se asomó tímido, mi cuerpo sintió la tibieza de su piel. Mi excitación fue tal, que la penetré con una firmeza inusual, al mismo tiempo le susurré, en sus oídos, todas las ofensas del mundo; me llené de una vitalidad desconocida. Entonces pude descargar toda mi frustración contenida por años.
Mi esposa me recibió con un grito, su voz aguda y chillona me detuvieron en el umbral de la puerta. Me golpeó con el puño cerrado, sólo atiné a levantar los brazos para cubrir mi cobardía. Bajé la cabeza, pero mi odio se posesionó de su delicado cuello. Apreté hasta sentir como la vida se le escapaba, no pudo gritar, sus ojos reflejaron asombro y los míos una satisfacción enfermiza. La desnudé y al terminar le platiqué de mi día de trabajo, de los cigarros que fumé, de las copas que bebí, de la mujer que violé. Por primera vez, me escuchó callada y sumisa.
La coloqué boca arriba, sus parpados se abrieron y sus ojos me miraron con desprecio. Con mucho esfuerzo abrí sus piernas, sin la más mínima delicadeza me introduje violentamente dentro de ella, apenas empecé a moverme cuando su oquedad se estrechó hasta atrapar mi miembro. No logré zafarme de la trampa mortal, mientras tanto un dolor recorrió mi espalda hasta hacerlo insoportable, Lancé un grito infernal, mientras un rio de sangre mojó las sábanas blancas. Miré con desesperación hacia mis partes íntimas, algo faltaba: un par de testículos colgaban en la completa orfandad.

domingo, 13 de julio de 2014

Visita a la Alameda de Santa María (con la mirada de un incipiente flâneur)

