jueves, 29 de junio de 2017

Bajo presupuesto


El delicado y poderoso instrumento que fue mi mente se encuentra en el colapso total, posiblemente, sin la pretensión de parecerme al loco Hidalgo de Cervantes, el exceso de comics fue lo que terminó deschavetando mi congestionado cerebro, de por si ya en las últimas. No se diga del desfile anual de películas, donde los buenos derrotan a los malos a puro golpe de efectos especiales. En tal caso fue mi culpa, porque en cada estreno de Marvel o DC Comics estuve en primera fila viendo a mis superhéroes con poderes tan sorprendentes que si quisieran, ya se hubieran apoderado, no solo de la tierra, de todo el universo. El protagonista central de mis sueños era yo, hombre superpoderoso, creador de los escenarios mas brillantes dentro y fuera de este mundo. Podía cambiar de poder, según el villano, cada vez que lo quisiera apretando una secuencia de botones de joystick. Mis finales eran geniales, aunque a veces terminada en el clásico cliché, caminado, de la mano de la mujer guapa, por calles destruidas por mí. Pero, un sábado todo fue borrado. Un maratón de películas del Santo y todo mi universo hollywoodense se convirtió en escenarios de cartón, mi nave intergaláctica fue reemplazada por pasillos de naves industriales abandonadas, nada de puertas con sensores de movimiento, ni se diga de las pantallas dactilares o escáneres de ojos y mis interminables ductos de convirtieron en instalaciones eléctricas mal hechas. Estos cambios de bajo presupuesto solo fueron el principio, finalmente llego mi ansiado enemigo, alguien con quien desquitar mi frustración con golpes, llaves, lanzamientos de la tercera cuerda, lucha grecorromana de verdad. Mi villano resultó una mala contratación, de solo verlo daba lástima, sin embargo, era tan bueno peleando que me pateó el trasero como nunca.

jueves, 15 de junio de 2017

Mujer Maravilla

Era nuestra primera cita y para llegar a su lugar favorito fue una odisea, pues el servicio de autobuses y trenes estaría fuera de servicio por tiempo indefinido. Todavía olía la tierra chamuscada por la destrucción de gran parte de la ciudad. La pelea fue breve, pues después de un ligero titubeo, la mujer maravilla encontró la fuerza necesaria para terminar aniquilando a todo el ejército alemán. Claro, en ese derroche de amor al prójimo, terminó devastando hasta los cimientos de una ciudad hermosa. Nosotros no llegamos a tanto derroche de destrucción, acaso solo el sometimiento de la población. Nuestro lugar, por derecho, estaba en ocupar la cima que habían dejado vacante los antiguos dioses. Yo, por mi parte, luego de la vergonzosa derrota, logré hacerme de un bonito uniforme francés. Quedamos pocos sobrevivientes, todavía con huellas de la terrible batalla. Había tantas tuberías rotas que asearse no fue un problema. Así que, limpio y afeitado, fue fácil acercarse a tan temible amazona y traté, como falso parisino, conquistarla con lisonjas y tímidos arrebatos de pasión, pues tenía miedo, terror a ser descubierto y sentir en carne propia el castigo de una diosa. Cierto, funciono y me encuentro frente a ella, tomando su mano, embelesado, viendo como devora, con infinito gozo, una tarta de manzana y un café. Por primera vez se respira la paz. Los héroes tienen su punto débil y ya había encontrado el suyo. Pero los inmortales no mueren, su castigo es mucho más cruel, pues están destinados a vagar por siempre entre las tinieblas del espacio infinito. Esa noche, después de hacer el amor, terminaría con la vida de la mujer que había borrado del mapa a la irrepetible Ciudad Luz, París.

lunes, 12 de junio de 2017

Prolongando el placer

Estamos como dos criaturas, vergonzosamente desnudas, dichosas de su inercia y de su silencio. En realidad esperamos que algunos de los dos tome la iniciativa en esta doble inmovilidad, pero pasa el tiempo y no nos dirigimos la palabra. En la oscuridad parecemos dos cuerpos luminosos, casi perfectos, representando al dios Pan acechando a una ninfa bañándose en un estanque. Dos seres sudando a raudales sexualidad y lujuria en un apartado hotel de paso. Cambiamos el guion de cada semana, una breve charla acerca de sexo tántrico y los aprendices dejamos a un lado nuestro placer inmediato y la andanada de húmedos y ansiosos besos; suprimimos el escarceo fogoso del primer orgasmo con la ropa aún puesta, cancelamos la urgencia de la penetración con exceso de violencia, de amor, de espera. Pero te veo y estás, maliciosamente, guardando tus gemidos y gritos para luego expulsarlos sobre mí, un río desbordado sobre una piel seca por la breve ausencia de tu inagotable cadera. Seguimos en nuestra posición, es de contemplación, de mirarnos el uno al otro, alejados, omisos, de los olores que nos empujan invisibles. Estamos prolongando nuestro placer. Pasa el tiempo y nos damos cuenta de que perdimos la batalla porque nuestro espíritu grita impaciente, la dura roca está cediendo, el deseo la desmorona y la arrastra con un fiero abrazo hasta el lecho de la cama.


