El oso domesticado
Estuvo huyendo
durante días de un grupo de cazadores, quienes, al carecer de cualquier
sentimiento de piedad lo seguían sin darle ningún tipo de descanso. La huida
hizo que se acercara a las ciudades y con ingenuidad animal sucumbió a la curiosidad de las luces
brillantes. Aprovechó el reflejo de los escaparates para confundirse con el
mobiliario y de una muchedumbre que, por las prisas, no se fijó en él. Ahí no
había sombras nocturnas, ni las fantasmales siluetas de sus perseguidores. Era
otro tipo de bosque con crecidos y frondosos edificios de acero y cristal. Era
fácil pasar desapercibido, pues nadie se miraba la cara, todo el mundo se había
entregado al celular. El traje fue el disfraz perfecto, la pedicura desapareció
las garras y los zapatos le facilitaron la residencia. Con el tiempo consiguió
esposa e hijos, una casa y un trabajo. Cierto, todavía tenía el olor
inconfundible a oso, pero sabía que los cazadores no se guiaban con el olfato y
las huellas en el asfalto eran difíciles de seguir. A veces, extrañaba los
campos y la libertad de moverse de un lugar a otro, sin embargo, aprendió a
viajar en primera y a hospedarse en hoteles de lujo. Se sentía un animal
domesticado, pero acaso ¿no es el camino que siguió el hombre?