La colonia Santa María la Ribera fue un intento fallido del lujo porfiriano, nació con un abolengo francés que se perdió con en el tiempo, o que se exilió durante la Revolución. Bautizada con clara botánica forestal no logro sobrevivir la metamorfosis hacia una sociedad revolucionaria. Con la evidente decadencia del abandono reflejado en sus miles de vecindades, espera regresar a sus épocas de esplendor. Realmente lo dudo, Salvador Novo identificó cómo las colonias adquieren la personalidad de sus habitantes: “No lo sé, pero creo que en ninguna otra ciudad del mundo se palpan, como en ésta, las almas de las gentes que la habitan por las fachadas de las casas, por la decoración de las paredes, por la disposición de las ventanas y las puertas, y por el aspecto, en fin, que no es sólo físico de los barrios”. En este caso, el barrio refleja la desorientación espiritual de la gente que lo habita. Por lo que nada ni nadie debe alterar la residencia de su espíritu, están plenamente convencidos y lo legitiman diariamente.
Empero, tiene un oasis en medio de este desierto de afinidades: la hermosa Alameda de Santa María, la cual, mantiene en perfecto estado el adoquín de sus pisos. Hogar permanente del Kiosco Morisco con una orientación arquitectónica simétrica de andadores diagonales y rectos, que confluyen alegres hacia cada cara de la base octagonal. Un papel arrugado forrado de plástico, sobre un frágil atril, describe brevemente su historia:
“… Destaca por ser una construcción única en su tipo en la ciudad, su estilo morisco con decoraciones geométricas llaman la atención y hasta se le relaciona con aspectos astrológicos y mágicos debido a su planta octagonal y sus decoraciones geométricas”
La Alameda está rodeada con el espíritu de escritores, poetas, políticos, pintores y ensayistas de la Academia Nacional de San Carlos, o por lo menos con sus ilustres nombres. Es de llamar la atención la cúpula coronada con el águila de bronce porfiriana. Me demuestra una vez más que Porfirio Díaz, dejando a un lado los odios ancestrales, inmortalizo con bombo y platillo su presencia en el primer cuadro de la ciudad. Muchos mexicanos esperábamos que sucediera lo mismo con el bicentenario de la independencia, pero sólo obtuvimos un monumento, entregado a destiempo, arropado en el despilfarro inútil de una titubeante administración federal.
El Kiosco no ha perdido su brillo, éste ha sido respetado por el grafiti y el vandalismo. El color rojo del monumento resplandece aún con el clima nublado, tres de las cuatro fuentes dan fe de su grandeza: cortinas de agua con movimientos ondulantes, suaves y fluidos nos evocan por momentos a la reflexión. Una muralla de árboles protege de la vista lejana los arcos y columnas centenarias. Hay que acercarse para admirar por fuera y después por dentro la cúpula acristalada del coloso. El piso de madera sirve para aislar las malas vibras del entorno, puedo levantar los brazos, aspirar el aire de la Alameda y llenarme de un momento astrológico y mágico. Lo único que recibo son los rayos del sol a través de la cúpula de cristal. Mas el intento de conectarme al entorno se rompe: un grupo de jóvenes ensaya una obra de teatro, emulan a los gritones de la lotería nacional, (es una tradición que no se rompe a pesar del tiempo). El ladrar de decenas de perros llenan el ambiente, éstos son llevados a los módulos de vacunación. Oxidados cubos metálicos que bien podrían estar alojados en otro lugar, pero no, incluso puede ser parte de un mural bizarro: “Sueño de una tarde dominical en la Alameda”  donde Diego Rivera, hubiese podido pintar una especie de lucha de clases, cuyos modelos fueran caprichosas formas de hierro.
Desde el Kiosco Morisco se tiene una vista completa del parque, se domina cada punto cardinal y como muchos parques de la ciudad, una fauna de vendedores ha tomados sus andadores. No podía faltar el infaltable juego inflable, los carritos eléctricos, el camioncito (no creo que realice los antiguos circuitos Roma – Mérida), por lo menos están a salvo de una asalto a mano armada arriba de la unidad. Están las carpas, donde se ofrecen las tradicionales manualidades de pintura, tejido y bordado. Pero la que llamo mi atención es la construcción de barcos de madera, me parece una actividad genial, a la cual ya me impuse regresar un día, sólo se necesita madera y algunas gubias; no es necesario tener un astillero ni botarlo al mar cuando esté terminado. Claro y si me porto bien, podría pasar a pintarme unos bigotes de gato feliz. No pueden ni deben faltar los carritos de chicharrones, son una parte fundamental del mobiliario gastronómico de cada plaza: mitigan el hambre de los asistentes fortuitos o asiduos a los espectáculos callejeros ofrecidos en este sitio. Falto el globero, tal vez era muy temprano, más tarde y con una mayor población infantil deberá de aparecer en escena.
Mi primera impresión del Kiosco fue la un gigantesco carrusel, tiene la pinta:  “Una imagen pura de la joie de vivre dominical en mangas de camisa puede encontrarse en las pinturas de Renoir: sátiros de fin de semana bailan y hacen guiños; el ocio adquiere un toque bohemio”, sí, es una frase de Philip Lopate, lo siento, es añoranza, signos de una vejez prematura o síntomas de la andropausia por lo que – según un amigo en confidencias reflexivas derivadas del tequila – tengo una visión romántica del pasado, tal vez tenga razón. Existen colonias que reflejan es sus parques el estado de ánimo de sus habitantes. Lamentablemente el desánimo de mis vecinos, desde hace un siglo, sigue atrapado dentro de sus vecindades y casas abandonadas de la antigua Santa María la Ribera, y de su ilustre habitante de metal.  

La leyenda de la monja

Los primeros rayos del sol recorren lentamente los patios y celdas vacías. Las monjas rezan los maitines en el coro del templo, sin notar la ausencia de una de ellas. La luz del alba se posa por un momento en los hábitos de una monja, que cuelga al final de un cordel debajo del árbol más frondoso de la huerta, arriba y a la derecha de la fuente de aguas mansas. Sor Francisca de la Anunciación en su recorrido matinal no repara en el cuerpo iluminado, llega a la fuente para beber de su cristalino y puro líquido. De pronto una imagen horroriza su entendimiento, unos diminutos pies descalzos se mecen en un vaivén macabro.

En la mirada de la difunta se percibía la resignación de la suicida, aquella que no alcanza el perdón ni la santa sepultura en tierra bendita. Un cruel final tejido por el amor traicionado y en el engaño. Las monjas ayudaron a bajar el cuerpo, con sumo cuidado la depositaron sobre las baldosas frías. Éste todavía tibio, emanaba una sensación de desamparo, que las hacía sentir afligidas y extraviadas. Sin poderlo evitar sus lágrimas se fueron llenando de soledad.

“Oh Virgen María, tu siempre fuiste fiel a la voluntad de Dios, intercede por nuestros hermanos difuntos”… un pequeño grupo de monjas reza el santo rosario en torno al huerto, ninguna se atrevía mirar el reflejo del árbol en las aguas cristalinas de la fuente, el miedo las tenía postradas sobre las baldosas repletas de crujientes hojas amarillas y resbaladizas flores marchitas. Al mismo tiempo que su rezo llena con un eco lúgubre los patios oscuros del convento, los cirios obedeciendo las órdenes de un viento invisible se inclinaban ante  ese espectáculo sombrío y lleno de misticismo.

