miércoles, 27 de septiembre de 2017

El oso domesticado


Estuvo huyendo durante días de un grupo de cazadores, quienes, al carecer de cualquier sentimiento de piedad lo seguían sin darle ningún tipo de descanso. La huida hizo que se acercara a las ciudades y con ingenuidad  animal sucumbió a la curiosidad de las luces brillantes. Aprovechó el reflejo de los escaparates para confundirse con el mobiliario y de una muchedumbre que, por las prisas, no se fijó en él. Ahí no había sombras nocturnas, ni las fantasmales siluetas de sus perseguidores. Era otro tipo de bosque con crecidos y frondosos edificios de acero y cristal. Era fácil pasar desapercibido, pues nadie se miraba la cara, todo el mundo se había entregado al celular. El traje fue el disfraz perfecto, la pedicura desapareció las garras y los zapatos le facilitaron la residencia. Con el tiempo consiguió esposa e hijos, una casa y un trabajo. Cierto, todavía tenía el olor inconfundible a oso, pero sabía que los cazadores no se guiaban con el olfato y las huellas en el asfalto eran difíciles de seguir. A veces, extrañaba los campos y la libertad de moverse de un lugar a otro, sin embargo, aprendió a viajar en primera y a hospedarse en hoteles de lujo. Se sentía un animal domesticado, pero acaso ¿no es el camino que siguió el hombre?

Otoño e invierno 2017

La tierra, como papel en blanco, se pinta con la tiza de los colores de cada estación. La primavera con el rojo sofocante, el verano con la alegría desbordante del verde y el inmenso azul, seguido del nostálgico amarillo dorado del otoño y el siempre triste invierno pintado con el gris plateado de un anciano. Cierto, las primeras estaciones las colorean la fiesta de los carnavales, la alegría de las vacaciones veraniegas y los perfumes de olorosas flores. Luego del embriagante sol, llegan las dos estaciones más cálidamente frías del año. Las que nos llevan al encuentro con la familia dentro del calor hogareño. El otoño, como siempre, llegara acompañado de sus historias de fantasmas traídos en papalotes por los vientos. Violentos aires que empezaran a desnudar a los árboles de sus crujientes y amarillas hojas. Los ocasos rojizos reemplazaran los cielos azules y los pastos verdes, mientras, la mudanza de la luna tratara inútilmente de besar a una tierra que prefiere mantener la distancia de orgulloso amante. Será la época de honrar a nuestros muertos con la ofrenda y la vela encendida con oraciones. Una vez más la gente recorrerá los panteones con la esperanza viva del recuerdo. La noche ensanchará su sombra por más tiempo para que el invierno pueda adueñarse de nuestros miedos. Los primeros fríos nos obligaran al abrigo del abrazo, del chocolate espeso y el pan dulce. Los árboles navideños ocuparan su lugar en algún rincón de la casa y en nuestros corazones. Los regalos se intercambian con toda la formalidad del apretón sincero. Nos adueñaremos de la noche y de los grandes almacenes. Sin embargo, este año, las fiestas navideñas serán más tristes, van a estar marcadas por la tragedia del sismo y de una agónica, pero inexorable, reconstrucción. Este otoño e invierno 2017 será muy especial porque recordaremos con cariño a todos los países que nos ayudaron a rescatar, de los escombros, a nuestros hermanos.