viernes, 9 de junio de 2017

Ángeles caídos

No es que fuera silencioso, nada de eso, siempre tenía la palabra justa, tímida, la de un adulto sin infancia. Nuestra relación nació de la seducción mutua, producto de su insistencia enfermiza y de que yo siempre estuviera drogada. Me doblaba la altura y quizá la edad, lo último nunca lo supe con certeza y la verdad no me importaba. Había viajado mucho, pues decía conocer cada rincón del mundo y lo describía perfectamente. Estaba huyendo y conmigo hizo una pausa, un hogar temporal en esta contaminada ciudad. Me confesó que llegó aquí a expiar sus pecados.

Era un vagabundo de rasgos bellos, pues tenía la piel hermosamente amarilla, solo sus ojos acuosos me daban miedo, a veces terror cuando se me quedaba mirando fijamente en la noche, cuando brillaban, siniestros, dentro de la alcantarilla-respiradero del metro Bellas Artes. Por eso me enamoré de él, era mi grandote, mi ángel caído, mi torre, mi protector, una horrible creatura de sonrisa perversa y llena de maldad. Mientras yo era insufriblemente escuálida, anémicamente verde-amarilla, con la mirada perdida como mi desgastado cuerpo.

Cuando me besaba, con sus finos y negruzcos labios, me temblaba todo, cuando rozaba su boca sentía un frío mortal tratando de robarse mi alma. Aun así lo amaba porque, a pesar de su tamaño, tenía un alma inocente, un ente perdido, como yo, caminando errante. Al principio pedíamos limosna en las esquinas poco iluminadas, siempre de noche, cuidando las palabras para que no huyeran despavoridos de solo vernos. Pero nos cansamos y fue más fácil pedir una "cooperación voluntaria" a oficinistas y ricachones de Polanco, Anzures, San Miguel Chapultepec, Del Valle y Narvarte. Solo algunos trataban de defenderse y nos ofendían con palabras llenas de odio y miedo, entonces mi ángel los tomaba del cuello y los asfixiaba rápidamente para que no sufrieran, asi de enorme era su corazón. Mi ángel era monstruoso, pero conmigo era diferente, me mostraba su lado más tierno, más amable.

Las lluvias anegaban nuestro hogar, ese hueco que el metro utilizaba para expulsar su incandescente aliento, como la de un dragón con llama apagada, pero con el cálido aliento del diablo. Me decía que le recordaba como había llegado al mundo, que se acordaba perfectamente de las ataduras de acero, los fríos electrodos, la inclemente lluvia, los interminables truenos y un inmenso dolor recorriendo su cuerpo. Por eso amaba ese maloliente respiradero. Todas las noches recorría, con paso lento, los andadores de la Alameda sin miedo a ser asaltado, los pocos que lo intentaron terminaron estacados en la Fuente de Neptuno. Tenía una fuerza impresionante y la usaba con brutalidad, pero conmigo era diferente, por eso lo amaba y me amaba, le pertenecía y me pertenecía.

Solíamos, de vez en cuando, caminar en el bosque de Chapultepec, se sentía protegido por los viejos ahuehuetes, parecía un árbol más meciéndose bajo los rayos de la luna y ahí, en medio de toda esa negrura, hacíamos el amor de forma burda y cruel. Su piel apergaminada y sus labios negros me llevaban a una especie de éxtasis producido por el creciente dolor físico, sádico, de cada encuentro. Éramos dos almas rotas y nos ayudamos a pegarnos, como un rompecabezas que la mayor parte de las veces no embonaba, ni con la ayuda de todas las drogas del mundo. Él era un hombre bueno pervertido por la sociedad y yo era un demonio que había sido enviada para tatuarle más cicatrices en la piel.

Eran tantas las víctimas, y un solo culpable, que una noche se fue, no hubo despedida, solo se adentró a los túneles del metro y desapareció colgado de un vagón. Mi ángel llegó en un día atípicamente lluvioso, iluminado con todos los truenos del universo reunidos en un solo lugar, como si todo el mal clima se hubiese confabulado para inundar la línea dos del metro y para que él me salvara de morir ahogada. Cubrió mi desnudez con su cuerpo y con la ropa de los aparadores de la Avenida Juárez. Por eso cuando se fue me deje morir lentamente con la ayuda de cuanto hongo alucinógeno pude conseguir, para que cada parte de mi alma viajara deschavetada hasta donde estuviera mi amor, mi ángel caído, mi torre, mi todo.