Una vez más la pluma, desgastada por el uso, se hundía en el frasco de tinta negra. La Madre Superiora, con mano temblorosa y a la luz de una sola vela, escribe en el libro de actas del monasterio de la Limpia Concepción de Nuestra Señora: “a 9 de noviembre de 1565. Las monjas y novicias huyen aterradas al pasar por el huerto, siempre al caer la tarde, cuando la noche empieza a cerrarse. Manifiestan con horror, que un reflejo luminoso las atrae a la fuente, y al asomarse ven la imagen de la religiosa María de Alvarado, meciéndose lúgubremente bajo la sombra del árbol de durazno…”. Lo más extraño es cuando la madre superiora llega al patio atraída por los gritos, la espantosa visión se ha esfumado.

“…ten compasión de nuestro hermanos difuntos, a quienes regeneraste en las aguas del bautismo”. Quinto día, en que la paz del convento se ha roto. La madre superiora da órdenes de guardarse en la soledad de sus celdas después del ocaso. – La vigila y los rezos deben de acompañarlas durante la noche –, les dice, convencida de que la fe podría ayudarlas en este momento de tribulación. Sin embargo empezaba a sentir un miedo húmedo que le recorría lentamente la espalda.

Unos meses antes. Doña María de Alvarado, ante el silencio del amado, llena de languidez y tristeza, sentía caer las lágrimas de sus ojos, como las gotas de lluvia que resbalan en los vidrios emplomados de la iglesia. Se perdía por horas entre la torre y el tempo buscando al amante perdido. El hábito lo siente como una mortaja, el color azul de la túnica no lograba transmitirle la paz, ni tampoco acrecentarle su fervor religioso. Mucho menos el color blanco, símbolo de pureza mariana, conseguía arrebatarle una emoción a su corazón empalado.  Aunque en el convento se observaba un suave yugo religioso, el encierro claustral no hacía más que matarle lentamente.

“…perdona a nuestros hermanos difuntos todos los pecados que cometieron al no saber dominar su propio cuerpo”. Noveno día. – Continúan las apariciones, parece que esta prueba del Señor nunca va a terminar –, redacta la madre superiora en las actas del convento. Dio órdenes de cortar el árbol de huerto, sin embargo una fuerza invisible hacía imposible cumplir la tarea. María de Alvarado había decidido no abandonar el convento: el huerto se convirtió en su celda, el árbol en su protector y la pequeña fuente en su espejo.


La madre superiora cerró el libro, sentía el latir de esa invisible arteria que golpeaba su sien. Recordó aquel día en que cínico Arrutia se apareció en el convento, fue ese preciso día en que María de Alvarado había tomado la decisión de suicidarse. Nunca se percató de la nota que aquel hombre le había dado a escondidas. Ese terrible papel lleno de palabras crueles, fue encontrado en un rincón de la celda de la monja, estrujado, como su corazón y su cuello.

miércoles, 2 de julio de 2014

Nos acompañan los muertos (no lo creo, permanecen bien guardados en gavetas)

