martes, 28 de junio de 2016

La tertulia

Era una casa antigua donde los misterios rondan a sus huéspedes, pero cuyos misterios nunca llegaron a convertirse en un teatro de fantasmas. Lejos del drama de las cosas extrañas y sobrenaturales, convivían caballeros de ligeras alas en tertulias consagradas al dios Baco. Asiduos a los convites nocturnos de risas fatuas y al canto desentonado, pero sincero, lograban una paz que les inundaba el alma. Casi siempre, por no decir siempre, caían en las repeticiones de los diálogos chuscos y vanos. La posadera, poco estricta, se unía a la estridencia y la algarabía de sus inquilinos. Por fin, acosados por los agudos chistes conseguían levantar el vuelo hacia la parte alta, ahí lejos de las miradas indiscretas, aventaban lejos los zapatos y así ponían fin a la fiesta antes de irse a la cama.

martes, 21 de junio de 2016

Una historia corta


Nuestros recuerdos viven atrapados dentro de apretados circuitos neuronales, encerrados en el fondo de millones de imágenes y palabras, como cosas inservibles acumuladas en el cuarto de tiliches. Cierto, recuerdos almacenados con el firme propósito de no hacernos perder la identidad. Puede decirse que son anclas que nos mantienen con la fe inquebrantable. Reviven con la anécdota, un fugaz reencuentro, una amarillenta fotografía, el nacimiento o incluso la muerte para invitarlos a ser parte nuevamente del presente, a veces con mutua incomodidad. En mi familia vivíamos en un matriarcado que, desafortunadamente, termino cuando murió la abuela. Fue uno de los días más triste de mi vida. Sin embargo, en los siguientes velorios la pena fue disminuyendo, porque los tíos dejaron este mundo demasiado pronto, mientras que las tías tomaban un segundo aire. Entonces transmutamos el llanto en un alegre vodevil, donde los encuentros familiares se convirtieron en tertulia de café y galletas. Los parientes que dejamos de frecuentar aparecieron como sacados de una chistera. Muchos años sin verlos y de pronto llegaban con la pena reflejada en el rostro y la sonrisa en la comisura de los labios. Los abrazos sinceros reconfortan porque no vemos al adulto sino al niño de la infancia, todavía al cómplice de juegos y aventuras. Iniciamos con las conversaciones usuales, el trabajo, la esposa, los hijos, las escuelas, los logros y descalabros. Solo después de medianoche, luego del rosario, llegan puntuales los recuerdos íntimos. No puedo mentir, algunos con tristeza, pero la inmensa mayoría son añoranzas infantiles. No hacen falta muchas palabras para ir hilvanando las historias, uno a uno vamos llenando los vacíos narrativos. Los recuerdos se van agolpando y en instantes nos convertimos en niños, quienes jugaban en los columpios y resbaladillas, o que pasaban la mayor parte del día jugando futbol callejero. Rompiendo vidrios o abollando puertas y zaguanes. La mayoría de las veces corriendo a esconderse ante las quejas de malhumorados vecinos. Pero, la mayor parte de nuestros recuerdos nos llevan al antiguo barrio, a aquel lugar en el que, a pesar de la pobreza, fuimos felices. En esos tiempos de las canicas, el trompo y el balero. También de las primeras novias, el primer beso. Si, los primeros besos y los despertares sexuales detrás de los tinacos, donde resguardábamos nuestra intimidad con una delgada cortina de ropa recién lavada.

miércoles, 8 de junio de 2016

Un cuento para estos días



Cierto, la magia está desapareciendo de este mundo, aun los charlatanes de banqueta han perdido seguidores. Por una sencilla razón, sus trucos han dejado de engatusar a miles de curiosos, quienes, alguna vez ávidos de entretenimiento, han optado por perderse en la brillante pantalla del celular. La tecnología está ocupando aquellos sectores del cerebro donde, sin duda, habitaba el miedo y el temor a lo desconocido. Por eso, pasaron totalmente inadvertidos cuando fueron apareciendo monstruos, demonios, engendros, gnomos, sirenas, dragones, fantasmas, sátiros, brujas y vampiros.

Claro, yo era uno de esos escépticos, un agnóstico infeliz dedicado al trabajo y también, porque no decirlo, un ávido consumidor de placeres mundanos. Pero algo me cambio, no sé cuándo, lo atribuyo a la perdida de mi celular. Libre del encantamiento digital, observe a infinidad de sátiros acosando a las mujeres en estaciones de trenes, camiones, centros culturales y parques. La policía no se daba abasto, al tratar de detener a estos infractores de la ley, terminaba huyendo despavorida, pues los hijos de Pan cargaban con la preciada presa y desaparecían entre las pocas zonas arboladas de la ciudad.

No podía dormir por el miedo a los monstruos que habitan debajo de mi cama. La luz permanecía encendida toda la noche, incluso durante el día, pues de cualquier espacio oscuro, los fantasmas diurnos me tomaban del cuello hasta casi asfixiarme. No me atrevo a contestar el teléfono, el cual suena cada cinco minutos, aun desconectado. Quizá sea la voz de un ancestro que llama solo para asustarme o cobrarme. En las calles la cosa se pone peor, pues tengo que alejarme de los quicios oscuros para no ser desmembrado por un solitario zombi. También tengo que cargar crucifijos, ajos, cuchillos de plata, agua bendita y toda clase de brebajes y sortilegios para ahuyentar a hombres lobo y vampiros chupa sangre.

Apenas me di cuenta que nuestro alcalde es un dragón verde con escamas doradas, quien ha disuelto manifestaciones con infinita crueldad. Arenga a los opositores a su gobierno a marchar de manera pacífica y ordenada, pero apenas y arriban al palacio de gobierno, y con el sadismo propio de los escupe fuego, los convierte en grotescas figuras chamuscadas. El dragón mando construir un pozo alrededor del palacio municipal y levanto almenas y torres para darle un toque medieval. Incluso, rapto algunas doncellas para que representaran el papel de damas en desgracia, con el fin de atraer a caballeros y representar con ellos épicas batallas. 

En fin, espero que esta semana me entreguen mi nuevo celular, necesito perderme, olvidarme, diría yo, dentro de las imágenes discordantes del descontento social, o en caso contrario engrosare las filas de los suicidas. Quiero, nuevamente, sumergirme en las palabras acaloradas de los marginados sociales, quienes, en el anonimato, buscan aumentar el mal humor social. No importa la dependencia mortal, ni la degeneración de mis células neuronales, ni la inflamación de tendones, ni la pérdida de visión, porque de esta manera me mantendré ocupado para no darme cuenta de los demonios que gobiernan mi mundo.