Un diablo no es más que un ángel perdido
Tenía tiempo resistiéndome a
asistir a una misa, y mucho más a una boda, pero una mala coordinación en los horarios
hizo que llegara a tiempo a la ceremonia religiosa. No me acordé de la media
hora de anticipación para que, los invitados despistados lleguen por lo menos a
mitad de la misa. En fin, me tocó presenciar el ritual desde el inicio. Me
gusto la sonrisa de felicidad de los novios, los nervios de los padres, las
risas maliciosas de los primos y hermanos, los gritos y el llanto de los
sobrinos pequeños, además de los persistentes flashazos de los fotógrafos. Por
cierto, me uní junto con mi cámara a esa comunidad de luciérnagas vespertinas. La
liturgia transcurrió imperturbable con sus reglas establecidas desde hace
siglos, pero en el momento de la comunión la sentencia del sacerdote me arrojó
a las llamas de la excomunión: “las
personas que no estén casadas por la iglesia no pueden comulgar”.
No puedo decir que me asombró
pues ya había escuchado algunos comentarios de varios amigos, pero sentir el
desprecio de una institución donde el perdón y la redención de los pecadores
debe ser una prioridad para salvar a una humanidad enferma espiritualmente (considero
más pensante) y cada vez más alejada de la iglesia católica. Donde los
sacerdotes están recluidos en sus templos esperando los generosos donativos
(por no decir exorbitantes cuotas) por celebrar misas para todos los
sacramentos. Cierto es que, nunca he visto al sacerdote de mi colonia realizar
trabajo pastoral en la comunidad, ni cuando vecinos y familiares mueren en sus casas. Antes
el templo estaba abierto a toda hora para rezar cuando flaqueaba la fe. Por
lo mismo, mis horarios y los de Dios ya no coinciden por lo que me he
convertido en una oveja descarriada.
La “Parábola de la
oveja perdida” me parece muy acertada para terminar este relato;
aunque, pensándolo bien, me tiene sin cuidado que una institución perversamente
anacrónica, la cual ha cometido infinidad de atrocidades, en el nombre de Dios
a través de toda su historia, me condené, sin mayor trámite, al infierno.
¿Quién
de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el
campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la
encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a casa, convoca a los
amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja
que se me perdió. Os digo que, del mismo modo, habrá en el Cielo mayor alegría
por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no la
necesitan. (Lucas 15:4-7)