Mi padre me dijo, una semana antes de que fallecer, en su santo juicio: “eres un buen hombre”. Fue una especie de despedida - a su modo - no lo entendí sino hasta mucho tiempo después.
Leí Nos acompañan los muertos de Rafael Pérez Gay que, junto con mi ignorancia intelectual y el recién adquirido hábito de la lectura logró, con su prosa sencilla y agradable, introducirme a su mundo. No todos tenemos historias de familia que interesen a algún despistado lector, pero si buscamos en los rincones del olvido involuntario, algunas imágenes van tomando forma dentro del cinematógrafo personal. 
Somos personas anónimas – aproximaciones bizarras de “Los Olvidados” de Buñuel o “Nosotros los pobres” de Ismael Rodríguez – quienes circulando por la ciudad ayudamos a construir las crónicas que le dan vida. Somos nómadas citadinos deambulando entre las colonias más caóticas de la capital: Guerrero, Morelos, Bondojo, Tres Estrellas, Gertrudis Sánchez y otras tantas que entran al olvido voluntario. Pero si en algún momento evolucionas a sedentario es porque tuviste la suerte de heredar, o el dinero suficiente para dar el mínimo enganche y adquirir una casa o un departamento. 
Aun así las historias se siguen almacenando entre cuatro paredes y muchas veces fuera de ellas. Sin embargo las mini ficciones detrás de las puertas son las más entretenidas, porque tienen un velo de secreto que, siendo lo suficientemente transparente, logra hacerse público. No siempre debido a las delgadas paredes, sino al chismorreo indiscreto de vecinas ociosas, quienes inclinadas sobre lavaderos comunales ponen la sal y pimienta a la vida cotidiana. Cuando las vecindades y los departamentos llegaron a formar parte del mobiliario de los barrios, se abrió una puerta para socializar e intercambiar angustias y miedos: incluyendo maridos, esposas, y algunas minucias como platos y cacerolas.
Una extraña maldición padeció a la familia, todos los patriarcas han fallecido antes de cumplir los sesenta años, espero que la segunda generación tenga la oportunidad de vivir unos años de más. No porque exista una necesidad imperiosa de permanecer en esta tierra, tampoco es un motivo de vida o muerte, es simplemente para llevarle la contra a los genes familiares.
Pertenecer a una clase social media baja te otorga el beneficio de dominar uno o varios oficios, algunos familiares y otros adquiridos en escuelas técnicas: “dentro de la salvaje costumbre de trabajar”; mis empleos si no asquerosos, más bien sucios, fueron los de ebanista y carpintero. Mi abuelo trabajaba en la fábrica de PM Steele cuando todavía los muebles se hacían de madera – antes de darnos cuenta que ya habíamos deforestado más del 70% del país –. Con ingenuidad, creo que con malicia, el abuelo heredó a mi padre y tíos: martillo, clavos, serrucho, garlopa, barniz, thinner,  mona, además del apellido. Ellos, en un divino acto de fe familiar, emulando a José y Jesús, nos enseñaron las bondades del oficio. Claro, tienes que empezar desde abajo y pagar el consabido derecho de piso, por lo tanto debes realizar los trabajos más tediosos, cansados y aburridos (incluye barrer, limpiar, hacer miles de mandados, lijar metros de madera, cargar, estibar, etcétera).
Por eso cuando digo que tengo más de cuarenta años laborando, es cierto, pues empecé como muchos niños de mi barrio, trabajando desde los siete años. El trabajo enaltece y fortalece el espíritu – ¡si cómo no! –. Lamentablemente es esos años la explotación infantil no era un tema del cual, un padre debiera estar preocupado. Por lo tanto nos inculcaron incansablemente, obligaron es la palabra, la necesidad de trabajar para desquitar lo poco que comíamos; un trabajo sin paga, claro, todo iba a la misma bolsa; es decir, según recuerdo, lo recaudado contribuía  a la economía familiar. O eso me decían, porque la mayor parte de las veces con lo único que mitigábamos el hambre era con tortillas y frijoles. Con respecto al estudio cumplimos con la obligación cívica de aprender a leer y escribir, después de haber cumplido la educación básica, primaria, todo lo demás era un acto de ridícula vanidad.
Con todo el autoritarismo que nos heredó la Dictadura Perfecta. En los sexenios de Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, hubo tres países en uno, estos son: el “Bueno”, que giraba alrededor del incrementó de la producción petrolera: la multiplicación de la red carretera, nuevos aeropuertos, dos puertos de altura vieron la luz, se inició la construcción del “Circuito Interior de la ciudad de México”, hicieron su aparición los grandes desarrollos turísticos de Cancún, Ixtapa, Los Cabos y Loreto. El gobierno rompió relaciones con España. El “Malo”, que giraba alrededor de la corrupción y el atraco a las arcas nacionales: poca inversión y escasez de circulante, fuga de capitales, bajaron las reservas internacionales, se declaró la moratoria de pagos, se nacionalizó la banca y cuadriplicamos la deuda externa. El “Feo”, que giraba alrededor de la gente: la población sufría una elevación rápida y desordenada de precios, desempleo, grandes devaluaciones, la ciudad se seguía inundando, se masacraron estudiantes y guerrilleros. Este fue el país donde alguna vez bebimos agua directamente del grifo, se acuñó el término “fayuca” y se llenó las vitrinas de las abuelas con muñecas de porcelana.
También y muy a nuestro pesar aparecieron los grandes lemas: “Las decisiones se toman en los Pinos”, “La solución somos todos” y “La paz bajo el terror”, esta última es de vox pópuli.
