Sin destino
Cierto, yo parecía
un maníaco, gesticulando incoherencias, palabras sin sentido que suelen decir
los dementes. Era un interminable y frenético vaivén de ideas corriendo de mi
alocado cerebro a mi boca. Estaba lejos de casa. Salí en la mañana y empecé a caminar
sin rumbo, pero queriendo llegar a algún lado. Recuerdo haber caminado muchos
kilómetros y parado a comer con una señora de pelo blanco, mujer extrañamente
bondadosa. No quiso cobrarme y hasta me bendijo y yo, sin pensarlo, la besé en
la frente. Después, continué caminando entre las filas de los coches, en
sentido contrario, sin aminorar la marcha, tragando smog y bocinazos. Me tumbe
en la hierba mientras los servicios de emergencia atendían un choque múltiple.
Me acuerdo que dos vagabundos me observaban llenos de curiosidad y miedo. No se
atrevieron a acercarse, pues yo los miraba frunciendo el ceño, riendo como un
maniático. No tenía sentido recorrer un camino tan largo, aunque tenía una
determinación férrea para no detenerme. Pero la cordura llegó batiendo sus
alas. Aunque no quise llegar aquí porque no era mi destino. Tal vez ustedes
piensen que hice una pausa. Sencillamente me cansé de caminar, de malgastar la
suela de mis zapatos sin sentido, por lo que simplemente clavé mis pies al
piso.