lunes, 19 de enero de 2015

Conversaciones (entre un hombre y dos gatos)

Un terrible dolor de cabeza. Dos aspirinas y un vaso de agua. Los efectos del analgésico consiguen desvanecer por un breve tiempo la jaqueca. Un trago de whisky hubiera sido más efectivo. No comprendo cómo estoy en el suelo, totalmente desmadejado pero con la conciencia intacta. En un instante me enfrasque en una conversación larga. Confieso que a medianoche este asunto puede parecer fantástico. Me di cuenta que uno era bastante sensible, demasiado nervioso e impresionable. El otro se definía a sí mismo como un fracasado pues vivía en las calles. Afuera, la ciudad continuaba silenciosa y vacía. Salvo nuestras voces que subían de tono y de agravios. Finalmente, un jadeo imperceptible me llevo al mundo de las sombras y de la apoplejía, mientras el segundo se sumió en el artificio del sueño y el tercero se maldecía por haber perdido, tan pronto, su único refugio.

martes, 13 de enero de 2015

La naturaleza de mi corazón (variación de un texto anterior)

Puedo afirmar con convicción y sin temor a equivocarme que, vivo en el paraíso imperfecto de mis realidades dentro de un mundo de sueños incumplidos. En días nublados disfrazo, de indigente, mi ser para deambular con paso inseguro hacia la benevolencia de alguna buena alma. Entonces, dejo que mi corazón se convierta en un enorme huerto, cuyos frutos florecen durante el tiempo en que el amor pueda mantener fértil el campo de mis ilusiones. Utilizo estas metáforas para no enfrentarme a la pobreza de mi espíritu. ¡Ay, qué larga es esta vida! Llena de encuentros y desencuentros. Ilusiones perdidas de tempranas orfandades, porque me he dado cuenta que no sé amar, por lo que cada vez que termino con alguien que me ofrece sus sentimientos; crece, dentro de mí, un odio que convierte en desierto las parcelas sembradas. Como consecuencia mis descalabros son más breves y tienden a un exilio más prolongado. Por lo que me siento a esperar los diluvios que llegan para hacer, nuevamente, fértil mi tierra; éstos llegan acompañados de nubarrones y malos presagios, pero con el paso del tiempo se convierten en días soleados. Es un ciclo natural que se repetirá infinitamente.

Odio que mi corazón sea un desierto

Puedo afirmar con convicción y sin temor a equivocarme que, vivo en el paraíso imperfecto de mis realidades dentro de un mundo de sueños incumplidos. En días nublados disfrazo, de indigente, mi ser para deambular con paso inseguro hacia la benevolencia de alguna buena alma. Entonces, dejo que mi corazón se convierta en un enorme huerto, cuyos frutos florecen durante el tiempo en que el amor pueda mantener fértil el campo de mis ilusiones. Utilizo estas metáforas para no enfrentarme a la pobreza de mi espíritu. No sé amar, por lo que cada vez que termino con alguien que me ofrece sus sentimientos; crece, dentro de mí, un odio que convierte en desierto las parcelas sembradas.