Empero, a pesar de todas estas grandes contradicciones nacionales, había trabajo, porque a la vez que se acrecentaba el número de pobres, una gran cantidad de burócratas hicieron su aparición en la escena pública. Muchos se hicieron ricos aprovechándose del sistema. Por cierto la ciudad de México, en la década de los 70, aumento su población de guadalupanos en dos millones. Lo interesante del dato es que desde 1980 seguimos siendo alrededor de ocho millones de chilangos. Esto quiere decir que no cabe ningún alfiler más en esta cuenca llena de agua sucia.
Si hubieran existido los Reality Show en ese tiempo, éste se llamaría “Pimp my wood”. Puesto que muchas familias de clases medias y altas tenían la costumbre de barnizar sus muebles. La mayoría eran fabricados de maderas como la caoba, la ceiba o el pino. Los comedores, sillas, salas, roperos, coquetas, cocinas y todo lo que oliera a madera se le daba un baño de barniz. Toda la ciudad era un campo fértil de madera empotrada en pisos y paredes. En ese tiempo la madera dominaba y muchos mandaban a hacer sus muebles, a la medida y de estilo europeo, para hacer notar el estatus social del cual gozaban. El tallado se realizaba a mano, una luna con aplicaciones de flores llevaba semanas terminarlo, no se diga una recamara o un secreter. 
También las cantinas, muy de boga en esos tiempos, con barras y anaqueles de caoba tuvieron que ser rescatadas del deterioro ocasionado por miles de borrachos consuetudinarios. – Al contrario de las “Pulquerías” que nunca necesitaron nuestros servicios, decían que la baba del pulque les daba la suficiente fuerza para resistir pleitos, escupitajos y juegos de rayuela –. Lo único malo es que los cantineros muchas veces no pagaban, por el sencillo hecho de que, a la menor oportunidad, mis queridos familiares vaciaban las cavas del lugar (por eso no llegaron a los sesenta años). El recién abandonado Senado de la Republica de Donceles fue, alguna vez, remodelado por nosotros, aquí no siempre podíamos avanzar como hubiésemos deseado, los salones de plenos y escritorios, aunque eran vacaciones, nunca estuvieron totalmente libres, por lo que tuvimos que realizar el trabajo por partes y a diferentes horas del día. El trabajo de un mes se alargó por otro periodo igual, no existía el término del “Reloj Legislativo”, pero bien que lo usaron para no pagarnos el tiempo extra.
Cuando participamos en la remodelación del Palacio Negro de Lecumbrerri, no sabía de la importancia histórica de este inmueble, ni que fue una obra de Porfirio Díaz, ni que fue la peor cárcel del país, no precisamente por su administración, sino porque fue símbolo de la barbarie humana, mejor dicho mexicana. Había que remozarlo y convertirlo en el flamante Archivo General de la Nación. En la madrugada tronaba el domo central y los techos acrílicos con el cual taparon las crujías: me imaginaba que eran almas en pena. Las celdas fueron revestidas de acero en su totalidad, parecían bóvedas de banco, pero alcance a ver otras sin remodelar, donde el grafiti de los presos dejaban constancia de su triste encierro: ahí me di cuenta de que, cuando estas encerrado, lo peor del ser humano sale a flote. No vale la pena transcribir nada de lo que leí. A veces vagabundeaba por los talleres y las torres de vigilancia, pero a la única área, a la cual, nunca volví fue a la enfermería; una enorme opresión se sentía en esas celdas –se percibía el miedo y la desesperación: a muerte, dicen los que saben que la mayor parte de las torturas se hacían en ese lugar–. Hoy las cárceles se llaman CERESO, siguen siendo lo mismo: el hacinamiento, tortura y corrupción no han desaparecido. Claro, nunca le llegaran a la fama del Palacio Negro. Aunque uno nunca sabe y ni quiere saber.
Durante mucho tiempo viví en la Guerrero, en la calle de Luna para ser exacto, era una enorme vecindad, donde pasé la mejor etapa de mi vida. Disfrute los programas de televisión en blanco y negro, los sábados de gloria, las grandes ferias – con todo tipo de juegos mecánicos y hasta casa de freaks (ya saben la mujer araña, quien maldecida por su madre pagaba su pecado o algo así) –, y sobre todo por las posadas, durante cada noche de los nueve días, una familia o varias se encargaban de organizar la peregrinación y el canto de villancicos, era todo un espectáculo las largas filas de peregrinos, quienes caminaban alrededor de los patios de la vivienda. Regularmente se rompían seis piñatas, no podía faltar el descalabrado, sin él o ella no había fiesta completa. Después todos tomaban el tradicional ponche mientras se repartían canastas de dulces. Los lavaderos y azoteas tenían una doble función, al igual que las riveras de los ríos, la de lavar y funcionar como parajes, donde el erotismo y la sensualidad encontraban campo fértil. No quiero decir que llegaban en un caballo y tumbaban la muchacha debajo del lavadero, pero si fueron lugares donde las deshonras familiares tuvieron su origen. Fueron buenos años, viaje en los últimos trenes, las eternas horas se soportaban gracias a las vendedoras de comida que, en cada estación, a gritos ofrecían tacos de guisados y tarros de atole o café. Los automóviles eran grandes, hechos para numerosas familias, de ocho cilindros la mayoría. Los enormes baños públicos y la costumbre dominical de tomar un vapor o turco por horas, para después terminar con una ducha de agua fría. El baño Señorial es un buen ejemplo de la bonanza de la época. Ahora la mayoría desaparecieron al igual que toda una generación que le gustaba bañarse a conciencia una sola vez a la semana.

