Polvo eres
Todo
silencio proviene de la muerte. Morana esperaba la barca que la llevaría al
inframundo. No recordaba nada del dolor pasado, ni los miedos que la aterraban
cuando caminaba por esquinas oscuras. Porque siempre tenía miedo de las sombras
y de las voces delgadas; colgadas de la corriente del aire. Por eso, cuando
agonizaba en el hospital; escuchaba susurros
en los pasillos.
El
cuerpo de Morana fue depositado en la fosa común. Después de ser seducido por la
mutilación del carnicero-forense. Luego, la descomposición putrefacta de la
carne abonaba nueva vida; gusanos que comerían y defecarían sus restos
mortales; simples necrófagos de la belleza. Cumplían la sentencia bíblica:
"…pues polvo eres, y al polvo volverás".
Como
nadie reclamó los pedazos no la cremaron, porque de haberla incinerado, su alma
vagaría entre las sombras de una calle desierta, habitada por galantes mujeres
asesinadas. Tampoco nadie la depositó dentro de un ataúd frío, se salvó de la
soledad que la había esposado en su vida. La misma soledad que la consumía como
una lepra incurable.
Mucho
antes de morir, escuchó el rumor secreto de las ánimas perdidas, éstas
deambulaban en su cuarto, emergiendo de rincones; pertenecían a cuerpos
incendiados, cuyo polvo nunca regresó al antiguo lecho genésico.
Hombres
incompletos con almas incompletas poblaban el mundo para incendiarlo,
destruirlo y destazarlo. Por eso, cuando la navaja le traspasó «la piel, el
músculo, la costilla y el corazón» supo que moriría. Ella, por mala suerte,
había tropezado con uno de esos demonios de la extinción.
La
barca, hecha de humo y sombra, llegó por fin a la orilla del embarcadero.
Morana sintió el aire cálido e invisible de la noche, no se percató que estaba
desnuda, hubiese sentido pena y trataría de ocultarse; pero habría sido
imposible cubrir su cuerpo transparente. —Luego de colocar el primer pie en la
embarcación; la invadió el olvido—.