sábado, 25 de agosto de 2018

Carcosa


Era un hecho que la evocación de un recuerdo lo convierte en un recuerdo de un recuerdo, o eran simplemente sueños precognitivos de algo que apenas va a suceder, la memoria tendía a ser estúpidamente repetitiva, así cavilaba el capitán Wilder en el momento que dio la orden de despegue. Según los datos recabados por las sondas enviadas a diferentes planetas de las Híades, Aldebarán podría albergar las condiciones adecuadas para instalar una nueva colonia. Después de muchos intentos habían encontrado la forma de transitar por algunos agujeros negros, pero estaban lejos de acostumbrarse al murmullo vertiginoso, cantos de muertos según la tripulación, a la dolorosa sucesión de luz y oscuridad que lastimaba los ojos, a las tinieblas interminables y a la muda confusión del viaje entre galaxias.

Un hombre vestido con pieles daba cuerda, como cada noche, al antiquísimo reloj de piso. El diluviano mecanismo nunca había fallado, infatigable a pesar del tiempo, mantenía incansable su funcionamiento, porque estaba hecho con indestructibles engranes de metales extraídas de las estrellas negras que iluminaban las noches heladas de las Híades. El hombre miró al cielo, leyó con atención la extraña rotación de los asteroides, sintió un presagio de maldad, no de los que llegarían pronto a través de las nubosas profundidades del cielo, sino de aquel, del último rey ermitaño que moraba aletargado en el derruido castillo, pero cuyos pensamientos rondaban las calles de la antes gloriosa Carcosa.

El lúgubre paisaje se parecía a la tierra después de su destrucción, las nubes plomizas evocaban un reciente conflicto nuclear, parecía que los envolvía un ahogante y sucio polvo radioactivo, pero nunca imaginaron encontrar despojos de una antiquísima ciudad. A lo lejos, sobresalía un enorme castillo, construido con piedra negra, soberbiamente ornamentado en cada esquina y muro, sostenido por majestuosas columnas, custodiado por esculturas amorfas, grotescamente fantasmales. Un poco más allá, cual tesoros para hombres de fuerte corazón, ocultos por la devastación, una hilera de criptas ruinosas y de pedazos de piedras gastadas por la agreste intemperie, medio enterradas por el musgo y la tierra.

El capitán Wilder ordenó montar el campamento cerca del inmóvil lago de Hali. Pareciera que las lunas nos siguen, comentó la teniente Noÿs, se mueven sigilosamente, alternándose entre ellas, orbitan libres, como si no estuviesen atrapadas bajo el campo gravitacional del planeta. Esa noche descansarían tranquilos, la cerca los protegería de cualquier intrusión, pues hasta el más mínimo movimiento sería detectado. Los miembros de la tripulación se habían arremolinado cerca del fuego, estaban agotados, exhaustos por la caminata entre la alta y marchita hierba. Además la pesada gravedad los hacía duplicar el esfuerzo. Bodach, el arqueólogo de la tripulación, estaba inquieto por la ausencia de ruido, algo de familiar conservaba el paisaje. Había tomado fotografías y posiblemente hallarían coincidencias en los registros históricos de la computadora. Sin embargo, no recordaba cómo habían llegado al planeta.

El hombre de las pieles emergió en medio del campamento protegido por la hierba gris, tocó con sus dedos la cara de Noÿs y le susurró al oído, en una antigua lengua, algún tipo de canto, más que palabras parecían incendiaros chasquidos de lengua, posiblemente presagios de una próxima fatalidad, a veces los monstruos se conduelen porque sin desearlo son heraldos de terribles desgracias.

Ningún instrumento alertó fallas en los equipos en la nave, pero se sentía una cambiante fuerza de gravedad, la cual terminaba hundiéndolos en largos periodos de desorientación. La sola vista de los soles gemelos los hipnotizaba, la falta de sueño y la escasa gravedad los volvía más torpes. Sin duda hubiesen regresado a la base. La negrura de este mundo les producía un miedo atroz, pero tenían órdenes de permanecer en órbita hasta el regreso de la expedición. No creían en la fatalidad ni el destino, esas supercherías eran propias de otros siglos, de otras épocas perdidas en el tiempo y la memoria.

Nuestras almas se reflejan en nuestros ojos, la felicidad de un nuevo planeta los intoxica con falsa esperanza, más les valiera temer a lo desconocido, pues Hastur posee la potestad para suscitar en su mente insensatos pensamientos y así despertar primigenios miedos. Encendería con una chispa la pólvora oculta en el fondo de su inconsciente y sugerirles, a su gusto, pesadillas con su ponzoñoso aliento. Puede convertir cada silencio en llanto y cada gota en ardiente daga, él podía obrar todo mal según sus deseos.

El capitán Wilder no daba crédito a los nombres escritos en las lápidas, la teniente Noÿs disparo toda la carga de su laser a la que tenía grabado su nombre, sólo Bodach parecía mantener un poco de cordura, pues había recorrido el lugar antes que el resto de la tripulación, al principio le pareció una broma de mal gusto, pero las inscripciones fueron realizadas por un verdadero artesano, el analizador detectó que las escritura poseía unos bellísimos trazos góticos, angulosos y cortantes, magistralmente cincelados en la piedra negra.

Solamente el hombre de las pieles reflejaba sus sombras sobre los árboles y la arenosa tierra. Estaba pálido como la muerte, el fiel carcelero miró hacia atrás, inclinó la vista al habitante del castillo, luego desvió la mirada hacia la ruinosa y célebre ciudad Carcosa.

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Todavía no tenemos listo el informe de la nave del capitán Wilder y su tripulación. Los reportes preliminares nos mostraron que la gravedad del agujero negro cambió sin que los instrumentos nos alertaran, aunque hubiésemos fallado al intentar un cambio de ruta utilizando los campos gravitacionales de otros planetas. La fuerza del agujero se incrementó de forma descomunal, modificó exponencialmente su curvatura espacio-tiempo. Fueron atraídos y devorados por una enorme fuerza. Aunque aún percibimos signos vitales de toda la tripulación, al perecer están inmovilizados en el tiempo, muy difícil saberlo, pero no podemos rescatarlos sin la alta posibilidad de perder una a varias naves. Por lo que recomendamos dejarlos ahí hasta que tengamos en algunos siglos la tecnología para rescatarlos.