Los muertos nos acompañan, es verdad, son una amalgama de personas, vecindades, novias, amantes, esposas, ferias, baños, balnearios y recuerdos como el de las pulquerías, donde sólo queda el recuerdo en las postales de los vendedores de Coyoacán.  Todo se ha convertido en suvenires para nostálgicos y turistas. Muertos que nos acechan dentro del imaginario de la ciudad. Pasará el tiempo para que nosotros también nos convirtamos en recuerdos para nuestros hijos, por supuesto con las imágenes concebidas, actuadas y dirigidas por ellos mismos, dentro de su propia cinematografía personal.

El erotismo en la literatura y en la vida

Asistí a la semana de los "9 1/2 días del libro erótico... a Fondo", slogan promocional en clara referencia al libro autobiográfico Nueve semanas y media de Elizabeth McNeill, el cual se convirtió en un éxito ochentero cinematográfico. Sin duda es una película llena de juegos sexuales basados en la dominación; pero logra quedarse en la memoria colectiva por el memorable striptease de Kim Basinger (http://www.youtube.com/watch?v=PMTu86K-IhI), y la actuación siniestra del siempre misterioso Mickey Rourke. Llegue temprano o era el único ser interesado en adquirir algún libro de genero erótico para la biblioteca personal. En casi completa soledad, recorrí la Galería Luis Cardoza y Aragón del Centro Cultural Bella Época, sintiendo las miradas evasivas de los empleados del lugar –cabe aclarar que ninguno se acercó para hacerme alguna recomendación, ni yo, con mi habitual timidez en este tipo de eventos, pregunte por alguna buena obra– por lo que realice la misma rutina de siempre: recorrer las mesas llena de libros, como extraviado, hojeando rápidamente algunos textos sin mostrar asombro por el contenido o precio. La compra de libros eróticos siempre me pone nervioso, me siento un bicho sucio. Por lo que trato de mantener la calma, sin mirar directamente al vendedor, pero no logro dejar a un lado los sentimientos de culpa que, me acompañan en la adquisición de este tipo de textos pecaminosos.
Definición geográfica de la vagina: canal que desemboca en el cuello del útero y que se dilata en la vulva. Me cuesta trabajo hablar, aunque conozco un amplio vocabulario, en términos pedestres acerca del sexo, no es que sea un puritano ni cosa por el estilo, pero al decir o escuchar una connotación vulgar, siento un vacío en el estómago, además de un estallido de sangre que se irriga y hace erupción en mi cara. No puedo controlar el sudor en las manos, ni el temblor en el sonido de mis palabras –“tan cómico habré sido que en el taller de lectura y redacción de la preparatoria, el maestro se reía cuando reseñaba algún libro con escenas subidas de tono”–. Todo depende de la educación sexual que hayamos recibido en los primeros años, en mi caso como el de muchos, fue un silencio acompañado de verdades ancestrales. –“Son parte de los misterios que se nos irán revelando a su debido tiempo”–, repetía una vecina, en clara alusión a las decenas de parejas que se estacionaban justo afuera de su ventana, para intercambiar palabras incendiadas de urgencia. Cuando los límites del beso y abrazo sucumbían al calor de sus cuerpos jóvenes y plásticos. En esos primitivos encuentros no hay racionalidad, la mente y el cuerpo sucumben al deseo más puro de la piel. Ella tenía razón, no hay nada más placentero que ir descubriendo los misterios de la vida, debido a que cada pedazo de nuestro cuerpo encontrara su complemento femenino. Hay un cierto magnetismo que nos guía hacia las cavidades de la mujer, estas oquedades no repelen la intromisión, al contrario, lo guían al centro vital de su cuerpo.
 “La mujer es en sí misma es un hogar por lo que tiene de oquedad: la mujer, reitero, es literalmente hueca, cavernosa, húmeda, hecha de formas vitales. Cuando amamos físicamente a una mujer, aunque sea de manera parcial, nos insertamos en la tierra. Por eso, cuando el hombre realiza el acto amoroso tiene el deseo vivo de regresar al canal del cual fue expulsado en el parto”.
