lunes, 17 de julio de 2017

Sin destino


Cierto, yo parecía un maníaco, gesticulando incoherencias, palabras sin sentido que suelen decir los dementes. Era un interminable y frenético vaivén de ideas corriendo de mi alocado cerebro a mi boca. Estaba lejos de casa. Salí en la mañana y empecé a caminar sin rumbo, pero queriendo llegar a algún lado. Recuerdo haber caminado muchos kilómetros y parado a comer con una señora de pelo blanco, mujer extrañamente bondadosa. No quiso cobrarme y hasta me bendijo y yo, sin pensarlo, la besé en la frente. Después, continué caminando entre las filas de los coches, en sentido contrario, sin aminorar la marcha, tragando smog y bocinazos. Me tumbe en la hierba mientras los servicios de emergencia atendían un choque múltiple. Me acuerdo que dos vagabundos me observaban llenos de curiosidad y miedo. No se atrevieron a acercarse, pues yo los miraba frunciendo el ceño, riendo como un maniático. No tenía sentido recorrer un camino tan largo, aunque tenía una determinación férrea para no detenerme. Pero la cordura llegó batiendo sus alas. Aunque no quise llegar aquí porque no era mi destino. Tal vez ustedes piensen que hice una pausa. Sencillamente me cansé de caminar, de malgastar la suela de mis zapatos sin sentido, por lo que simplemente clavé mis pies al piso.

Con la mochila al hombro


Hay que viajar ligeros, sin la carga de la pesada muda, con poco dinero, con la sonrisa como única vestimenta; ese ligero y suave movimiento de boca que suele abrir corazones. Caminado o en bicicleta, el medio de transporte no importa. Sin prisa, arribarás al primer poblado, buscando el mercado y los aromas del café recién hecho. Te recibirán los primeros sazones de la sal y la pimienta con los trozos de carne, en ese breve instante, cuando pruebas el primer bocado comulgaras con la tierra en un festín de sabores tan entrañables como el amor. El torrencial ruido de los comensales y vendedores te parecerá una opereta que inundara tu alma y estómago. Sigues tu camino, y sentirás de repente el sublime deseo de bañarte, sacudirte el polvo y remojar el cansancio en el Atlántico. Terminarás el día y conocerás el alojamiento más fantástico del mundo, puede ser el mullido césped o la suave arena, incluso la banca de algún parque, protegido por un techo estrellado, la cual se ensanchara al ritmo de tu respiración. Solo entonces tu chaqueta deshilachada, tus zapatos viejos se adormilaran junto a ti para caer en el dulce y pesado sueño de los vagabundos.

El gato


El ronroneo de mi gato se escuchó por toda la habitación, podía sentir su respiración en mi cuello, aunque nunca estuviera cerca. Manoteé con fuerza para poder atraparlo, pero fue más hábil y consiguió rasguñar mi cara y las manos. El maldito tenía un instinto de auto preservación que hacía inútil cualquier trampa o veneno para terminar con todas sus vidas de una sola vez. Incluso, un triste exterminador terminó desangrándose antes de caer a mi lado con un ruido sordo, seco. Mientras mi gato seguía ahí, con las garras ensangrentadas, relamiéndose los bigotes con total y absoluta satisfacción. Muchas veces quise atraparlo mientras dormía, me acercaba con pesadez sigilosa, sin respirar ni hacer ningún ruido, pero era tanto mi deseo que siempre me apresuraba, y en ese último segundo lograba desaparecer debajo de cualquier mueble o cortina. Era un ser perverso que tomaba el sol en la ventana, mientras su sombra se quedaba agazapada en la oscuridad, observándome con ojos malignos, riéndose de mi temor, convirtiendo mi vida en una pesadilla. Han pasado mucho tiempo desde que llegó a mi casa. Hice caso omiso al terror que infundía a las personas que me visitaban. Ellos, mis amigos y familiares, se alejaban para mi desgracia. No pude evitarlo. Estaba cavando mi propia tumba sin saberlo, mi casa se convirtió en mi cárcel. Aunque, no sé realmente cuando empezó mi verdadera pesadilla, porque un día, desperté atrapado en este cuerpo peludo y desde entonces estoy relamiendo los bigotes, acicalando mi pelo negro, tomando el sol al borde de la ventana. Mirando como mi diabólico gato se iba adueñando de mi vida.