domingo, 29 de marzo de 2015

Las canicas

Estaba seguro, estallaría la tormenta en cualquier momento, se oirían en todo el edificio los gritos de mis padres. Mi cuarto era un desorden desde hace varios días por el tiradero. Debajo de la cama se amontonaba la ropa sucia. Mi madre atravesó un montón de juguetes regados. Mis monstruos se unieron para tenderle una trampa. Una torre de zapatos impedía que ella se acercara a la cama. Mi madre trató de saltarlos, era un intento imposible pues necesitaba tomar vuelo. La puerta se cerró. Ella pensó que era una broma, entonces respiro con fuerza. Necesitaba gritar como siempre y descargar todo el mal humor del día. En ese momento sus ojos saltaron y el grito se congeló en sus labios. Eran unos hermosos ojos verdes. Ayer había perdido mis agüitas y tréboles jugando a la rueda. Busque recuperarme tirando en otro juego, pero por más que trataba, no pude meterla en el maldito hoyito. Hoy espero tener la revancha, pues ya tengo varios ojos de gato, junto con un montón de bombochas cafés. Apenas estoy juntado las verdes. Creo que mi padre tiene los ojos azules. Una vez que tenga bastantes, me desquitaré de ese pinche gordo que, me ganó jugando de uñita.

viernes, 20 de marzo de 2015

Inundación

La cafetera empezó a silbar un concierto de aromas que despertaron a la oficina. En unas cuantas horas la modorra matutina cayó, como una pesada losa, sobre las espaldas encorvadas. El reloj retrasaba la hora de la salida y alargaba las conversaciones acerca de niños, hipotecas y salarios bajos. Entonces sucedió lo inevitable, hasta cierto punto fue resultado de la imprudencia y la falta de pericia. El “nuevo”, por las malditas prisas, dejó abierta la llave del despachador de agua. De este modo —narraron los sobrevivientes— comenzó la inundación.