–El noviazgo corto antes del matrimonio es lo recomendable– le aconsejaba, hace años, una amiga a su hija, debido a que las relaciones largas acaban en la cama y nunca en el altar, por lo que era preferible que la virginidad se perdiera con la rúbrica estampada en un papel. Hoy en día, un poco más liberal, muchas parejas optan por la unión libre, para lo cual recurren a una convivencia basada en la confianza mutua. Como si casarse por todas las de la ley, civil y/o religiosa, fuera un lastre difícil de soportar. Toda educación sexual debiera empezar en casa, pero no, siempre encuentras al familiar o amiga liberal, mentores personales, quienes basados en experiencias desastrosas te instruirán los valores espirituales y estéticos de las relaciones sexuales. Por lo que tiendes a repetir los mismos errores que dan al traste con nuestra difícil y frágil vida amorosa. ¿Es preferible tener una aceptable felicidad conyugal dentro de un matrimonio “normal”? No importa el origen de tu incipiente educación, ni tampoco si optas por unirte o casarte. Esta es mi filosofía, solamente hay que tener dos cosas en mente: no embarazarse ni contraer una enfermedad sexual por descuido. Todo lo demás es válido y son parte de las experiencias que nos llevaremos hasta la tumba. Porque a diferencia de las mujeres, nosotros los hombres no transmitimos nuestras experiencias sexuales, solamente nos enfrascamos en divagaciones de copulaciones intrascendentes.
No puedo negar que desde que empecé con estas lecturas, hace muchos años, las cuales  fueron motivadas más por el morbo, que por un sano interés académico. Sin embargo, después de  varios libros, fracasos amorosos y miles de reflexiones, finalmente, me sirvieron para comprender la enorme diferencia entre pornografía y erotismo de la misma forma en que aprendí la diferencia entre la definición formal y la literaria de estos temas.
De acuerdo a Wikipedia, el pene es un: órgano copulador masculino, que interviene, además, en la excreción urinaria. Aquí no hay poesía, es una descripción prosaica y demoledora de la función fisiológica que tienen nuestros órganos sexuales. Es un pensamiento sexual apagado. El sexo y nuestra sensualidad sobreviven gracias a la literatura, porque nuestro pensamiento va más allá de actos repetitivos de copulación y reproducción. 
Por lo que propongo una nueva definición llena de aforismos acerca del miembro masculino: es un órgano sexual que tiene dos finalidades; la primera, en un acto lleno de sensualidad que, después de estimulación erótica-mental, expulsa millones de seres primigenios que se mueven a gran velocidad, para que uno, sólo uno, sea decapitado, y éste desprovisto de su cuerpo mutilado, pueda dar origen a la creación humana; la segunda, es la fuente fálica de origen divino que produce “el agua de la vida”, así es, los desechos de un manantial convertidos en un elixir, que prolonga por tiempo indefinido la existencia humana. La literatura produce estos desvaríos de la razón. De lo contrario, una triste existencia desprovista de metáforas colapsaría los símbolos emocionales y pasionales de la psique humana.
Las principales editoriales que tienen una literatura bastante buena son Fontamara, Ediciones Coyoacán y Axial, con los mismos títulos clásicos de siempre y algunas novedades que tuve a bien comprar a un bajo costo. Erotismo, homosexualidad, lesbianismo, infidelidad y sadomasoquismo que, junto con sus repudiados y aclamados autores: Boccaccio, Sade, Flaubert, Baudelaire, D. H. Lawrence, Vladimir Nabokov, Henry Miller, Oscar Wilde, Alfred de Musset y Saikaku Ihara entre otros más contemporáneos, logran darle una diversidad muy estimulante a la imaginación desbordada, yo diría viva, de los lectores mundanos. Las demás editoriales, con sus precios exorbitantes, tratan temas de sexualidad en términos sociales, psicológicos y antropológicos, por lo que les di un breve vistazo y las encajone en las gavetas del olvido. Muchas novelas eróticas son escritas con un lenguaje muy cuidado, la cual no resulta en absoluto obscena ni escabrosa. Son las llaves para abrir las puertas a placeres sorprendentes, que nos llevan por los laberintos lúbricos de la mente, de otra forma, nos perderíamos en los caminos largos y llanos de la realidad.
