Conversaciones (entre un hombre y dos gatos)
Un terrible dolor de cabeza.
Dos aspirinas y un vaso de agua. Los efectos del analgésico consiguen
desvanecer por un breve tiempo la jaqueca. Un trago de whisky hubiera sido más
efectivo. No comprendo cómo estoy en el suelo, totalmente desmadejado pero con
la conciencia intacta. En un instante me enfrasque en una conversación larga.
Confieso que a medianoche este asunto puede parecer fantástico. Me di cuenta
que uno era bastante sensible, demasiado nervioso e impresionable. El otro se
definía a sí mismo como un fracasado pues vivía en las calles. Afuera, la
ciudad continuaba silenciosa y vacía. Salvo nuestras voces que subían de tono y
de agravios. Finalmente, un jadeo imperceptible me llevo al mundo de las
sombras y de la apoplejía, mientras el segundo se sumió en el artificio del
sueño y el tercero se maldecía por haber perdido, tan pronto, su único refugio.