Por coincidencia regrese el último día de exhibición de libros eróticos. Encontré casi la misma pila de libros en las mesas de exposición, una o dos personas daban vueltas alrededor del vestíbulo, no se atrevían acercarse para hojear algunos textos. Timoratos los amigos, pero una señora les mostró el camino, abrió un libro y lo empezó a leer con gusto, con impaciencia recorría las hojas llenas de imágenes obscenas. No me quede atrás, así que compre algunos libros que me llamaron la atención, y de los cuales estoy disfrutando de su lectura. Cada letra, cada frase, cada párrafo es una enseñanza de vulgaridades mentales que producen corrientes eléctricas cuando las ensayamos en los cuerpos suaves y tibios de alguna mujer. Es una tarea tan lenta y encomiable como aprender una lengua muerta. Cada noche se agrega una nueva línea a nuestro placer y un nuevo signo a nuestro vocabulario. Pero siempre habrá misterios por develar. Hay que pensar que el cuerpo de una mujer es infinito y misterioso como el mar. La imaginación se estimula, los deseos lubrican las partes del roce y de encuentro entre el canal que desemboca en el cuello uterino y la fuente fálica del hombre.
No hay desligue posible, lo intuyeron los cuentistas, novelistas y poetas, por lo que me acojo a la ironía y humor de la poseía de Efraín Huerta: “El gran río penetró la roca viva / y se adelgazó hasta el miedo y el estruendo / se hizo rayo se hizo ruina se hizo tonto esqueleto / y hoy padece a lo largo de pieles de tigre / a la orilla del cocodrilo que me sueña / y me hunde en el naufragio / de su carne tan blanca /oh carne nacarada en medio / de la arena”… http://romanlujan.blogspot.mx/2012/06/manifiesto-nalgaista-efrain-huerta.html
Son coqueterías verbales, guiños que nos hacen los textos. Estoy en una constante búsqueda del placer literario y su radio con el sexo. O acaso D.H. Lawrence con sólo papel, tinta e imaginación logró proporcionar un éxtasis poético en sus personajes, Connie y Mellors, sin haberlo experimentado en carne propia. Creo firmemente en la sensibilidad del escritor, pero también supongo que experimentó en decenas o cientos de veces en mujeres insatisfechas, llenas de tabús sexuales propios de sociedades machistas, para encontrar una frase vulgar y salvaje que resume la fijación física del hombre en la mujer: “¡Es el más hermoso, el más hermoso, culo de mujer que existe!”. Tal vez una sola mujer logró tener contacto con sus energías  primarias e instintivas del sexo. Él no tuvo reparos y tomó la experiencia para lograr la metamorfosis de Connie y convertirla en una mujer poderosa, altiva, completa, en una mujer viva por dentro, que disfruta de su cuerpo sin tapujos; capaz de ver la belleza del pene, el cual en un instante puede ser adorablemente fuerte y un momento después transformarse en un capullo puro y delicado. Sin duda encontró la inspiración… http://www.mientraslees.com/2012/01/el-amante-de-lady-chatterley-de-dh.html
“Luego, cuando empezó a moverse, en el repentino orgasmo inevitable, despertaron en ella nuevas y extrañas sensaciones encrespantes. Oleando, oleando, oleando, como el aleteo repetido de suaves llamas, suaves como la pluma, deshaciéndose en puntitos brillantes, exquisitos, y fundiéndola hasta convertirla toda ella por dentro en un fluido […] y luego comenzando de nuevo aquel movimiento indescriptible que no era realmente movimiento, sino puramente remolinos de sensaciones cada vez más profundas que calaban cada vez más hondo en sus tejidos y en su mente, hasta llegar a convertirla en un fluido perfectamente concéntrico de sentimientos y quedar yaciente entre gritos inconscientes e inarticulados”.

Desde la primera vez que lo leí se me quedo grabado, por lo cual no dude en citar la más hermosa concepción literaria sexual del orgasmo, provocado por la pluma de un hombre de siglos pasados. Pero que se resiste a desaparecer y permanece en la ansiedad febril y fantasiosa de un asiduo lector e incipiente escritor como yo.